Promesas de papel: cuando tus manos rozaron la mía.

Capitulo 25

Alice

El autobús traquetea por la carretera, levantando polvo y risas que no me pertenecen.
Los profesores hablan de “convivencia”, de “reconciliación”, de “unidad escolar”, pero a mí esas palabras me suenan a decorado.
Porque a veces, las heridas no se curan con juegos ni fogatas.
A veces, solo aprendes a caminar con las cicatrices.

Estoy sentada junto a la ventana, mirando cómo los árboles corren hacia atrás, como si huyeran también.
A mi lado, el asiento vacío que antes ocupaba Eva me aprieta el pecho.
Sigo escuchando su voz, su risa contagiosa, sus frases de consuelo improvisadas.
Pero no está.
Se mudó hace un mes, y aunque hablamos por mensajes, no es lo mismo.
Su ausencia pesa.

Dos filas más adelante está Ethan.
No se ha girado, pero sé que sabe que estoy aquí.
Hay algo en el aire —ese tipo de tensión suave que no incomoda, pero tampoco se disuelve.
Una conexión que duele y al mismo tiempo calma.

Cierro los ojos y respiro.
El viento que entra por la ventana huele a pino y libertad.
Y por primera vez en semanas, no tengo miedo de llegar.

---

Ethan

Nunca me gustaron los campamentos.
Demasiada gente fingiendo ser sociable, demasiadas reglas, demasiado todo.
Pero cuando el director mencionó que era obligatorio, no me quedó opción.

Supongo que parte de mí lo agradece.
He estado tan metido en el trabajo últimamente que olvidé lo que se siente respirar sin prisa.
Papá consiguió empleo, gracias a Alice.
Nunca me lo dijo directamente, pero lo supe.
Él no conocía a su padre, y de repente recibió una llamada, una entrevista, y una oportunidad.
Solo alguien con corazón de fuego haría algo así sin esperar nada a cambio.
Y ese alguien es ella.

La veo por el retrovisor del autobús.
Apoyada en la ventana, con los auriculares puestos y la mirada perdida.
Parece tranquila, pero sé leer entre sus gestos.
Esa calma es una trinchera.

---

Alice

El campamento está perdido entre montañas, al borde de un lago que brilla como si guardara secretos.
Las cabañas son rústicas, con camas de madera y olor a humedad, pero me gustan.
Tienen algo acogedor, como si dijeran: “no hace falta fingir aquí”.

Thalía llega unos minutos después, arrastrando su maleta con la ayuda de Kyle.
Su cabello está perfectamente peinado, su perfume llena el aire, pero su sonrisa…
esa sonrisa ya no corta.
Está vacía.
Como si por fin se hubiera cansado de sostener su propio personaje.

Cuando me ve, se queda quieta.
Por un segundo, pienso que va a ignorarme.
Pero en lugar de eso, se acerca.

—Hola, Alice —dice, con un hilo de voz.
—Hola —respondo, sin saber si debo sonreír.
—No te preocupes, no vengo a hacer drama —añade rápido, notando mi incomodidad—. Solo… quería decirte que lo siento.

Sus palabras me desconciertan.
Thalía, la misma que me humilló frente a toda la escuela, pidiendo perdón.

—No fue justo lo que hice —continúa—. Y no porque te haya expuesto, sino porque te juzgué sin conocerte.
—Ya pasó —murmuro.
—No. —Niega con suavidad—. Todavía te duele. Lo sé.

Por un momento, me cuesta respirar.
Ella no lo dice con burla. Lo dice como alguien que también sangra.

—¿Por qué lo hiciste? —pregunto, sin reproche, solo curiosidad.
Thalía se queda mirando el suelo.
—Porque me daba miedo.
—¿Miedo de qué?
—De no ser suficiente. De que Ethan mirara a alguien más y descubriera que había mujeres que no necesitaban máscaras para brillar.

Y en ese instante, la entiendo.
No como enemiga, sino como espejo.
Ambas habíamos luchado por ser vistas. Solo que en bandos distintos.

---

Ethan

Los profesores nos separan en grupos para las actividades.
Me toca con Thiago, lo cual no sé si es una buena o mala señal.

Él me mira de reojo mientras armamos las tiendas.
—No vas a preguntarme por Alice, ¿verdad? —dice, con media sonrisa cansada.
—No necesito hacerlo. Sé que ya hablaste con ella.
—Lo hice. Y fue raro.
—¿Por qué?
—Porque por primera vez me di cuenta de lo mucho que la lastimé. Y lo poco que entendí lo que valía.

No respondo.
Solo asiento.
Thiago suspira y añade:
—No la pierdas. No como yo.

Y se aleja, dejándome con un nudo en la garganta.

---

Alice

El primer día pasa entre risas forzadas y juegos de integración.
A la noche, los profesores encienden una gran fogata.
Las llamas se reflejan en los rostros, iluminando verdades que normalmente ocultamos.
Thalía canta algo suave, su voz temblorosa pero hermosa.
Kyle la acompaña en guitarra.
Thiago observa en silencio.
Ethan está frente a mí, con las manos cruzadas, mirando el fuego.

El cielo está despejado, lleno de estrellas.
Una brisa fría me eriza la piel, pero no quiero moverme.
Por primera vez en mucho tiempo, siento paz.

Ethan se levanta y camina hacia mí.
—¿Puedo? —pregunta, señalando el espacio a mi lado.
Asiento.
Nos quedamos mirando el fuego, sin hablar.

Hasta que él rompe el silencio.
—¿Sabes? A veces pienso que el fuego es como nosotros.
—¿Por qué?
—Porque quema, pero también calienta. Destruye, pero da luz.

Sus palabras se clavan hondo.
Lo miro, y por un momento, me olvido del ruido, de la gente, del pasado.
Solo estamos él y yo.
Dos llamas cansadas, aprendiendo a no arder demasiado cerca.

—No sé a dónde vamos, Alice —dice en voz baja—. Pero si es contigo, no me da miedo.

Mi corazón late tan fuerte que me cuesta responder.
Solo sonrío.
Una sonrisa pequeña, real.
Y apoyo mi cabeza en su hombro.

---

Ethan

No recuerdo cuánto tiempo pasamos así, mirando el fuego.
Pero sí recuerdo la sensación.
La de que, por fin, las piezas encajaban.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.