El sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de tonos cálidos y dorados. El aire salado del mar acariciaba la piel de Mia mientras caminaba descalza por la orilla, dejando que las olas la mojaron levemente los pies. La playa, como siempre, estaba vacía. Aquel rincón apartado del mundo, donde las rocas gigantes rompían las olas más furiosas, había sido su refugio desde que tenía memoria.
Mia era una mujer que disfrutaba de la soledad, una vida tranquila que la mantenía alejada de las complicaciones. Había llegado a la playa en busca de respuestas, como tantas veces antes, pero hoy algo parecía distinto. El sol se ocultaba en el horizonte, pero algo dentro de ella, una sensación inexplicable, la hacía sentir que el día no estaba por terminar. Algo o alguien estaba a punto de cambiar la quietud de su vida.
De repente, su pie tropezó con algo duro en la arena. Era una roca parcialmente enterrada. Mia se agachó para observarla y, al hacerlo, levantó la vista. Fue entonces cuando lo vio: un hombre, parado a pocos metros de ella, observando el mar. El viento jugaba con su cabello oscuro, y su postura era relajada pero decidida, como si hubiera estado esperando el momento exacto para aparecer.
Chris.
Mia lo reconoció al instante. Había escuchado sobre él, por supuesto. La gente del pueblo siempre hablaba de los forasteros, pero él no era un turista común. Había algo en su mirada, en su expresión, que decía que no era alguien que perteneciera a ese lugar, pero que había llegado para quedarse. La última vez que Mia había oído hablar de él había sido cuando había llegado al pueblo para iniciar un nuevo proyecto, un destino incierto para un hombre que no parecía tener miedo de comenzar de nuevo.
Sin embargo, esa era la primera vez que lo veía de cerca.
Chris volteó hacia ella en ese mismo momento, como si lo hubiera sentido. Sus ojos se encontraron y, por un breve instante, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse. La expresión de Mia se suavizó cuando vio esa mirada tranquila pero inquisitiva, casi como si él estuviera esperando un gesto, una reacción. Ambos se quedaron en silencio, como si todo el universo se hubiera alineado en ese preciso segundo.
—¿Tú también vienes a buscar respuestas? —dijo Chris, con una voz profunda y tranquila.
Mia no sabía qué responder. No sabía por qué estaba allí ni por qué, de repente, sentía que su mundo se estaba volcando. En lugar de responder, simplemente asintió.
—Algo así —dijo ella finalmente, su voz más suave de lo que había planeado.
Chris se acercó un poco más, sus pasos firmes pero no apresurados. El sonido de las olas parecía acompañar su caminata, como si fuera parte de ese momento. Cuando estuvo a su lado, se quedó mirando al horizonte, sin decir nada durante un largo rato.
—La playa tiene algo especial —comentó Chris al fin, mirando el mar con nostalgia—. Es como si el mar te hablara en susurros, pero solo si estás dispuesto a escuchar.
Mia asintió, con una ligera sonrisa en los labios. De alguna manera, esas palabras le resonaron más de lo que esperaba. Era cierto. El mar había sido su confidente durante años, el único lugar donde realmente podía ser ella misma, sin pretensiones, sin expectativas.
—¿Eres del pueblo? —preguntó Mia, sintiendo que el aire se había vuelto más ligero entre ellos.
Chris sonrió ligeramente, sus ojos brillando con una expresión juguetona.
—No, no exactamente. Soy más de paso… aunque ahora parece que he encontrado un lugar donde quedarme.
Mia levantó una ceja, interesada por lo que eso pudiera significar. ¿Quién era realmente Chris? Había algo misterioso en él, algo que la atraía sin que ella pudiera evitarlo. En sus ojos había una mezcla de intensidad y calma, una profunda tristeza que parecía oculta tras una fachada de serenidad.
—¿Estás buscando algo, entonces? —preguntó Mia, aunque se arrepintió de inmediato. No solía ser tan directa.
Chris la miró, como si evaluara su pregunta. Luego, sonrió levemente.
—Supongo que todos estamos buscando algo, ¿no? —respondió con un tono enigmático.
Mia se quedó en silencio, preguntándose qué significaban esas palabras para él. Ella no estaba segura de lo que buscaba, pero sí sabía que había algo en su vida que no encajaba. Una pieza del rompecabezas que faltaba, algo que nunca había podido entender.
Y sin embargo, allí estaba, de pie frente a un hombre que no solo era una incógnita, sino una promesa.
La tarde continuó desvaneciéndose lentamente en la noche. El cielo se fue oscureciendo, pero Chris y Mia no parecían dispuestos a irse. Las olas seguían rompiendo suavemente contra la orilla, y por un momento, se sintieron como si el resto del mundo no existiera, como si todo estuviera destinado a converger en ese único instante.
Chris se dio la vuelta, mirando a Mia con una expresión decidida.
—Quizás sea hora de hacer una promesa. —Su voz era tranquila, pero sus palabras tenían el peso de una declaración importante.
Mia lo miró, desconcertada.
—¿Una promesa?
—Sí —dijo él—. Una promesa bajo las estrellas. Prometer que, por una vez, no dejaremos que el miedo o las dudas nos impidan vivir lo que podemos ser.
Mia lo miró fijamente, procesando sus palabras. ¿Qué significaba eso? ¿Qué tipo de promesa estaba haciendo? ¿Y por qué, de alguna manera, sentía que era algo que no podía rechazar?
Sin pensarlo mucho, respondió con la misma seriedad en su voz.
—Te lo prometo —dijo Mia, sin saber si entendía completamente lo que acababa de decir, pero sabiendo que había algo profundo en esas palabras, algo que marcaría el resto de su vida.
El viento sopló con fuerza en ese instante, pero ambos permanecieron de pie, como si el universo mismo hubiera hecho que se encontraran allí, en ese preciso momento.