Mia no podía dejar de pensar en lo que había sucedido esa noche. Cuando regresó a su pequeño apartamento junto a la playa, sus pensamientos seguían volando entre el mar y la promesa que había hecho a Chris. No entendía por qué sus palabras la habían tocado tan profundamente. No era como si Mia fuera una mujer que creyera en promesas vacías, pero había algo en la manera en que Chris las había dicho que la hizo sentir que había algo más detrás de esas palabras.
—Tal vez, solo tal vez, este sea el comienzo de algo —se dijo a sí misma en voz baja mientras se sentaba en la ventana mirando el océano que brillaba bajo la luz de la luna.
El sonido de las olas, el crujir de las rocas, todo le hablaba en susurros. Había algo dentro de ella que se removía, como si algo estuviera a punto de suceder. Pero lo que más la inquietaba no era el misterio de Chris, sino cómo había sentido que, en ese breve encuentro, algo en ella había cambiado. Algo que ni ella misma entendía.
Los días siguientes a la promesa bajo las estrellas fueron un torbellino de pensamientos encontrados para Mia. A pesar de que su vida había seguido su curso habitual, algo en ella había cambiado. Algo dentro de su pecho se había encendido, una chispa que no sabía cómo apagar. Las palabras de Chris resonaban en su mente constantemente, como un eco suave pero persistente.
¿Qué significaba esa promesa? ¿Por qué sentía que, al decirlas, había aceptado más de lo que estaba dispuesta a comprender?
Había algo misterioso en él, algo que la atraía de una manera inexplicable. Chris no era como los demás hombres con los que había tratado antes. Su silencio no era incomodidad, sino introspección; su mirada, no una simple observación, sino una profunda conexión. No solo era su presencia física lo que la fascinaba, sino algo intangible que parecía envolverlo, como una fuerza que lo hacía diferente.
A pesar de la confusión que sentía, Mia comenzó a visitarlo cada vez más. De forma casual, sin presiones, como si ambos entendieran que lo importante era disfrutar del presente sin preocuparse por lo que el futuro pudiera deparar. Se encontraron en pequeños rincones del pueblo, en la misma playa, caminando por el malecón, visitando el mercado local. A veces, él la invitaba a un café, otras veces compartían una comida sencilla en algún restaurante frente al mar.
Una tarde, mientras caminaban juntos por la orilla, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos naranjas y lilas, y las olas rompían suavemente a sus pies. Mia notó que, a medida que el tiempo pasaba, las conversaciones fluían más naturalmente. Ya no era solo una conversación casual sobre el clima o las trivialidades del pueblo. Ahora hablaban de todo, desde sueños lejanos hasta secretos del pasado.
—Siempre he pensado que la vida es como el mar —dijo Chris mientras sus pasos se marcaban en la arena húmeda—. Impredecible, cambiante, y sin embargo, siempre vuelve a ser el mismo.
Mia lo miró, sorprendida por la profundidad de sus palabras. Algo en su mirada revelaba una herida que no estaba dispuesta a compartir, algo que no se veía en su exterior pero que, a través de esos pequeños gestos, dejaba entrever.
—Nunca lo había pensado así —respondió ella, sintiendo que algo de la verdad en esas palabras se conectaba con ella.
—¿No? —Chris sonrió suavemente—. Pues deberías. A veces es necesario aceptar lo que la vida nos da, incluso si no entendemos su propósito al principio. Pero siempre hay algo que aprender. Aunque nos cueste.
Mia se detuvo un momento, sintiendo el viento fresco en su cara, y miró el horizonte. Había algo misterioso en Chris, algo que no podía explicar pero que sentía como una verdad pura. Su corazón comenzaba a latir más rápido cuando pensaba en él, y cada vez más, sentía que su conexión iba más allá de las palabras. Estaba comenzando a comprender la promesa que había hecho, aunque aún no estaba completamente lista para admitirlo.
—¿Qué te trae aquí, Chris? —preguntó ella de repente, sin poder evitarlo. Ya había aprendido tanto de él en esos pocos días que sentía que había algo que debía conocer. Algo más allá de las conversaciones superficiales.
Chris se detuvo y, por primera vez, la miró con una intensidad que hizo que Mia sintiera un nudo en el estómago. Era como si él también estuviera buscando una respuesta, una verdad que solo pudiera encontrar en sus ojos.
—Busco paz —dijo él, finalmente, con una sinceridad que la sorprendió—. Paz con lo que he dejado atrás. Paz con lo que aún no he comprendido. Y paz con mi propio corazón. Pero también busco algo más. Algo que me haga creer que, aunque todo haya estado roto, aún puedo encontrar algo real.
Las palabras de Chris flotaron en el aire entre ellos, como una revelación compartida. Mia sintió una conexión profunda con él en ese momento. ¿Acaso estaba buscando lo mismo? Tal vez, la paz que él mencionaba era precisamente lo que ella anhelaba también. Después de todo, se había alejado de la ciudad y había llegado a ese lugar para sanar sus propios recuerdos rotos. No quería admitirlo, pero no podía ignorar la atracción que sentía por él. Algo en su ser le decía que había algo más que una amistad entre ellos, algo que ambos aún no se atrevían a reconocer.
—Yo… también estoy buscando algo —respondió Mia en voz baja, mirando al mar con una intensidad nueva—. Creo que siempre he estado buscando respuestas, pero tal vez las respuestas no se encuentran tan fácilmente.
Chris la observó durante un largo momento, como si estuviera viendo más allá de las palabras, más allá de su expresión. Y sin decir nada, extendió su mano y la tocó suavemente en el brazo, un gesto simple pero cargado de significado.
—Tal vez las respuestas no se encuentran. Tal vez solo tenemos que aprender a vivir con las preguntas.
Su toque, aunque breve, encendió algo en el interior de Mia. De repente, su corazón latió con más fuerza, como si hubiera algo que estaba comenzando a comprender, pero que aún no estaba lista para aceptar.