Los días siguientes fueron una mezcla de emociones encontradas. Aunque el pasado de Chris seguía pesando sobre él, la cercanía con Mia comenzaba a sanar algo dentro de él. Las conversaciones se volvían más profundas, más sinceras. Ya no había espacio para los secretos, solo para la vulnerabilidad. Y a pesar de todo el dolor, había algo hermoso en la forma en que se apoyaban mutuamente.
Chris y Mia pasaron más tiempo juntos, no solo hablando sobre su pasado, sino también compartiendo sueños. Hablaban sobre lo que querían hacer en el futuro, sobre lo que les hacía sentir vivos. El mar, la playa, el pequeño pueblo costero… todo parecía un refugio, un lugar donde podían construir algo juntos, algo que fuera suyo.
Un día, mientras caminaban por la playa al atardecer, Chris la detuvo y la miró con una sonrisa nostálgica.
—¿Sabes, Mia? Siempre pensé que la vida era solo una sucesión de eventos, una serie de momentos que no tienen mucho sentido. Pero ahora, contigo, siento que cada paso que damos tiene un propósito.
Mia lo miró, sorprendida por sus palabras. No solo por lo que decía, sino por cómo lo decía. Había algo en su voz, en su mirada, que le decía que él realmente creía en ello. Ella asintió lentamente, como si estuviera comprendiendo todo lo que había ocurrido hasta ese momento.
—Lo mismo siento. Creo que, al final, todo tiene sentido. No sé qué nos deparará el futuro, pero si estamos juntos, creo que podremos enfrentarlo.
Chris extendió su mano y la tomó con suavidad, entrelazando sus dedos con los de ella.
—Lo enfrentaremos juntos, sin importar lo que venga.
Mia sonrió, sintiendo el calor de su mano. El sol se ponía detrás de ellos, tiñendo el cielo de colores cálidos. La promesa que se habían hecho seguía viva entre ellos, como el mar, que siempre volvía, que nunca dejaba de abrazar la orilla.