Cuando tenía 10 años una niña se me acercó y me gritó que era una estúpida roba novio, que según ella yo había seducido a su novio — un vato con aspecto de chico malo, o en este caso, niño malo — yo le expliqué calmadamente que no tenía idea de lo que me estaba hablando, yo conocía a la niña porque estaba en mi clase de pintura, pero jamás había interactuado con ella.
A esa edad yo no pensaba en novio.
Así que se me hizo muy raro el que ella me estuviera diciendo aquello. Es más, a su novio solo lo había visto porque era primo de Anna, y ambos no se llevaban bien. Por lo que lo único que le dije a él fue un simple hola, y era porque la mamá de Anna nos obligó a ambas a saludarlo.
Ella no me creyó y no me hice de rogar.
Me levanté de mi asiento con la frente en alto y me marché.
Yo le dije la verdad, si ella era lista me hubiera creído, pero como no lo hizo y se fue a los brazos de ese niño que desde tan pequeño y ya era todo un don juan, a final de curso terminaron porque él la engaño con otra niña que se parecía a mí.
Y ella quedó en medio de la cancha con su vestido rosa y su primer corazón roto.
Yo no insistí en que ella me creyera.
No me gusta rogar por el aprecio de las personas, yo soy así. Si alguien realmente me quiere, pues bien, bienvenido a mi vida, pero si alguien dice solo hacerlo a medias, la puerta está abierta, no te obligo a quedarte. Yo no busco personas con amor compartido.
O nos quieren por completo, o no nos quieren y punto.
No lloro, ni sufro. Porque al final de cuentas quien perdió no fui yo, fueron ellos. No espero hipocresía cuando todo lo que doy es honesto.
Mi teléfono vuelve a vibrar, notificándome de un nuevo WhatsApp
Dirijo mi vista a este y veo la cantidad de mensajes que me ha escrito Anna. Al instante me seco el cuerpo entero con la toalla, acabo de salir del mar y no quiero dañar el aparato electrónico. Me siento en la perezosa, y agarro mi copa llena de un delicioso batido de fresa.
Abro mi WhatsApp y comienzo a leer todos los mensajes.
"Me voy a morirrrrrrrrrrrrrrrrrrrr"
"Necesitamos un largo día de puras películas y comida chatarra"
"¿Puedes creer que Oscar no me deja ni respirar?"
"No me quejo"
Y la lista continua con más y más mensajes, donde dice lo maravilloso que lo está pasando en su "luna de miel".
Anna está felizmente casada con Oscar, un chico empresario, muy cariñoso, y todo un payaso si de chistes malos se trata. Ya llevan cuatro meses de casados, y cada 15 días deciden irse de luna de miel. Ambos son, como decirlo… creo yo, que fueron dotados con instintos carnales de un conejo, ambos no podrían soportar estar juntos y no hacer el delicioso, son tan descarados los sin vergüenzas, que en varias ocasiones los he encontrado practicando su actividad favorita. Aun así, a ambos los considero mis amigos, Oscar se ha ganado humildemente el puesto de cuñado, por lo que él no evita siempre protegerme, al igual que Anna. Ambos son los únicos que saben del como me siento con la vida que tengo, y ambos serán los únicos a los que siempre les contaré todo lo que me molesta y pienso.
Decido escribirle un simple "ok" a mi amiga y guardo el teléfono en mi bolso.
El sol es abrazador, tengo mi cabello recogido y mojado, me saco la liga, dejando mi cabello suelto.
Al frente mío está Albert, y no está solo. En la silla de alado hay una chica con un bikini mucho más pequeño que el mío, ¿aquello es posible? Y yo pensando que estaba mostrando hasta la epidermis con este pedacito de tela.
Me voy por unos miseros cinco minutos y él ya está con otra.
No me importa aquello, por mi puede estar con quien se le de la regalada gana. Me siento con impotencia, un poco furiosa, y decepcionada.
Al parecer la está pasando de maravilla, quito mi mirada de esa escena y veo hacia la derecha, donde casualmente se encuentra Mateo, tiene sus brazos detrás de su cabeza, pero no sé con exactitud hacia donde está mirando.
El condenado está usando unos lentes muy oscuros, y desgraciadamente se ve de maravilla, me estoy sofocando, vuelvo mi mirada hacia Albert y la escena es mucho peor que la primera. Se están metiendo mano.
¡Y en mis narices!
No le importa si quiera una mínima, que la gente lo reconozca. Esto que siento no son celos, me siento de esta manera, porque muy pronto anunciaran el compromiso y si él sigue con esa actitud, me deja a mí con un estúpido lema; de la otra, a la que le es infiel, a la que le está haciendo crecer los cuernos.
Me importa un comino con quien se quiera enrollar.
Solo estoy pidiendo que tenga la decencia de no hacerlo en público, o por le menos no enfrente mío. Yo también tengo una reputación que mantener, o lo poco de dignidad que me queda. Y no pienso dejar que él me quite eso.
La chica se levanta de su asiento y rápidamente se sienta en sus piernas. ¡Son el colmo! Se vuelven a besar tan desenfrenadamente. ¡Si hasta parece que lo fueran a hacer ahí mismo!
No seré la humillación, ni mucho menos el hazme reír de las personas cuando se enteren del compromiso.
Me levanto, haciendo sonar lo suficientemente fuerte la silla. ¡Pero nada! Él sigue muy concentrado en lo suyo. Así que me regreso a la casa, no agacho mi cabeza, ni trato de tomar un camino para llegar más rápido. Me voy a paso calmado.
— Chica guapa — escucho como unos de los chicos que están sentados en unos bancos cerca del mini bar por el que estoy pasando, me lanzan unos absurdos piropos.
Ruedo los ojos.
Llego a la casa, después de tantos piropos baratos, algunos que otros silbidos y quien sabe cuántos beso me hayan lanzados. No los conté y no quería contarlos.
¿Cómo no me van a hacer eso?
El ridículo traje de baño que cargo llama mucho la atención.