¿Estaba feliz?
Sí.
¿Por qué?
Ni idea.
— Ya debes sacarla de ahí, ¿acaso no ves que ya no aguanto?
— Si sigues así te mando afuera — amenazó
— Ni que fuera perro, apúrate — di un golpe en el mesón.
— Tienes razón
— ¿De que eres un lerdo? Si, tengo mucha razón — le guiñé un ojo.
— No, de que no eres un perro, ellos son más soportables que tú.
— ¿Me estás llamando insoportable? — indignada me llevé una mano al pecho. ¿y a este vato que le pasa? Debería de estar agradecido de tener una compañía como la mía. Digo, ¿Quién mejor que yo, para hacerte compañía? Exacto, nadie.
— Yo no he dicho nada, tu solita lo has deducido — se encogió de hombros y me dio la espalda.
Oh no, eso sí que no mijito. A mí no me dan la espalda, yo doy la espalda.
En el mesón había varios topers con ingredientes, agarré un puñado de queso cheddar y sin reparos, ni culpa, se lo tiré.
¡Toma! Para que aprendas. Ahora su cabello estaba lleno de puras tiras de queso.
Era gracioso, parecía tener puesta un peluca amarilla.
Primero se quedó paralizado, con la hermosa cremallera de queso en su cabello, estático y pensé que ni respiraba. Me asusté un poquito, solo un poquito eh, pero justo cuando iba a acercármele, él decide voltearse.
Su rostro, está serio, sus manos detrás de su espalda y su postura bien recta como la de un soldado. Vale, me pasé de la raya, pero, ¡Hey! Que yo sepa no es un delito tirar comida.
— ¿Lo siento? — me estaba disculpando, ¿o estaba preguntando si me podía disculpar? Ya qué más da.
— ¿Tu piensas que soy rencoroso? — preguntó, ¿a que venía eso? Bueno, vale. Puede que si sepa.
— Creo que eres un alma sana de rencor — le dije con un tono infantil y dulce.
— Tienes razón
— Lo sabí……… — ni siquiera me dejó terminar.
— Pero, si tengo un alma vengativa.
— ¡¿Qué?!
Entonces no fui rápida al reaccionar. O siquiera al ver su próximo movimiento. No me percaté de que detrás suyo, traía consigo un olla pequeña En cuestión de segundos yo me encontraba con salsa de tomate en todo mi cabello y él con una risotada de hiena.
— ¡ESTO ES MUCHO MÁS DE LO QUE YO TE Hice! — llevé mis manos a mi cabello y estaba pegajoso traté de sacarme un poco de salsa, pero parecía que Mateo era un excelente cocinero ya que la bendita salsa se había incrementado en mi cabello como acondicionar. Cogí un poquito con el dedo y me lo llevé a la boca.
Al menos sabe bien, pensé.
— Pero ahora estamos iguales — se defendió.
— Oh, si claro señor igualdad — hablé irónicamente — es que el queso es lo mismo que la salsa de tomate.
Puse los ojos en blanco.
— Bueno eso se puede arreglar
Entonces hizo lo que menos me esperé que hiciera. Él, solito, se empapó de salsa de tomate. Y yo, solo fui espectadora al ver como la salsa poco a poco caía lentamente por su rostro.
— ¿Pero qué has hecho? — pregunté perpleja.
A este ya le falla el coco.
— Igualar las cosas, no era lo que querías.
— Hubiera sido mejor si yo lo hacía y no tu — confesé.
— Arg — hizo un mueca — no te contentas con nada. Pues te jodes, ahora no comes pizza. Y nada de pucheros — soltó al ver que estaba comenzando a hacer un puchero — mucho tengo con esta ridícula salsa.
— Te queda bien el rojo — me tapé la boca ocultando mi sonrisa.
— Digo lo mismo — entonces recordé mi cabello. Idiota.
Se giró y cogió los guantes para sacar la pizza del horno.
¿Cómo es que nos llevábamos tan bien en tan poco tiempo? Cuando llegué, después de aceptar el abrigo que tenía de sobra, lo golpeé por haberse comportado como un imbécil la mañana en la casa del árbol después de la fiesta. Luego quedamos en un trato de paz. Me era ridículamente extraño sentirme bien con su compañía.
Llegué a la conclusión que él es esa clase de amigos; que desde un principio congenian de maravilla.
Aunque claro no voy a negar que me sentía un poco. Pero un poquito eh, nerviosa cada que nuestros cuerpos rozaban. Como cuando estamos acobijados en el sofá, con tibias colchas y con una buena maratón de Glee.
Sí, a él también le gusta la series musicales. ¿Quién lo diría?
Al final nuestro estomago protestó por comida y no nos quedó. Bueno le quedó de otra que cocinar. Sí, él también sabe cocinar.
La última cosa por la que diré: Sí.
Él es fan de Shawn Mendes. Se sabe todas las canciones, y tiene el álbum completo en su playlist.
Un chico con apariencia de chico malo, que casi nunca sonríe, que le encanta cocinar, ver series y películas tipo musicales, y que es fan de Shawn Mendes.
¿Conocen a uno así?
Si me hacen esa pregunta, de mi boca saldría su nombre: Mateo Vazquez.
— Creo que le faltó algo — se relamió los labios, y no pude evitar quedarme viendo ese acto.
— Bromeas — solté — si es la mejor pizza que he probado en toda mi aburrida vida.
— Así que te ha gustado
— Si no me hubiera gustado, educadamente te hubiera dicho que la iba a botar a la basura.
— Ja, tu hacías eso y te obligaba a sacarla de la basura para que te la comas.
Ambos terminamos nuestras porciones y dejamos todo limpio y en su lugar. Como si nadie hubiera estado en la cocina haciendo pizza.
No éramos locos de la limpieza, pero tengo entendido que nadie sabe que estamos aquí.
Para los demás, hoy la casa en la playa está sola.
Solo faltábamos nosotros en limpiarnos, todavía seguíamos sucios de la mini pelea de comida. Que por cierto yo gané.
— Oye ¿A dónde vas?
Ya estaba por subir un escalón, me giré y lo encontré con la escoba en manos y todavía con el delantal de corazones puesto. Era cómica la vista.
— A bañarme, no pienses que me voy a quedar con el cabello bañado en salsa de tomate.