Prometida por Obligación, Amante por Elección

Capitulo 7

—Señorita, no está bien — insistió, pero ella ya se enderezaba, como si nada.

—Solo es el frío — mintió, ajustándose el batón—. Vinimos de un lugar cálido, ¿recuerdas?

—Pero…

—Vamos, Adrián — lo interrumpió, caminando hacia la cocina con pasos que fingían firmeza—. Acompáñame a cocinar.

Él la siguió, sabiendo que algo estaba muy mal. Las siguientes horas transcurrieron en un ballet de cuchillos y sartenes. Mia cortaba, salteaba y sazonaba con precisión militar, sus manos ágiles transformando ingredientes en obras de arte culinarias. El aroma a ajo dorado y jengibre fresco llenó la casa, una cruel ironía considerando lo que vendría.

Al mediodía, la mesa estaba impecable: arroz perlado, bulgogi jugoso, banchan coloridos y sopa de hueso humeante. Mia colocó el último plato con un click suave, sus uñas pintadas de rojo oscuro contrastando con la porcelana blanca.

Entonces, llegaron ellos. Los hermanos Kim aparecieron en el umbral, sus uniformes impecables, sus miradas opuestas.

—Buenos días, ya está listo el Desayuno—Mia inclinó levemente la cabeza. Como toda una sra que respeta a su esposo

Seok-woo ni siquiera miró la mesa.

—Ya nos vamos, —Dijo, agarrando el brazo de Min-ji.

¡Thud!

Min-ji le clavó el codo en el estómago, sacándole el aire.

—¡Yo sí quiero! —dijo, sus ojos brillando ante el bulgogi—. ¡Se ve delicioso!

Seok-woo la agarró del hombro, sus dedos hundiéndose en la tela.

—No. Tú tampoco, hermana —susurró con voz de hielo.

—¿Por qué? —Min-ji pateó el suelo—. ¡No porque tú desconfíes debo pasar hambre!

—No sabemos qué puso ahí —Seok-woo lanzó una mirada asesina a Mia—. Podría estar envenenada.

Mia no parpadeó.

—Oh, amor —dulce como el veneno—, los ingredientes los compró Adrián ayer. Revisa los recibos si quieres.

—¡Eso no importa! —rugió Seok-woo—. ¿Por qué alguien cocinaría así para extraños? Algo tramas.

Min-ji miró a Mia con ojos suplicantes.

—Lo siento... —murmuró.

Mia le tendió una lonchera de laca roja, sus dedos rozando los de la joven.

—Llévalo al menos —susurró—. Te haré tu favorito mañana.

La puerta se cerró con un golpe seco.

Adrián observaba la mesa intacta, su estómago rugiendo.

—Una lástima desperdiciar esto —murmuró, tragando saliva ante el bulgogi.

Mia sonrió, sacando su teléfono.

—Tú —señaló al guradia con barba—, llévaselo a los sintecho del parque Haneul. Que coman como reyes hoy.

El guardia dudó:

—¿Y usted, señorita?

Ella pasó un dedo por el borde de un plato, eliminando un grano de arroz imaginario.

—Hoy no tengo hambre.

Adrián observó cómo el guardia salía cargando los tuppers de comida gourmet hacia el parque. Su estómago rugió como un león enjaulado, recordándole que la última vez que comió fue... ¿ayer?

"Yo también tengo hambre", pensó, mirando con nostalgia el último trozo de bulgogi que desaparecía en la bolsa. "Ahora me toca comprar un pan de esos de 100 wones que saben a cartón mojado."

Mia, aún de pie junto a la mesa vacía, giró lentamente hacia él.

—Adrián.

—¿Sí, señorita? —respondió, erguido como si no estuviera mentalmente seleccionando qué ramen instantáneo devoraría más tarde.

—¿Te gustaba el bulgogi? —preguntó, con una sonrisa que conocía demasiado bien la respuesta.

Él tragó saliva.

—Era... aceptable, señorita —mintió, mientras su estómago traicionero emitía un sonido que podía competir con un trueno.

Un silencio.

Luego, Mia sacó de la nada un tupper miniaturizado de su bolsillo (¿desde cuándo lo tenía ahí?).

—Para ti —dijo, colocándolo en sus manos con solemnidad—. Es la porción que escondí antes de que llegara el ogro barbudo solo a los ojos de Adrian.

Adrián lo miró. Era bulgogi. Hermoso, jugoso, intacto bulgogi.

—Señorita, esto es...

—No digas nada —lo interrumpió ella, ajustándose un mechón de pelo—. Pero si vuelves a decir que mi comida es 'aceptable', te asignaré a vigilar el baño de hombres en la estación de trenes por un mes.

Él asintió tan rápido que casi se dislocó el cuello.

Mientras Guardaba el bulgogi en su bolsillo secreto para después comer detrás de la limusina, un pensamiento lo consoló:

"Al menos hoy no como pan de plástico... Aunque ahora tengo miedo de saber cómo sabe el jabón de ese baño."

Mia ajustó la correa de su mochila con un movimiento automático, sus dedos rozando el tupper de Seok-woo (el mismo que él rechazaría, como siempre). Bajó la mirada al salir, evitando que vieran el brillo de frustración en sus ojos, y abrió la puerta de la limusina con un clic suave.

El interior del vehículo la sorprendió:

Seok-woo estaba atorado contra la ventana, los brazos cruzados y el ceño fruncido, mientras Min-ji ocupaba el centro del asiento trasero, sonriendo como una niña en Navidad.

—¡Cariño! —Mia iluminó su rostro con una sonrisa de oreja a oreja, fingiendo sorpresa—. ¿Me estabas esperando? ¡Estoy tan feliz!

Seok-woo se tensó como un resorte.

—¡N-no! —tartamudeó, evitando su mirada—. Mi hermana quería... probar la limusina. Dijo que no sabe cuándo la devolverán, y yo... bueno, ¿por qué no? Pero no es por ti. Jamás.

Mia no necesitó palabras. Un rápido intercambio de miradas con Min-ji (quien disimuló un carraspeo) le confirmó la verdad: la pequeña Kim había manipulado la situación.

—Ah, claro —Mia asintió, deslizándose en el asiento con elegancia—. No se preocupen, podremos ir así todos los días. Pero mejor avanzamos... —miró su reloj de pulsera—. El profesor de cálculo no perdona tardanzas.

Adrián, que había estado guardando discretamente los tuppers sobrantes en el maletero, asintió desde el asiento del copiloto.

Seok-woo no perdió el detalle.

—¿Por qué tardaste tanto? —preguntó, señalando hacia afuera—. Vi a uno de tus guardias salir con una bolsa.



#4843 en Novela romántica
#1760 en Otros
#499 en Humor

En el texto hay: drama amor, enemistolover

Editado: 02.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.