Seok-woo se puso de pie, desafiante:
—¿Y qué harás? ¿Obligarme a quererte? Eres patética.
Mia sonrió. Una sonrisa que no llegó a sus ojos entonces Mia finalmente estalló. Las hojas secas crujían bajo sus pies, testigos mudos de su ira acumulada durante un mes entero.
Mia soltó una carcajada amarga que resonó en todo el patio, haciendo que varios estudiantes volvieran la cabeza.
—¡JA! ¿De verdad crees que quiero seguir con esto? —giró bruscamente hacia Adrián, sus ojos brillando con una furia contenida durante demasiado tiempo—. ¿Promesa? ¡NO! —gritó, haciendo eco entre los árboles—. El viento arremolinó las hojas muertas alrededor de ellos como si la naturaleza misma celebrara su liberación verbal. Estoy hasta la coronilla de aguantar a un imbécil que ni siquiera es capaz de confesarle sus sentimientos a la chica que le gusta.
Se acercó a Seok-woo hasta quedar nariz con nariz, su voz bajando a un susurro venenoso:
—Un mes —susurró primero, luego aulló—. ¡UN MES aguantando tus insultos! ¿De verdad piensas que te amo? —escupió las palabras.— Gracias a ti no tuve infancia. A los tres años ya me entrenaban para ser tu perfecta esposita —hizo una reverencia exagerada— mientras tú podías corretear libremente, enamorar a quien te diera la gana y decir lo que se te antojara.
Seok-woo, cara de incredulidad, trató de defenderse:
—Si tanto te molestaba, ¿por qué nunca dijiste nada? ¿Acaso no tienes boca?
La sonrisa de Mia fue glacial.
—Ah, claro, mi opinión —dijo con dulzura falsa—. Como cuando a los cinco años intenté decir que odiaba las clases de etiqueta. ¿Sabes cuál fue mi premio? —apretó los puños— Dos días encerrada sin comer. ¡¿Eso te parece suficiente explicación?! Espero que sí, porque así aprendí que mi voz no importaba. "Sé gentil, sé dulce, sé complaciente" —imitó con voz aguda—. "Lee Mia, cocínale a Seok-woo. Lee Mia, lávale la ropa". ¡Estoy HARTA de tu maldito nombre!
Seok-woo palideció, sin saber cómo reaccionar ante este huracán de emociones que nunca había visto en ella.
—Si estás tan cansada, ¿por qué no te vas? ¿O solo quieres dar lástima?
Mia se echó a reír, un sonido que erizó la piel de todos los presentes.
—No te preocupes, cariño —dijo, limpiándose una lágrima imaginaria—. Solo faltan dos años y me largo de este país, de tu casa, de tu vida. Y sabes qué —su voz se quebró por primera vez— tienes razón. Soy una mentirosa. Porque jamás te amé, y ahora entiendo que he estado perdiendo el tiempo.
El silencio que siguió fue tan espeso que se podía cortar. Hasta Yuna dejó caer su tuppe.
Adrián dio dos pasos hacia adelante, sus botas aplastando las hojas secas con un crujido nervioso.
—Joven ama —su voz sonó más áspera de lo habitual—, la clase de economía aún no termina.
Mia no se detuvo. Su silueta delgada se recortaba contra el cielo plomizo, el viento jugando con los extremos de su bufanda azul.
—No importa —respondió sin volverse—. Ya domino ese tema mejor que el profesor.
El guardaespalda tragó saliva, sus manos abriéndose y cerrándose a los costados como buscando algo que agarrar.
—Pero, joven...
—¡Solo quiero caminar! —Mia giró de golpe, sus mejillas inusualmente rojas, ya fuera por la ira o la fiebre—. Por primera vez en mi vida, quiero sentirme libre. Así que no. Me. Sigan.
Adrián abrió la boca para protestar, pero ella lo fulminó con una mirada.
—¡ES UNA ORDEN!
El grito resonó como un disparo. Hasta los pájaros callaron.
Seok-woo observó cómo se alejaba, sus pasos desiguales dejando marcas en la alfombra de hojas. Por primera vez, algo se retorció en su pecho.
Mia desapareció tras la verja del instituto, dejando atrás un silencio incómodo que pesaba más que el cielo otoñal.
Todos los ojos se clavaron en Seok-woo. Él sintió las miradas como alfileres en la nuca.
—Joven amo —el guardaespalda Adrián se acercó, hablando en voz baja pero firme—. Debería ir tras ella.
Seok-woo se rió con amargura, aunque sus dedos no dejaban de tamborilear contra su muslo.
—¿Yo? Ustedes son sus sombras, ¿no?
—La señorita dio una orden —el guardia bajó la voz aún más—. Si la desobedecemos, perderemos nuestros puestos. Pero usted... es su prometido.
—¡Por favor! —Seok-woo levantó las manos en un gesto de exasperación—. Acaba de decir que no me ama. ¿O se les olvidó escuchar esa parte? Además, no es una inválida.
Adrián apretó los puños.
—Con todo respeto... —respiró hondo—. La señorita está enferma. Este clima la está matando. Cada mañana la encuentro temblando en la cocina, pero aún así se arrastra para prepararle su maldito almuerzo.
Seok-woo se quedó paralizado. Otra vez esa presión en el pecho solo lo sintió al imaginar a Mia —siempre impecable, siempre fuerte— doblada por la fiebre en algún rincón oscuro.
—Ah... —su voz sonó extrañamente ronca—. Noto que te preocupas mucho por ella. ¿Acaso...?
La campana de clases cortó el aire como un cuchillo.
—Vamos —murmuró el guardia, alejándose—. Es hora de entrar.
Nadie mencionó el temblor en las manos de Seok-woo.
El clima empeoraba: el cielo plomizo prometía lluvia, y Mia —ya lejos del instituto— tiritaba sin control. Su fiebre convertía cada aliento en fuego, pero siguió caminando, arrastrando los pies por callejones desconocidos.
Intentó llamar a sus guardias, pero sus manos vacías recordaron su olvido: no tenía bolso, ni teléfono, ni fuerzas.
Un transeúnte apareció entre la neblina. Mia alargó la mano, sus dedos rozaron una chaqueta ajena...
Y entonces, como una marioneta a la que cortan los hilos, se desplomó.
Lo último que vio fue el cielo otoñal, tan gris como sus esperanzas…
Continuara...