Mia se mordió el labio, los pensamientos girando como torbellinos en su mente:
¿Qué dije mientras dormía? ¿Por qué me miraba así? ¿Y por qué... por qué me tomó de la mano como si no quisiera soltarme nunca?
—¿Será que dije algo en sueños anoche? —murmuró para sí misma, clavando la mirada en el suelo como si las respuestas estuvieran escritas allí.
Min-jo inclinó la cabeza, los ojos brillando con curiosidad maliciosa:
—¿Qué dijiste? No te escuché.
—¡Ah! —Mia forzó una sonrisa rápida, casi eléctrica—. Nada, solo que se nos hace tarde para el almuerzo.
—Oh, yo lo preparo —Min-jo agitó la mano con despreocupación, pero Mia la interrumpió con un gesto firme.
—No. Vivo aquí sin pagar ni un won. Lo mínimo que puedo hacer es ayudar —sus palabras sonaron razonables, pero en su mente, la verdad era más cruda: Al menos hasta que pueda largarme de esta farsa.
Las horas transcurrieron entre tareas rutinarias.
Mia cumplió con sus labores diarias con movimientos automáticos, como si su cuerpo funcionara por inercia. Doblar la ropa, ordenar los libros, preparar el desayuno—todo lo hizo sin prestar demasiada atención, su mente ausente, como si algo—o alguien—la mantuviera distraída.
Cuando el reloj marcó la hora de salir, se apresuró. Se vistió con prisas, casi tropezando con el borde de la alfombra al ponerse los zapatos. Se miró al espejo un segundo, ajustándose el pelo con un gesto rápido, antes de darse cuenta de algo:
Adrian no había aparecido en toda la mañana.
No estaba en la cocina tomando café, como solía hacerlo. Tampoco en el jardín, revisando su teléfono con esa expresión impenetrable. Ni siquiera había dejado rastro de su presencia—ni una taza usada, ni una chaqueta olvidada sobre el sofá.
Era extraño.
Pero el tiempo apremiaba, así que sacudió la cabeza, ahuyentando el pensamiento. Quizá solo estaba ocupado, o tal vez Seok-woon lo había enviado a hacer algún recado. No era asunto suyo, después de todo.
Con un último vistazo a su habitación, tomó la mochila del respaldo de la silla y salió al pasillo. Min-jo y Seok-woon ya la esperaban junto a la puerta, listos para partir.
—Vamos —dijo Seok-woon, **mirando el reloj con impaciencia—. O llegaremos tarde.
Mia asintió en silencio, ajustando la correa de su mochila sobre el hombro. Pero, por un instante, no pudo evitar preguntarse…
¿Dónde estaría Adrian?
Justo cuando todos salían, Mia dio un respingo:
—¡Casi olvido el almuerzo!
Seok-woon cruzó los brazos, la voz cargada de sarcasmo:
—Ya te dije que no cocines para mí.
Ella lo miró con una calma demasiado estudiada, como un gato a punto de saltar:
—¿Quién te dijo que esto —levantó la bandeja con el almuerzo de Min-jo— es para ti? Toma, Min-jo. Comida hecha con cariño... para alguien que sí la aprecia.
Min-jo no pudo evitar una carcajada, aprovechando para clavar el cuchillo:
—¡Ja! Hoy comerás ese pan duro de la cafetería, Oppa. Te lo mereces —le guiñó un ojo a Mia—. Ni siquiera has probado su comida, pero te atreves a criticarla. Patético.
Seok-woon echó chispas por los ojos:
—¿De qué lado estás? —bufó—. Ella es la que dice que sería una "esposa perfecta", pero ¿qué clase de esposa llega con un guardaespaldas desconocido y encima deja de cocinar para su prometido?
Min-jo no se inmutó:
—Estoy del lado de quien no actúa como un idiota. Todos te dijimos que fueras a buscarla ayer... y tú, ¿qué hiciste? Nada. Así que deja de quejarte —soltó una risita burlona—. A otros no les importa si está "casada"...
Mia aprovechó para cambiar de tema, mirando a Seok-woon con falsa inocencia:
—¿Para qué desperdiciar comida en alguien que ni siquiera sabe agradecer?
Min-jo salió riéndose, satisfecha como una gata con crema. Mia la siguió, pero no sin antes lanzarle una mirada a Seok-woon que prometía "esto no ha terminado".
Él se quedó atrás, los puños apretados... pero entonces, inesperadamente, una sonrisa casi imperceptible se le escapó.
"Cambió de tema por lo del guardaespaldas...", pensó. "Pero este ambiente... no está tan mal."
Al subir a la limusina, iba listo para otra discusión, pero en ese instante, su mirada se posó en Mia. La luz del sol filtrándose por la ventana iluminó un pequeño lunar bajo su clavícula, y de pronto...
—¡Oppa, prométeme que nunca me olvidarás!
Un dolor agudo le atravesó el cráneo, como si alguien le clavara una aguja en el cerebro.
—¿Qué te pasa? —Min-jo lo agarró del brazo, alarmada.
—Nada. Solo un mareo —mintió, apretando los dientes.
—Toma algo antes de que colapses —le advirtió ella, pero él ya estaba perdido en sus pensamientos.
—Tranquila, lo más seguro es que no es nada.
Al llegar, el guardaespaldas de Mia hizo una señal discreta a sus compañeros, y pronto un pequeño ejército de hombres de negro la seguía a distancia. Min-jo se despidió para ir a su academia, dejando a Mia y Seok-woon caminando juntos... pero separados por un océano de tensión.
En el aula, Mia se sentó en la primera fila, frente al pizarrón. Seok-woon ocupó el asiento justo detrás de ella, observando cómo su pelo caía en cascadas sobre el respaldo de la silla.
Entonces llegaron Yuna y Ji-hoon, los "amigos" entrometidos.
—Hola, Mia~ —Yuna canturreó, con una sonrisa de víbora—. ¿Cómo te fue ayer?
Mia giró la cabeza, su sonrisa tan falsa como un billete de tres dólares:
—Todo bien, gracias.
—¿Segura? —Ji-hoon intervino—. Tu guardaespaldas dijo que no conoces bien el país...
—Sí, pero llegué sana y salva —respondió Mia, ignorando cómo Seok-woon tensó los nudillos al oírlo.
—¡Ja! —él no pudo contenerse—. ¿"Sana y salva"? Más bien "sana, salva... y bien acompañada".