Capitulo 16

—Pero joven... ¿no fue usted mismo quien dijo que ella no significaba nada? Lo dijo frente a todos. Ese día. Con esa misma voz fría. Que no eran nada... ¿o me equivoco?

Las palabras de Adrian no fueron un simple recordatorio. Fueron cuchillas. Seok-woo sintió cómo cada sílaba se le clavaba en el pecho como si le arrancaran el aire y le inyectaran fuego. Y entonces, como una avalancha que no se puede detener, lo vio todo: Cada rechazo. Cada palabra cortante. Cada mirada que evitó. Cada vez que fingió que Mia no le importaba... cuando en realidad, lo estaba destruyendo por dentro.

Un nudo se le formó en la garganta. El orgullo le temblaba. —Ahhh… —fue todo lo que logró decir. Y en ese suspiro... no solo se le escapó la voz. Se le escapó el alma.

Justo cuando por fin iba a hablar, a decir algo —lo que fuera—, Mia lo interrumpió con una voz tan afilada como su mirada.

—Tiene razón —dijo, sin pestañear—. Siempre dejaste claro que querías que me alejara. ¿Y ahora vienes con celos estúpidos? ¿Ahora sí te importo?

—No... no son celos estúpidos. Es solo que... mmm... —balbuceó Seok-woo, buscando palabras que no encontraba ni en su corazón ni en su cabeza.

—Olvídalo. Ya no quiero hablar de esto —dijo Mia, girándose hacia la puerta—. Necesito salir de aquí. Respirar el mismo aire que tú ya me está afectando.

—Pero la próxima clase empieza en una hora —comentó Ji Hoo, con tono neutro, como si intentara salvar lo poco que quedaba del ambiente.

Mia asintió con la cabeza, sin decir nada. Fue su forma de decir: “Sí, llegaré a tiempo. Pero no me sigan.” Adrian, como si fuera un chicle pegado al zapato, intentó seguirla discretamente. Pero la mirada de muerte que Mia le lanzó lo dejó congelado en el sitio. —Ni lo intentes —parecía decirle con los ojos. Adrian tragó saliva y se quedó donde estaba, fingiendo que admiraba una grieta en la pared.

Mia salió del salón con pasos firmes, como si cada pisada llevara el peso de su rabia. El aire del pasillo no era suficiente. Necesitaba espacio. Ruido. Vida. —“Mejor pienso en otra cosa” —se dijo a sí misma, sacudiendo la cabeza—. “Voy a ver el juego.”

El campo estaba vivo. La brisa fresca acariciaba su rostro. Los gritos de los jugadores, el sonido seco de los bates golpeando la pelota, las risas del público, el crujir de los zapatos sobre la tierra... todo eso la envolvió como una manta cálida. Por fin, algo de paz.

Encontró una pequeña colina bajo la sombra de un árbol. Se sentó en el césped, cerró los ojos y respiró hondo. —“Esto sí es aire” —pensó, dejando que el viento le despeinara el alma.

Pero la paz no duró mucho.

Las hojas crujieron detrás de ella. Alguien se acercaba. Una chica de sonrisa radiante y energía chispeante apareció como si la hubiera invocado el sol.

—¡Hola! ¿Eres nueva aquí?

—Sí —respondió Mia, aún con la voz suave—. Llevo unos pocos días en el instituto.

—¡Entonces es un placer conocerte! —dijo la chica, sentándose a su lado sin pedir permiso—. Me llamo Yeo Joo-da. ¿Pero qué haces aquí sola? ¿Te escondes de alguien? ¿O solo estás huyendo del drama?

Mia soltó una risa breve, la primera en horas. —Solo necesitaba respirar un poco de aire libre... y sí, tal vez huir del drama también.

—Ahhh, el aire libre y el drama... los dos grandes pilares de la vida escolar —bromeó Joo-da, guiñándole un ojo.

Pero justo cuando Mia pensaba que por fin podía relajarse, el destino —o el béisbol— decidió intervenir.

Un bateador conectó la pelota con tanta fuerza que esta salió disparada como un misil directo hacia ellas.

—¡¿Qué demonios...?! —gritó Joo-da, agachándose de inmediato.

Mia apenas alcanzó a girar la cabeza cuando escuchó una voz desesperada:

—¡¡¡CUIDADO!!!

Seok-woo, que venía caminando por el borde del campo, vio la pelota volando directo hacia Mia. Sin pensarlo, corrió. Corrió como si su vida dependiera de ello. Como si pudiera redimirse con una sola atrapada.

Continuara...