Lee Mia apenas logró girar la cabeza cuando una voz desgarrada cortó el aire:
—¡¡¡CUIDADO!!!
Seok-woo, caminando por el borde del campo, vio la pelota de béisbol volando como un proyectil directo hacia Mia. No lo pensó. Corrió. Corrió con todo lo que tenía, como si en esa carrera pudiera redimirse, como si al atraparla pudiera evitar otro tipo de heridas más profundas.
Pero Mia fue más rápida. En un reflejo felino, jaló a Yeo Joo-da por el brazo, la atrajo hacia sí y extendió su mano en el aire: ¡clap! La pelota quedó atrapada en sus dedos como si la escena fuera sacada de una película. Seok-woo frenó en seco, clavando los pies en el césped. Desde su perspectiva, Mia acababa de robarle su acto heroico. Lo que vio fue una hazaña inesperadamente poética.
Mia cambió la pelota de mano y movió los dedos como asegurándose de que todo estaba en orden. Después, alejó con cuidado a Joo-da de su cuerpo. La chica, aún aturdida, la tomó de la mano y soltó con entusiasmo:
—¡Kyaaaa! ¡Actuaste como todo un caballero! Por un momento me sentí como una princesa encantada. Dios, sentí mariposas… ¡Qué momento tan romántico!
Pero la dulzura duró poco. Joo-da se levantó de golpe, giró hacia los chicos que jugaban y gritó con fuerza teatral:
—¡Oigan, idiotas! ¡¿Están locos?! ¡Casi me dejan inválida! Si no fuera por mi hermoso caballero…
Mia, observando la escena con incredulidad, soltó una risa de esas que no se escuchan todos los días. No era escandalosa. Era elegante. Sonaba como un tintineo de copas en una gala. Y tenía ese efecto misterioso: al que la escuchaba, le nacía una sonrisa sin darse cuenta.
—Y además... ríes como toda una dama de alta sociedad. ¡Debes ser rica! —soltó Joo-da dramáticamente—. Ahora quiero ser tu amiga. Compárteme un poco de esa riqueza, reina. Creo que eres la protagonista secreta de alguna historia de romance imposible.
Mia, ya sin poder contenerse, rompió en carcajadas. Joo-da era una caja de sorpresas.
—Jajaja, eres muy peculiar. Cambias de expresión como si tuvieras un botón de emociones. Y eres demasiado sincera... me gusta eso —dijo Mia, limpiándose una lágrima de la risa—. Creo que sí seremos grandes amigas.
—¡Sip! Todos me lo dicen, pero tú lo dices como si fuera un halago refinado. Tu voz y tu risa son preciosas —dijo Joo-da mientras se sentaba nuevamente, y sin dudar, apoyó su cabeza en el hombro de Mia como si fueran mejores amigas de toda la vida.
—Entonces… ahora sí me dirás tu nombre, ¿no?
—Me puedes decir Mia.
—¡Qué emoción! Estaba toda triste, sola... —hizo un puchero digno de teatro—. Pero ahora no. Tengo una nueva amiga rica. Por cierto... ¿no tienes hambre? Jajaja.
—¡Jajaja! —Mia lanzó una carcajada que resonó como campanitas—. Veo que no tienes filtro para hablar. ¿Qué se te antoja?
En ese instante, uno de los chicos del campo se acercó a ellas, visiblemente avergonzado.
—Perdón... ¿están bien? De verdad, lo siento mucho —dijo, rascándose la nuca.
Mia le lanzó la pelota suavemente, mostrando que todo estaba bien. El chico la atrapó torpemente, sorprendido.
—¡Oye! ¿Quisieras jugar? Normalmente no jugamos con chicas sin embargo, ¡Esa atrapada fue increíble!
Pero antes de que Mia pudiera decir algo, Joo-da explotó:
—¿¡Serás idiota!? ¡Casi nos matas! Y ahora vienes con "¿quieres jugar?" ¡Obvio que no! ¡¿Qué les pasa a los hombres?! ¿Tienen el cerebro en la gorra?
El chico, rojo como un semáforo, se marchó murmurando disculpas. Seok-woo apareció en escena como si nada hubiera pasado.
—¿Estás bien? —preguntó con tono serio.
Joo-da lo observó. Lo escaneó de pies a cabeza, como si fuera una ficha en catálogo.
—¿Y tú quién eres? —preguntó curiosa—. Eres lindo... ¿estás soltero?
Mia, mientras tanto, sacó una botella de agua para aliviar la garganta reseca.
—No. Estoy comprometido con la chica de allí —respondió Seok-woo, señalando a Mia con decisión.
La botella casi se le fue por la tráquea. Mia se atragantó, se levantó de golpe y le lanzó el agua directo a la cara.
—¿¡Estoy soñando!? ¿Por qué demonios lo dices así?
Seok-woo, empapado pero imperturbable, cerró los ojos y se limpió el rostro con la mano. Su respuesta fue tan absurda que provocó otra ola de risas.
—No se supone que, si estás soñando, tú eres quien debería echarse el agua. ¿Por qué me la tiras a mí?
—¡Porque no quiero mojarme! —replicó Mia—. Y además, si tú decías algo, ya sabía que no era un sueño.
Joo-da soltó una risa de esas que vienen desde el estómago, profunda y explosiva. Terminó con un pequeño ronquido al final que ella misma celebró.
—¡Jajaja! Qué linda pareja. Son como esas novelas donde primero se odian y luego se besan en la lluvia.
No pasó mucho tiempo antes de que Adrian llegara. Lo primero que notó fue el desastre en el rostro de Seok-woo, y la calma radiante en Mia. Esta vez, los roles estaban invertidos. Sonrió de lado, como si disfrutara del cambio de escenario.
—¿Qué pasó aquí?
Mia se encogió de hombros sin palabras. Adrian sacó un pañuelo y se lo ofreció a Mia para que se secara los labios. Seok-woo resopló.
—¿No ves que yo estoy empapado? —protestó—. Mejor dame ese pañuelo… aunque supongo que tiene tu aroma espantoso.
Sacó su propio pañuelo, le quitó el de Adrian a Mia y secó él mismo su boca. Luego, con un guiño travieso, le dejó su trapo en la mano.
Adrian estiró la mano, indignado:
—¿Me lo devuelves?
—Claro, con gusto. —Seok-woo sacudió su nariz teatralmente—. Pero primero déjame secarme la cara… También me entró agua por ahí. Toma, disculpa.
Adrian lo tomó con dos dedos, como quien recoge un calcetín ajeno, y su expresión lo decía todo: odio contenido, y resignación.
—¡Kyaa! —exclamó Joo-da—. ¡Es la primera vez que veo un triángulo amoroso en vivo! Esto está mejor que cualquier drama coreano.
Luego, como siempre, giró hacia Adrian con la misma curiosidad felina, lo miró de arriba abajo, le dio una vuelta completa y preguntó: