El timbre de salida resonó por los pasillos como una liberación masiva. Estudiantes salieron disparados como si el edificio estuviera en llamas, mochilas al hombro, gritos de libertad y planes para no hacer la tarea.
Mia se quedó sentada un momento más, tamborileando los dedos sobre su celular. Un mensaje de su tío brillaba en la pantalla:
"No faltes a la cena. No te olvides de llevar a tu GRAN AMOR."
Sus labios se torcieron en una mezcla de fastidio y resignación. —¿Otra vez con eso? —murmuró—. Aun así, se levantó. —Bueno, debe estar por ahí... —dijo con sarcasmo—. Le tendré que avisar que es una de las citas imaginarias.
Al salir del aula, el universo pareció conspirar contra ella. Literalmente. Porque allí estaban.
Seok-woo y Yuna. Apoyados contra los lockers. Riendo. Como si fueran los protagonistas de una comedia romántica con presupuesto de Netflix. Sus cabezas estaban tan cerca que Mia juraría que compartían oxígeno. Y la sonrisa de él —tan genuina, tan despreocupada— le quemó el alma como si fuera ácido con glitter.
Mia bajó la mirada. Y lo vio. En la mano de Yuna: el muffin. El maldito muffin.
—¡Ja! Primero me dice que por qué se lo doy, y después se va a coquetear con ella. ¿Acaso no era obvio? —murmuró, apretando el celular como si fuera una granada emocional.
Escribió con furia:
"Perdí. Nos vemos en la cena."
Se dio la vuelta con dramatismo digno de telenovela. Pero no vio el basurero frente a ella. Su pie chocó contra el metal con un estruendo que hizo que tres estudiantes se giraran, dos se rieran y uno dijera “¡ouch!” por empatía.
Mia contuvo un grito. —¡Perfecto! Ahora tengo el corazón roto y el pie roto. ¿Qué sigue? ¿Una lluvia dramática?
Pero entonces… algo no cuadraba. Volvió a mirar.
Yuna no tenía el muffin. Era una botella de jugo. Y no estaban tan cerca. De hecho, había como medio metro entre ellos. Y Seok-woo ni siquiera estaba sonriendo. Estaba explicando algo con cara de “esto es más complicado que álgebra”.
Mia parpadeó. —¿Qué…?
Seok-woo se giró justo en ese momento y la vio. Le sonrió. Pero no una sonrisa de coqueteo. Una de esas sonrisas que dicen “¿estás bien?” sin decirlo.
Mia se congeló. —¡No! ¡No me mires con esa cara! —murmuró, dándose la vuelta otra vez, esta vez con más cuidado de no patear mobiliario escolar.
Mientras cojeaba hacia la salida, pensó: —¿Y si todo fue mi imaginación? ¿Y si estoy tan confundida que ya invento escenas dignas de novela? —¡No! ¡No me estoy enamorando! ¡Estoy molesta! ¡Molesta!
Pero su pie seguía doliendo. Y su corazón también. Y eso sí que no era imaginación.
Soltó un suspiro mientras giraba en círculos, mirando cada esquina como si esperara que la tienda apareciera por arte de magia. —¿Dónde está esa estúpida tienda? —gruñó, sacando el celular como si fuera su última esperanza.
Marcó a Adrián. Ni siquiera terminó el segundo repique cuando él respondió.
—Sí... ¿Está hablando con su protector personal?
—Ja, qué risa. bufó ella, cojeando levemente- ¿Protector tú? Hace rato casi me fracturo el pie porque no te vi. ¿Dónde estabas cuando el basurero me atacó?
El tono al otro lado cambió al instante. Serio. Tensión repentina.
—¿Qué pasó? —preguntó.
—No vi un maldito bote de basura. Lo pateé. Me dolió. Fin de la historia trágica.
Silencio. Luego, una carcajada tan estruendosa que Mia tuvo que alejar el teléfono de su oído. —¡Jajajajaja! ¿Cómo que no lo viste? ¡Son gigantes! ¿Le busco una cita con el oftalmólogo, señorita distraída? ¿O prefiere un guía turístico para caminar por la ciudad?
Mia sintió que el calor de la vergüenza le subía por el cuello. Él seguía riendo.
—¡Oye, idiota! No te rías. En serio, me duele el pie. Creo que el basurero ganó esta batalla.
—Dígame dónde está. Voy para allá. Su voz cambió de inmediato, como si activara el modo “rescate express”.
Mia sonrió, a pesar del dolor. —Estoy cerca del centro comercial, al lado de una tienda que probablemente no existe. Si ves una chica cojeando con dignidad, esa soy yo.
—Perfecto. En cinco minutos llego. Y traigo hielo... para el pie. Y dignidad extra, por si se te acaba.
—Idiota... —murmuró, pero no colgó. Porque a veces, tener un protector que se ríe de ti es justo lo que necesitas.
No habían pasado ni quince minutos cuando Mia, cansada de dar vueltas como satélite sin señal, decidió sentarse en una banca. El sol comenzaba a bajar, y ella tamborileaba los dedos sobre su rodilla, esperando a que apareciera su “protector” con estilo.
A lo lejos, un joven corría entre la gente, mirando a los alrededores como si buscara a alguien que se le hubiera escapado del corazón. Hasta que sus miradas se cruzaron. Adrián. Y al ver los ojos de Mia, soltó una carcajada que parecía venir desde el estómago.
—¡Señorita distraída! Aquí está su caballero con hielo —dijo, levantando una bolsita como si fuera un trofeo olímpico.
Esa frase, tan absurda y tan oportuna, provocó en Mia una risa espontánea. Una de esas risas que no se planean. Una que te hace olvidar el dolor, el orgullo… y hasta el basurero asesino.
—¿Y bien, señorita? ¿Qué hace aquí, sentada como princesa exiliada?
—Es por la cena de hoy en tu casa —respondió Mia, aún con la sonrisa medio viva.
—Ohhh, me entero que hoy cenan en mi casa. ¿Y eso qué tiene que ver con que estés aquí, en modo drama?
—Perdí —dijo Mia, con tono refunfuñón y mirada de derrota épica.
—¿Cómo? ¿Ya te rendiste? ¡Jajajaja! Señorita, pero se rindió muy rápido. Eso no es normal en usted. ¿Dónde está la guerrera que me empujó por llamar “hermosa” a otra chica?
—Deja de decir tonterías y dime dónde está esa tienda —gruñó, cruzándose de brazos.
—¿Cómo era la apuesta con tu tío? Refresca mi memoria, por favor. Me encanta el drama con contexto.