Prometo no amarte

Capítulo 1. Adam Black

 

Si te gusta la historia, me ayudarías muchísimo comentando el capítulo. Muchas gracias por tu lectura.

 

________________________________________________________________________________

C A P Í T U L O 1

A D A M  B L A C K

________________________________________________________________________________

 

 

Ese día, Adam Black había decidido suicidarse.

 

*

 

La comunicación humana era una farsa.

Lo había descubierto a partir de los diez años, cuando su tendencia al mutismo selectivo se fue afianzando en su personalidad hasta que, al llegar a los diecisiete, ya no se molestaba en hacerse entender y le dejaba a la suposición todo el trabajo.

Funcionaba cuando sus compañeros de clase se ubicaban a su lado y parloteaban para, de vez en cuando, entender lo que quisieran de los monosílabos con los que él aportaba a la conversación. Funcionaba cuando las chicas del instituto significaban sus silencios atribuyéndoles una profundidad que iba acompañada de adjetivos como misterioso, atrayente y secreto. Sus silencios no guardaban misterios, eran un cascarón hueco, pero Adam no tenía que abrir la boca y ellas eran felices con sus fantasías.

Era una lástima que no fuese capaz aún de adoptar el completo mutismo frente a su familia, junto a los cuales se encontraba en una de las mesas del aclamado restaurante El Halcón de Oro. Tres estrellas Michelin, uno de los mejores chefs del mundo, platos enormes y bocados diminutos, junto a la presencia de dos de sus hermanos mayores, y sus padres, era una combinación perfecta para inclinar a cualquiera a la autoeliminación.

―La primera entrada son unos escargots de bourgogne beurrés ―explicó el mesero―. Son caracoles cocinados en nuestro caldo condimentado con una receta especial, rellenos de mantequilla aromatizada con chalotas y...

―¿Podrías limitarte a servir los platos y largarte? ―ladró Brett, uno de sus hermanos.

El mesero no disimuló su rostro descompuesto. No debía haber recibido una descortesía así en su vida, porque giró su mirada hacia Andrew Black, el padre de familia, en busca de auxilio, pero este reafirmó la acritud de su hijo con su gesto pétreo. El chico estuvo a punto de alejarse cuando Leon, el hijo mayor, lo detuvo.

―Disculpa a mi hermano ―pidió con la barbilla descansando entre sus manos entrelazadas―. Tiene un problema mental.

―¡¿Qué dijiste?! ―se exaltó Brett.

―Basta los dos ―sentenció su padre―. Y tú, Leon, no digas idioteces, tú hermano no está trastornado y no necesita más escándalos.

―Yo no dije que tuviera un trastorno mental, dije que tenía un problema mental. Estaremos de acuerdo en que la estupidez es un problema.

―Dígame, ¿tiene vino sin uvas?

La última que habló fue Olivia Black, su madre, tan imperturbable a los conflictos internos de su familia como Adam añoraba ser.

―S-señora, el vino...

―Olvídelo, retírese y tráigame su mejor champán.

El joven se congeló durante algunos segundos, luego procedió a escapar. Adam lo siguió con la mirada hasta que desapareció por una puerta.

Regresó su atención a la mesa y observó de soslayo a cada uno de los presentes. Su familia estaba conformada por seres con problemas de personalidad, cada uno más egocéntrico que el anterior, y con tanto poder que ningún psicólogo se atrevería a diagnosticarlos. De cualquier manera, no podría, su padre les tenía prohibido asistir a cualquier tipo de servicio médico que no fuera parte del equipo especial de la familia Black. El acompañamiento terapéutico estaba por completo descartado.

―Para una vez que nos invitas, podríamos ir a comer algo mejor que esto. Una hamburguesa de un dólar o algo así ―se quejó Brett.

Estaba de acuerdo. Caracoles significaban comida francesa, y él odiaba la comida francesa. No por el sabor, sino porque los menús eran desfiles interminables de platos que se servían uno a uno, y así no podía atragantarse con lo que le pusieran para luego pedirle a su familia que lo disculparan pero debía huir de su compañía.

Brett se echó el caracol a la boca, no sin antes forcejear con la pinza para sacarlo de su escondite, y frunció el entrecejo. Leon, en cambio, tradujo el sabor en su paladar a una mueca de satisfacción.

―Esta comida es una experiencia sensorial, lo que busca es generar reacciones inusuales en el comensal, no está hecha para hartarse ―explicó su hermano mayor.

―Eso es una excusa para cobrar cien veces el precio de los ingredientes, niño listo.

―Lo que quiero decir, Brett ―agregó Leon―, es que para disfrutar esta comida hay que entenderla, y tú eres muy estúpido para eso.

―Chicos, chicos ―intervino su madre―. ¿Por qué no aprovechamos esta rara ocasión para conversar tranquilamente?

―Tienes razón, madre, lo siento ―se disculpó Leon, y procedió a clavarle su atención a Adam, que casi retrocedió en su silla―. ¿Qué tal si nos cuentas por qué llevas ese abrigo enorme?

Leon nunca hablaba sin una intención y se supo torpe al haber creído que podía evadir su vigilancia. Como respuesta, escondió sus muñecas, peligrosamente delgadas, en las mangas del abrigo.

Planeaba ignorarlo, pero la mirada insistente de su familia lo obligó a hablar.

―Tengo gripe.

Su padre soltó un sonido de reprobación.

―Cuando estás centrado en lo que quieres, no te resfrías. Por eso hay cada vez más enfermos, es una generación de hombres débiles. Yo soy un viejo y no he ido al hospital en décadas, no debo de haber tenido una gripe en años. Ustedes que son jóvenes no deberían verlo como una posibilidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.