Si te gusta la historia, me ayudas mucho comentando el capítulo. Muchas gracias por tu lectura.
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C A P Í T U L O 3
S O L O U N F A V O R
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Estela soportó lo mejor que pudo las muecas de dolor que querían invadir su rostro cada que movía su pie para dar un paso. Con los minutos, las punzadas se volvieron soportables, pero avanzar no dejó de ser una tortura. Lo único que le impedía dejarse caer en cualquier sitio era el joven a su lado, el cual no parecía prestar atención a la gama de emociones que se asomaban por el rostro de la chica a la que acompañaba.
Le había ofrecido ayuda antes de que empezaran a caminar rumbo a la enfermería del colegio, y ante una negativa había optado por quedarse a su lado, sin decir palabra. Si el dolor no le imposibilitara concentrarse en cualquier otra cosa, Estela estaría sorprendida por el extraño giro que había dado su día.
Nunca, ni en sus más retorcidos sueños, se habría imaginado caminando junto a Adam Black después de que las amigas de él le dieran una paliza.
Se olvidó de extrañezas, de cualquier modo, cuando llegaron a su destino y pudo sentarse en una de las camas. Un par de lágrimas que había estado sosteniendo resbalaron por sus mejillas, pero se apresuró a limpiarlas.
Más tranquila, dio un vistazo alrededor, curiosa. Era la primera vez que entraba a la enfermería, siempre tenía el cuidado de llevar un par de pastillas por si las necesitaba, porque no confiaba en que el personal de salud la fuese a tratar de manera distinta a la mayoría del profesorado, que solo la ignoraban en el mejor de los casos. El sitio era todo blanco, las paredes, las sábanas de las tres camas, el mueble de las medicinas e incluso los manteles de un par de mesitas vacías. También había una camilla, pero estaba desarmada y recostada en la pared de fondo.
El aire se sentía encapsulado, daba la impresión de que no se había atendido a nadie en ese lugar desde que se construyó el colegio. A pesar de eso, estaba ordenado y todo parecía limpio y costoso, algo esperable en un centro educativo que se jactaba de «encontrar a sus hijos con otros jóvenes de las mejores familias del país», como decían los folletos que le habían entregado dentro del resto de papeles cuando le comunicaron que habían aprobado su solicitud de beca.
Estela suspiró al recordar lo feliz que se había sentido en ese momento, con la ilusión de encontrar grandes amigos retumbando en su pecho.
―¿N-no nos regañan p-por estar aquí?
Su rostro se tiñó de rojo por la vergüenza de escuchar sus palabras amontonándose unas contras otras.
Adam Black, que abría cajones y revisaba las medicinas con tanta tranquilidad como si él fuese el médico, ignoró ese detalle o fingió hacerlo.
―Nunca hay nadie a esta hora ―contestó con esa voz sedosa que no dejaba claras sus intenciones―. Si tienes suerte, puedes encontrar alguna enfermera durante la mañana.
Terminó su búsqueda y le tendió unas vendas y un ungüento para que los sostuviera. Después, se acercó al lavado que estaba a un lado de la puerta y se quitó el abrigo que llevaba para limpiarse las manos. A Estela le habría hecho gracia la escena sino fuese porque un par de botones desabrochados en la camisa del chico, le revelaron un aspecto al que antes no le había prestado atención.
Adam Black era delgado, delgado a ese extremo que rozaba la desnutrición. Sus clavículas marcadas y la manera en que sus muñecas parecían estar a punto de romperse eran evidencias que horrorizarían a cualquiera. Además, parte de sus brazos estaban cubiertos por cicatrices demasiado rectas para haber sido causadas por golpes casuales.
Apartó la mirada cuando él se acercó a la cama y se arrodilló frente a ella. No alcanzó a decirle nada antes de que tomara un paño húmedo y comenzara a limpiar los restos de suciedad y sangre sobre su piel. Ella soportó varias muecas de dolor, pero no contuvo un grito cuando el paño se posó sobre la herida expuesta de su espinilla.
―D-duele ―se quejó.
Él no varió su gesto.
―Es lo que pasa cuando dejas que te golpeen.
Estela esquivó la acusación: no esperaba que Adam Black la entendiera.
―Puedes… hacerlo con más suavidad ―susurró para evitar tartamudear.
―Es lo mismo ―contestó él―. Dentro de una hora no importará si lo hice lento o no, es mejor terminar rápido con estas cosas.
Las manos de él empezaron a moverse con cuidado, a pesar de sus palabras.
Estela no agregó más y admiró la figura silenciosa del joven que entrecerraba los ojos, concentrado. Se descubrió adorando la forma en que sus pestañas largas, de color claro, daban la impresión de acariciar sus mejillas.
―Es importante ―continuó Estela después de un rato―. Aunque dentro de una hora sea lo mismo, si lo haces con rudeza, se creará un recuerdo triste. M-me refiero ―aclaró―, si yo sufriera mientras me tratas esa herida, cuando recuerde este momento, entonces me sentiría mal. En cambio, al recordar este día, voy a estar feliz porque fuiste cuidadoso cuando te lo pedí.