Prometo no amarte

Capítulo 4. White diamond

 

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C A P Í T U L O 4

W H I T E  D I A M O N D

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La mañana siguiente a la emboscada, Estela se levantó con un humor inusual. Nadie estaría emocionado por regresar al colegio después del incidente del día anterior, pero tampoco se sentía pesimista.

Adam Black se había encargado de dejarla en la puerta de su casa y, aunque el mutismo había protagonizado el trayecto, pudo concluir que no la odiaba y no pensaba enlistarse en ninguna otra maldad contra ella. Eso la hizo sentir feliz, lo suficiente para su reflejo le devolviera una sonrisa mientras se peinaba frente al espejo.

Fue un gesto fugaz que desapareció cuando se acercó y tomó las vendas blancas que estaban sobre el colchón para anudárselas bajo el pecho. Una vez colocadas, cubrió su busto en un par de vueltas presionando con fuerza para intentar reducir su tamaño y que llamaran lo menos posible la atención.

A partir de los catorce años su desarrollo se había adelantado al de otras chicas de su edad, y hacía unos meses había optado por tratar de engañar a las miradas con aquel método. Los primeros minutos se sentía sofocada, pero después de un rato se olvidaba de ellas, y prefería eso a llevar una chaqueta enorme que la hacía sudar.

Estela no odiaba su cuerpo, sabía que era hermosa con su figura curvilínea y su rostro de facciones típicamente atractivas. Hacía algunos años no temía mostrarse y sentirse halagada por la atención de los chicos de su antiguo colegio, pero el tiempo había convertido su belleza en una maldición que la exponía a intenciones que la aterrorizaban.

Conforme crecía, las experiencias transformaron su timidez tierna en una introversión temerosa, expectante de la tragedia. Su paso tranquilo había optado por encorvarse para pasar desapercibido y sus brazos se mantenían casi en cualquier ocasión al frente, como defensa.

Terminó de vestirse y se miró de cuerpo entero. El vidrio estaba gastado por el paso de los años y la base que lo sostenía podría romperse cualquier día, pero era suficiente para que le devolviera la imagen de su atuendo. La falda le llegaba hasta debajo de las rodillas y la blusa era holgada. Se suponía que el colegio repartía los uniformes en tallas grandes y sin detalles para que cada alumno pudiese modificarlo a su medida, lo cual no era problema para las familias adineradas, pero Estela se había conformado con lo genérico.

Se preguntó si esa había sido la primera pieza del dominó que empezó a derrumbarse sobre ella. Quizá si se hubiese mostrado como una chica más a la moda, con sus curvas insinuadas y hasta un botón perdido en su escote, el que fuese becada no hubiera sido relevante.

Quizá sería lo mismo.

No importaba. Solo faltaban unos meses para los exámenes finales y su graduación. Con sus notas y la referencia de la directora conseguiría otra beca para la universidad y podría dar por terminada esa etapa de su vida. Entonces, esos días serían recuerdos amargos que revivirían solo en charlas en las que se hablaría de lo terrible que fue el colegio, y quedarían enterrados al siguiente tema de conversación.

Era su única esperanza.

 

*

 

Una vez en el instituto, se apresuró a refugiarse en el aula de su primera clase, y mantuvo ese ritmo hasta que llegó la última hora antes del almuerzo. No compartía grupo con Grace y su séquito, así que evitaba los pasillos en la medida de lo posible para no encontrarse con ellas.

―Oye, perturbada.

Claro que eso no significaba que no tuviera problemas con los que sí compartía grupo.

El profesor había salido hacía varios minutos, así que Dylan, uno de sus compañeros, aprovechó para colocarse frente a su mesa. Tocó la madera sintética con la punta de sus dedos y la miró desde arriba, como si quisiera remarcar una posición de poder.

Dylan era uno de esos tipos que se sabía atractivo, con su cabello negro y sus ojos verdes, que además se pavoneaba por su cuerpo, más musculoso que el del resto de los estudiantes, el cual le daba esa apariencia de hombre mayor que destacaba en medio de los rasgos todavía infantiles de muchos adolescentes.

―El otro día tenías una marca en la mejilla y ahora llegas cojeando. En verdad me gustaría ver qué es lo que haces por las noches ―le dijo con una sonrisa maliciosa―. Debes tener una vida muy interesante.

―M-me caí.

―¿Encima de un boxeador?

Estela frunció el ceño, pero no agregó nada. Dylan era esa clase de persona que se dignaba a dirigirle la palabra en ocasiones, y que en un inicio creyó buscaba ser amigable, pero después de verlo como parte del grupo que se reía de las bromas crueles que le hacían le quedó claro que solo disfrutaba del espectáculo que era decirle cualquier cosa con la seguridad de que no podría defenderse si quería conservar su beca.

―No pongas esa cara, solo estoy bromeando.




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