Prometo no amarte

Capítulo 7. Vivir en un sueño

 

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C A P Í T U L O  7

V I V I R  E N  U N  S U E Ñ O

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―No pongas esa cara, solo está dormido.

Estela se giró hacia el doctor que había dicho aquello y asintió. Regresó su vista hacia Adam, quien estaba acostado con una intravenosa colocada en el dorso de su mano y mantenía una expresión intranquila, incluso dormido.

Los latidos de su corazón no se habían regulado desde que el muchacho se derribó sobre ella sin responder a sus llamados insistentes. Cuando comprobó que harían falta más que palabras para despertarlo, corrió hasta la recepción que estaba en el primer piso de apartamentos y pidió ayuda. Como era de esperar en un lugar así, el edificio tenía una enfermería en ese mismo piso, así que no tardaron en atenderlo.

―¿Tú eres su novia? ―le preguntó el doctor.

Era una persona joven, de carácter afable, más accesible que el resto de los empleados del lugar, demasiado formales.

―N-no, señor.

―¿Es un amigo?

―Supongo ―susurró.

Él la miró de arriba abajo, analizándola. Parecía decidirse sobre si decir algo o guardar silencio.

―¿Qué te pasó en la cara?

―Me p-peleé con alguien en el colegio ―respondió sabiendo que la silueta de los dedos de su padre decoraba su piel maltratada.

No planeaba presentar una denuncia o hablar de más hasta terminar su conversación con Adam. Incluso entonces, era probable que no hiciera nada. Desconfiaba de los servicios sociales a donde de seguro la remitirían si pedía ayuda, y ya estaba decidida a soportar hasta conseguir una beca en una universidad. Cualquier asunto legal de por medio podría destruir su sueño.

―No deberías dejar que te lastimen así. No puedo tratarte porque eres menor de edad y no tengo autorización, pero te daré un ungüento de uso general para que te lo apliques en las noches.

―Gracias, señor.

Recibió una bolsa de papel con la medicina para el golpe y después de una explicación breve sobre cómo administrarla, el silencio los rodeó. Le dio un repaso con la mirada al sitio, que no era tan extenso como otras salas, pero que contaba con todo el equipamiento necesario para al menos mantener a unas seis personas estables si se presentaba una emergencia.

Estela, que no planeaba agregar más, no pudo contenerse al observar el gesto de dolor que cruzó el rostro de Adam.

―¿De verdad está bien?

El hombre observó también al paciente y suspiró.

―No exactamente.

Ella lo miró preocupada.

―Ahora solo está dormido, pero está deshidratado y desnutrido. El desmayo no fue un episodio aislado, aunque ahora se mejore, no va a pasar mucho tiempo antes de que presente consecuencias irreparables en su salud a mediano y largo plazo. ―El hombre le dio otro vistazo y se decidió a continuar―. Tú también estás muy delgada. Mira, no sé lo que están haciendo tú y este chico, pero aunque haya cosas que pueden parecer fáciles y rápidas ahora, no los van a llevar a nada bueno.

Ella tardó unos segundos en entender a qué se refería el doctor, cuando lo hizo, sus mejillas se calentaron. Alzó su mano para detallar su muñeca y los dedos de su mano y se cuestionó si se veía tan delgada.

―N-no... nosotros no hacemos nada de lo que está pensando, de verdad.

El hombre frunció el ceño, pero no insistió.

―Está bien, no quiero ser intrusivo, pero si este chico es tu amigo y te preocupas por él, deberías motivarlo a que cambie sus hábitos. Por el momento, tengo que comunicarme con su padre para informarle sobre lo que ocurrió.

―¿Puede ver esa pared a la izquierda?

Ambos se giraron sorprendidos al escuchar la voz del paciente, que señaló la pared con su índice.

―Puede intentar conversar con esa pared, así practicaría para la respuesta que obtendrá de mi padre.

El hombre parecía acostumbrado a los desplantes del adolescente.

―Lo he estado llamando, pero no responde.

―No contestar es su respuesta.

―Tengo otro número para emergencias ―explicó alzando una carpeta―. Es de tu hermano mayor, Leon, voy a probar con él.

Al escuchar el nombre, Adam se sentó sobre la cama como si se hubiese activado un resorte en su espalda.

―Si se atreve a llamarlo, le prometo que voy a decir cualquier cosa con tal de que lo despidan.

Un silencio desagradable se extendió por el lugar como una infección. Estela tragó saliva con dificultad, sin despegar la vista del gesto cortante de su compañero. Aquella no había sido una respuesta caprichosa: era una amenaza.

―Yo me encargaré de c-cuidarlo ―intervino Estela―. Le prometo que vigilaré que coma adecuadamente, así que no tiene que buscar a nadie.

El médico observó a las dos personas frente a él, una menos confiable que la anterior.

―Está bien, no llamaré a tu hermano. Pero insistiré hasta hablar con tu padre, y quiero que ambos me prometan que vendrán de nuevo para comprobar que todo está en orden.

―Claro que no ―negó él.

―Vendremos ―asintió ella.

 

*

 

―¿Estás enfadado? ―preguntó Estela.

En cuanto la bolsa de suero se terminó, su compañero se arrancó la intravenosa y escapó de la enfermería como si fuesen a sacrificarlo. Ella lo siguió, con la idea de que su conversación no había terminado, pero no se atrevió a preguntar más sobre el tema del día anterior. A pesar del tratamiento, no estaba segura de que Adam se sintiera mucho mejor, la debilidad se le notaba en todo el cuerpo y parecía estar a punto de derribarse de nuevo.




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