Prometo recordarte

La lealtad de un perro

Hansen abandonó su habitación, junto con sus penas, lágrimas secas y lamentos, una taza de té más tarde. Nanashi lo esperaba en la sala, con la mirada clavada sobre el diario de Isabelle e intentó llamar la atención de Nanashi con un carraspeo, en primer lugar.

—¿Y bien? —Hansen preguntó.

Nanashi inmediatamente volteó a verlo y una radiante sonrisa adornó su pálido rostro fantasmal. Se acercó y desvió su atención visual al diario, nuevamente.

—El diario de Isabelle está ahí — dijo Nanashi.

—Lo noté. Dijo que lo viéramos.

Hansen rodeó a Nanashi por no querer atravesarlo para llegar lo más pronto al diario de su difunta amiga. Lo tomó con sus manos y observó la portada: era gruesa, ilustrada con deslumbrante rosal rojo, característico de ella. Antes de abrirlo, el huérfano cerró los ojos y se disculpó mentalmente con Isabelle. Al ver la primera página, los recuerdos de aquella ocasión en la que ayudaron al viejo Arregaithel volvió a su cabeza, especialmente cuando vio a la dama de cabellos rojos escribir. Su caligrafía era hermosa e impecable, era una lástima que Isabelle perdiera casi todas sus manos a causa de su Hansen. El huérfano se detuvo a contemplar su letra por un tiempo.

Nanashi se plantó detrás suyo y lo observó.

—¿No sabes leer?

Hansen se dio la media vuelta y volteó a ver a ver al espectro. Torció la boca con fastidio debido a la pregunta.

—Murazaki y yo éramos los únicos niños del orfanato que sabían leer, por eso estás aquí.

Nanashi respondió con una vergonzosa risa. Poco después, Hansen cambió de página hasta donde se encontraba un separador de terciopelo que tenía escrito su nombre y desde ahí comenzaron a leer:

Sé cuán inteligente y respetuoso puedes ser con respecto a la privacidad de las personas. Estoy segura que, a partir de la primera página, te saltaste hasta esta (y seguro solo viste la primera para verificar que fuera el cuaderno correcto), en donde mi vida se ve terminada por este separador de terciopelo. Bien hecho. Hansen. Desde aquí comienzas solo tu aventura para saber más de Nanashi.

Tienes que ir a estación de policía. No sabes cuánto me costó para que ellos te admitieran como detective sin presentar un currículo grado de estudios. ¡Supongo que era momento de sacar mi lado McLaughlin por ti!

Hansen hubiese roto el llanto por milésima vez, si tan solo le quedaran lágrimas para hacerlo. Dejó el separador intacto y cerró el diario. No hacía falta leer más, no por ahora.

—Ya es hora de seguir. Andando.

Dijo el huérfano y se encaminó junto con Nanashi a la entrada, en donde tomó la gabardina que utilizó la última vez que se despidió de Isabelle y que hasta la fecha reposaba sobre el perchero.

Los dos salieron de casa y se encaminaron hacia la estación de policía. Para que el camino no fuera cubierto por el silencio y la melancolía que traía consigo la pérdida, Nanashi decidió hablar con el mismo carisma de siempre.

—¡Hablé con Isabelle antes de que partiera!

Sí, bueno, claramente Isabelle le dijo que no dijera nada al respecto de la última merienda que tuvo en el jardín, sin embargo, aunque pareciera que Nanashi hablaba sobre esa ocasión, en realidad no; se refería a su lecho de muerte. Pudieron haber pasado dos o tres semanas más o menos desde que la señorita de cabellos pelirrojos partió del mundo humano y que su cuerpo se quedara como festín para los gusanos y, aun así, Hansen no se sentía preparado para hablar con normalidad sobre ella. Solo asintió en silencio, acompañado de un suspiro que salió por su nariz.

—Me dijo que investigaste sobre mí —comentó el espectro—, ¿por qué lo hiciste?

El año que había comenzado hacía 19 días, estaba por marcar siete años desde la primera vez que se encontraron los dos en el almacén del orfanato y desde ese entonces, Hansen nunca eliminó de su cabeza la petición de Nanashi, que dentro de poco se hizo una promesa: investigar sobre su muerte y en especial, saber quién era. El simple hecho de haber investigado sin su permiso en los pequeños y largos lapsos de tiempo en el que no estaban juntos, lo apenaba demasiado porque se había enterado por alguien más.

Hansen bajó su boina con el fin de ocultar su colorado rostro. Unos lentes de sol le habrían servido como no tienen idea. Deseaba que la tierra se lo tragara.

En cambio, Nanashi no insistió más con el tema y le sonrió. Notó la vergüenza de Hansen y le pareció más atractivo de lo que ya era.

—¡Gracias por ayudar a esta pobre alma en pena!

—No tienes que agradecerme… lo hago porque lo prometí. No dejabas de insistir con que necesitabas ayuda cuando te conocí…

—¡Sí, sí! Lo que digas, Hansen. Sé que desde el fondo me quieres y te importo. ¡Yo también te quiero y me importas! No, no solo te quiero, ¡Te…!

—¡Mira!  —lo interrumpió — La estación de policía está en frente, ¿qué estamos esperando?

“llegar, preguntar por el jefe, contactarse con él, presentarse y decir que viene por parte de los McLaughlin”, fue lo único que merodeaba los pensamientos de Hansen tras entrar por la puerta principal de la estación de policía. La primera persona que encontró ahí fue a un hombre de alta estatura, delgado, de cabellos castaños y un bigote joven; aunque todavía no le dirigía la palabra (descontando que lo saludó formal), podía sentir que emanaba un aire de superioridad. Para su fortuna o su desgracia, cuando preguntó por el jefe y dónde podía encontrarlo, el hombre respondió.

 

—Yo soy el jefe. ¿Para qué me necesita?

—Soy Hansen. Vengo de parte de los McLaughlin.

El jefe lo estudió con la mirada con nada de discreción y a su vez, cruzó sus brazos. Su bigote se torció a la par de sus labios y con un aire altanero, respondió:

—Supongo que eres la mascota de los McLaughlin, ¿no? Porque hablas con una lealtad que…

—¡Hansen! —exclamó Nanashi — yo conozco a ese hombre. Se llama Myers. Lo vi cuando fue lo del problema del orfanato.



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En el texto hay: boyxboy, drama, lgbt

Editado: 02.05.2022

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