Prometo recordarte

Somos afortunados

Para que Hansen volviera a estar inconsciente sobre el suelo, en el sótano con el resto de las mujeres y una nueva herida en un costado de su cabeza, sangrando, solo significaba una cosa: su discreción era tan existente como la vida de Isabelle en esos instantes.

El huérfano ahora mismo se encontraba dentro de su mente. Sentado en una silla de madera un tanto vieja, en una habitación completamente negra, más no oscura. El estar ahí lo hizo no darle importancia al aprieto en el que estaba metido, sin embargo, el resto de sus problemas parecían no abandonarlos. Pensó en Nanashi y también en Isabelle mientras observaba sus manos, aquellas guardaban algunas cicatrices de esa vez en la que escaló el muro con el rosal de los McLaughlin para poder engullir una merienda. Cuando volvió a levantar la cabeza, el escenario cambió por completo. Como si fuera un día común como el año pasado, o el ante pasado, o como cualquiera de los anteriores siete años. El viento soplaba con suavidad y se sentía en absoluto.

Los dos conversaron sobre un tema sencillo, sin tantas complicaciones, algo que leyó el huérfano poco después de la muerte de su mejor amiga, una revista de recetas para cocinar. A pesar de que todo parecía ser tan, Hansen parecía ser ciego ante la situación. La venda que cubría el ojo izquierdo de la señorita de cabellos rojos se resbaló a la altura de su barbilla y su cuenca estaba tan vacía y oscura como un pozo seco y abandonado. La magia se desvaneció por completo.

Con tan solo haber visto esa imagen, algo golpeó el pecho de Hansen. Formó una línea recta con sus ojos y apenas se atrevió a volver a verlos. Una amargura llenó su boca. Que hayan pasado un par de semanas después de la muerte de su mejor amiga y varios días de la desaparición de Nanashi, lo hacía sentir tan vulnerable a la soledad…

Hansen era del tipo de personas que disfrutaban de la soledad; sabía la enorme diferencia que existía entre estar solo y sentirse solo, y todo esto lo hacía sentirse solo.

Se levantó de su lugar y colocó sus manos sobre la mesa. Sus dos amigos le observaron en silencio.

—Ahora tú escúchame a mí, te fuiste sin saber lo que sentía. Isabelle, no tienes ni la menor idea de lo que es vivir sin tu presencia. Antes de llegar aquí, el despertar por las mañanas y fijar la mirada sobre el techo de mi habitación, perdiéndome entre los débiles rayos de sol que atraviesan las cortinas, vuelven tan difícil y crudo aceptar que ya no estás… No importa si han pasado unas semanas, porque ni siquiera puedo asimilarlo todo de una vez, no puedo aceptar que tengo que buscar algo mejor que hacer todos los sábados por la tarde, porque no hay nada mejor que merendar contigo. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué puedo hacer si tú ya no estás aquí?

La idea de olvidarte ni siquiera me cruza como opción en mi cabeza, después de todo lo que hiciste por mí ¿cómo podría dejarte atrás? Escuché tu conversación con Nanashi antes de que murieras y tal vez tienes razón, tal vez no tengo ni la menor idea de lo que es el amor, pero sé que puedo sentirlo, sé que te amo de una forma diferente a la que tú lo haces y que por eso es inevitable llorar cuando pienso en lo bondadosa y comprensiva que fuiste conmigo, a pesar de que sufrías profundamente por tu enfermedad. Si tan solo hubiera interferido y buscado un mejor doctor quizá tú… lo siento tanto, de verdad lo siento demasiado…

No quiero depender de ti, pero es lo que parece. Tal vez por mi culpa ni siquiera puedes descansar, porque estoy atándote. En algunas ocasiones la merienda huele a tu bello jardín. Estoy solo si tú no estás aquí, estoy completamente solo.

Tan pronto como Isabelle separó sus labios, el sueño de Hansen se corrompió, volviéndose cenizas que fueron levantadas y llevadas lejos por el viento. Esa fúnebre sensación seguía alojada en su mente cuando abrió los ojos y escuchó el monitor de signos vitales, luego de voz de Elizabeth llamando al personal médico. Su cabeza dolía y su vista no era del todo buena; cuando volteó hacia un lado, observó su brazo y la aguja de suero que estaba ahí.

—Dios… como odio estas agujas.

—Deja de ser tan quejumbroso. ¿Cómo te sientes?

—Me siento como una piñata de teibolera recién golpeada en una despedida de soltero.

Elizabeth rio con gracia, poco después negó con la cabeza, sonriendo.

—¿De dónde sacas esas cosas? Nunca has ido a una despedida de soltero.

Y segundos más tarde, un médico junto con una enfermera, entraron al cuarto, luego salieron junto con Elizabeth, dejando a Hansen solo.

El huérfano observó el techo en silencio y luego cerró con cansancio sus párpados. Su suspiro quedó atrapado en la máscara de oxígeno.

—Sea quien sea el ser que es tan poderoso como para partir nuestro propio mar en dos, crear y destruir ciudades, jugar con el tiempo y moverlo como si fueran las páginas de un libro convertidas en capítulos, que es omnipresente, pero lejos de ser igual a Dios... Respóndeme: ¿Por qué? ¿Qué es lo que te hice para que tenga que vivir este tipo de locuras absurdas? Me duele todo el cuerpo y estoy cansado de lidiar con los problemas de la gente. Ahora mismo puedo escuchar a Nanashi decirme algo como “Eres como la parca: en cualquier lugar en donde metas la nariz, muere alguien”, creo que es verdad. No es gracioso, ¿sabes? Si pasaras por lo mismo, te darías cuenta de lo tedioso e hiriente que es. ¿A cuánta gente he perdido ya? Cielos… estoy cansado… balbuceo cosas sin sentido, ideas que tal vez alguien metió en mi cabeza, haciéndome creer que tengo consciencia propia… ¿Qué más da? Al final de cuentas, estoy un paso delante de todos al saber esto.



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En el texto hay: boyxboy, drama, lgbt

Editado: 02.05.2022

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