Habían transcurrido dos tazas de té después del alboroto con Michael.
El personal de la Estación de Policía con los que Hansen compartía turno, llegó al trabajo una hora más temprano para aprovechar la última falta de luz solar en el lecho de muerte de la noche, más bien, para contar historias de terror con el ambiente adecuado y que ningún hombre bigotón, testarudo y egocéntrico los molestara.
Lo que empezó siendo una dinámica de historias de terror, se terminó volviendo una explicación a profundidad de Whippersnapper Town dada por Hansen, porque no bastaba con que esos patrulleros y demás, fueran residentes del pueblo desde hace tiempo, no. Apenas conocían pocos lugares, lo esencial. En cambio, el huérfano lo conocía mejor que nadie.
¿Qué fue lo que dijo? Empezó por la base de Whippersnapper Town: su rareza. No importaba que estuvieran en los años 80, el estilo de vestimenta y la mitad del estilo de vida de las personas, era como si apenas estuvieran en los 20’s y los pueblerinos parecían inmutarse. Era tan común que, si salías del pueblo y explorabas la ciudad, era como si viajaras en el tiempo, a pesar de que contaran con algunos aparatos electrónicos actuales, como los ordenadores, pocos televisores y casi ningún carro, a excepción de los de la gente con mayor poder de adquisición; los teléfonos no eran muy recientes.
Lo segundo que mencionó Hansen, fue el tipo de gente que vivía ahí; al menos el 60% (y que de ese 60%, el 50% de la gente era de la tercera edad desde el asesinato de gran parte de los niños del orfanato) de su población tenía la mente cerrada, pero ese no era el punto, sino mencionar cuán raros que eran los problemas de ahí. Pudo parecer un loco frente a ellos, sin embargo, verse así no le interesó; les contó de manera general algunos de los problemas que había vivido, como el del orfanato o el de Nanashi, también el de la madre de Isabelle. Uno que otro creía lo que contaba por la acentuación que le daba al asunto, otros solo se burlaban.
Lo tercero que mencionó fue a ubicación del pueblo; a pesar de ser un pequeño pueblo inglés, ¡no aparecía en ningún mapa! Era como si Whippersnapper Town no existiera. Todos meditaron este punto e interrumpieron a Hansen.
—¿Y cómo estás tan seguro que Whippersnapper Town no aparece en ningún mapa? Puppy charlatán.
—Deja de llamarme Puppy —respondió Hansen—. Lo sé porque he visto varios libros de Geografía y muchos mapas. Whippersnapper Town parece ser invisible para los ojos de las personas.
—Sí, claro. ¿Cómo explicas la llegada de tu amigo chino al orfanato?
—No es chino, es japonés— Napoleón se adelantó, para corregir— Manel, deja de estar molestando.
—Gracias, Napoleón —dijo Hansen—. ¿Has escuchado acerca de las dimensiones? Supongo que es algo así Whippersnapper Town. Me refiero a que pocos pueden entrar por la hora o el momento en el que se cruzan con el pueblo, ¿me entiendes? O tal vez en sus venas corre sangre empapada de vivencias de sus antepasados dentro del pueblo.
Manel chasqueó su garganta y antes de soltar un montón de parladurías contra el huérfano, el señor Myers aplaudió.
—¡Bravo, bravo! Nunca había tenido unos empleaduchos tan dedicados a su trabajo, a tal punto en que vendrían a trabajar una hora antes, sabiendo que no voy a pagarles. Vayan a trabajar, bola de holgazanes, buenos para nada.
El bigote de Myers se sacudió al ritmo de sus labios y reprimieron la risa en lo que este se retiraba a su oficina. Mientas el resto reía no tan fuerte, Hansen se apartó, serio, hacia su escritorio y se sentó.
Ese día la tarde también estuvo tranquila. Desde la última vez en la que Nanashi y Hansen hicieron el amor, su relación parecía haberse relajado y mejorado. Se murmuraron piropos por horas y Manel no le apartó la mirada a su compañero, ni siquiera tocó el teléfono. Estaba molesto por ver cómo se divertía hablando como idiota al aire y, sobre todo, que tuviera cara de tonto enamorado.
Manel se levantó de su asiento, pasó al lado de Napoleón, quien coloreaba una jirafa del libro de colorear de su hija y le dio su zape. A pesar de que el lápiz amarillo quedaba lejos de su cara, el susto no hizo falta. Hansen demoró varios minutos en percatarse de la presencia de Manel detrás suyo.
—¿Pasa algo? Señor O’Connor.
—Detesto ver tu cara de idiota enamorado desde mi lugar. Deja de fingir que puedes ver fantasmas, eso es una ridiculez y das pena ajena.
Nanashi y Hansen parpadearon dos veces seguidas y en silencio. El espectro se dirigió hacia el lugar de Napoleón y le siguió el huérfano, luego el molesto Intendente Jefe. Aprovechándose de la falta de atención a su entorno del chico con sobrepeso, Nanashi también le soltó un zape. Manel tardó en procesar la información y Napoleón le arrojó el lápiz amarillo en la cara.
—¡Me importa un ajo que seas mi superior! ¡Deja de estar golpeándome!
—¡Eres un idiota! —rezongó Manel — Fue el tonto fantasma de Hansen.
—Deja de meter a Hans en esto. Él es más puro y bueno que tus negras intenciones.
El enfadado del patrullero de Napoleón cruzó miradas con el huérfano. Manel salió del sitio, refunfuñando.
—Hans, Hans, ¿tienes un momento para mí?
—Seguro.
Editado: 02.05.2022