Prometo recordarte

El problema con Nunca Jamás

Cinco tazas de té más tarde, las cosas dentro de la Estación de Policía, se volvieron tensas. No paraban de llover reportes acerca de niños desaparecidos dentro de Whippersnapper Town. Hansen y Nanashi se la pasaban hasta tarde fuera del establecimiento, pues buscaban cualquier tipo de pista que pudiera servirles para la investigación, también entrevistaban a los parientes de las víctimas.

Todo lo que ahora sabían era que no importaba qué clase de familia fuera, ni qué tipo de padres tuviera el pequeño, tampoco la edad. Aunque sonara como un chiste, lo único que parecía importarle al secuestrador era que los chicos tuvieran pulso.

Una noche fueron al cementerio del pueblo a entrevistar a las escasas almas en pena que pasaban muy de vez en cuando por ahí, sin embargo, no dieron con ninguna que supiera algo importante sobre el caso. Después de que su turno laboral concluyó, regresaron exhaustos a casa. Apenas Hansen recargó su trasero en el viejo sofá de su hogar, el teléfono sonó y lo respondió. Eran los padres de Jude. Ella también había desaparecido y tenían la esperanza de que su pequeña estuviera con ellos.

Fue como si Elizabeth hubiera encendido su radar maternal. Ni siquiera demoró un minuto en abrigarse y salir de casa, llevándose a rastras al pobre de Hansen y caminando hacia la casa de Napoleón en busca de ayuda para transportarse. Como era de esperarse, él cedió sin titubear y dejó a Anelisse bajo el cuidado de su hermano. Ahora se dirigían rumbo a casa de os Bischoff.

Mientras Elizabeth trataba de tranquilizar a la desconsolada madre adoptiva, Hansen y Napoleón escuchaban el testimonio del hombre de la casa, quien claramente dijo haber visto en buenas condiciones a la niña antes de mandarla a dormir y que incluso su madre se quedó un rato a conversar con ella.

Hansen asintió con la cabeza en silencio y abandonó la sala; caminó rumbo a la habitación de la niña y su compañero de trabajo y el señor Bischoff lo miraron con rareza; no tardaron mucho tiempo en seguirlo.

Entre las cosas de la niña, Hansen se acercó a su escritorio y tomó la libreta que estaba dentro de un cajón. La etiqueta que parecía tener en la pasta decía sus datos, acompañados de la palabra “Geografía”. Entonces, no se limitó y la hojeó, comenzando por la parte de atrás. El huérfano encontró escrito su nombre al lado de algunos corazones entre las páginas, pero eso fue lo que menos le importó cuando encontró un ciruelo en medio de una hoja y a su alrededor algunos animales, como ardillas o patos.

—Creo saber dónde está.

—¿Dónde? Hans.

—Ella está en Whippersnapper Town, aunque me da temor el simple hecho de considerar que puede sumarse a la larga lista de niños desaparecidos, a pesar de ser una adolescente.

Sí te fijas bien en los dibujos, ella plasmó un croquis a su manera. Las calles no están para nada marcadas, ni siquiera las principales, sin embargo, lo están a su propio modo-

—¿Qué quieres decir?

—Hay una calle principal e Whippersnapper Town que prácticamente rodea todo el pueblo. Se llama Plums. Al suroeste del pueblo está otra calle larga que es fácilmente confundida con Plums y que se llama Squirrels, luego de esa está Ducks. Es complicado para los que no conocen el lugar, el moverse entre esas calles. Ella debió haber tomado Plums y haberse confundido con una de las otras dos apenas haya cruzado un pequeñísimo trozo del pueblo. Sí tenemos suerte la podemos encontrar en Lead. El ex orfanato debió frenarla porque puede que lo haya considerado un refugio.

El regordete de Napoleón rascó su mejilla y ladeó la cabeza.

—¿Y cómo estás tan seguro de eso?

—Es el único lugar al que inconscientemente sabe llegar. Sí no nos apresuramos, quién sabe qué puede ser de ella. Napoleón, ¿te importa manejar de regreso a Whippersnapper?

—Uh… Okay.

El patrullero asintió no muy convencido. El simple hecho de hacer una remembranza de lo que fue manejar fuera de ese pueblo extraño, le hacía tener dolores de cabeza. Arrastrando los pies, volvió a su auto y le siguieron en fila india los otros dos hombres. Antes de que arrancara el carro, Elizabeth y la señora Bischoff les siguieron. Apretujados, todos entraron en el carro.

En el camino hubo silencio y más silencio. La tensión e incertidumbre por no saber el paradero de la pequeña les causaba un nudo en el estómago a todos, sin embargo, cuando Napoleón o el señor Bischoff pensaban en lo que Hansen les dijo acerca del orfanato, los aliviaba; era como un círculo vicioso.

Tras llegar a su destino, todos salieron disparados del carro. Hansen se brincó el portón del orfanato como todo un experto y al hacer el intento de abrir el candado, un Renault 4 de color blanco pitó el claxon. La mujer que iba de copiloto ahí dentro no era nada más ni nada menos que una dama de piel y cabello blanquecino, de lujosas prendas, que estuvo metida en problemas legales con la señora Blair; Maurice Pussett.

Tan solo transcurrieron tres minutos para que William Myers y Manel O’Connor llegaran en una patrulla y se estacionaran detrás del Renault 4.

Maurice bajó del auto como si fuera dueña de la zona (y sí que lo era… o por lo menos el orfanato), sus labios delgados formaron un fino puchero y sus cejas que parecían una línea casi invisible por su color, se fruncieron.



#2513 en Detective
#12580 en Fantasía
#4751 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: boyxboy, drama, lgbt

Editado: 02.05.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.