A juzgar por el aspecto que guardaba el espectro de la novia de Valerio, no parecía un espectro fuera de un cuerpo… perdido, por así decirlo, sino un espectro que perdió su cuerpo naturalmente. Era lamentable la situación, sobre todo si se tocaba el corazón por el enamorado de la joven fallecida. Sin embargo, no era momento para salir de ahí “corriendo”, en busca de ese par de oficiales a los que se dispuso a ayudar y comunicarles lo ocurrido. Debía detener una boda entre los muertos.
Después de que ambos novios dijeron sus votos, el padre que los casaba preguntó si alguien se oponía a ese matrimonio. El joven del traje blanco se acercó poco a poco a los labios de la muchacha, estaba acostumbrado a que nadie impidiera las ceremonias, pero no contó con que Hansen se levantara de su lugar e inhalara con la boca, con el fin de frustrar sus planes. No obstante, no fue él quien detuvo la boda. Un par de portales se abrieron a las espaldas de Hansen y parecían ser hechos de sangre, de ahí salieron dos mujeres; una lucía más joven que Hansen y la otra ligeramente mayor. La primera llevaba el cabello plateado amarrado en dos coletas flojas, ojos grisáceos y similares a un pozo oscuro, sin fin. Mientras tanto, la mujer restante era pelirroja, de ojos color verde primavera. A comparación de la albina, parecía inexperta en fuese lo que fuesen a hacer.
La albina caminó hacia el joven de las prendas blancas y Hansen se acercó lentamente hacia el altar, siempre guardando una distancia de dos metros o tal vez tres. Todos en la sala eran conscientes de la aparición de esas dos extrañas chicas, sin embargo, nadie se dignó en hacer nada; estaban asombrados, pero era como si estuvieran paralizados en sus asientos.
El chico de las prendas blancas se detuvo y miró a los tres de reojo por turnos, sin apartarse de la muchacha o deshacer los pasos que llevaba de su futura acción, hasta el momento en el que le dirigieron la palabra.
—Usted, ah…
Comentó la pelirroja, quien, con nervios, buscó en una libreta oscura alguna hoja en específico (la cual sacó antes de sus prendas). La albina rodó los ojos y suspiró, su paciencia no dio para mucho, razón por la que en un pestañeo encontró el apartado en específico y dejó que su compañera, la dueña de la libreta, leyera. Cabe destacar que la pelirroja sonrió avergonzada.
—¡Usted! Alphonse Moreau, nacido el 27 de abril del año 1859, ha violado las leyes de la vida, no solo alargó la suya con ayuda anormal, sino que también privó vidas de señoritas inocentes con esa ayuda.
—¿Ustedes quiénes son? —preguntó el muchacho con una notoria ofensa— ¿Y de qué están hablando?
—¿De verdad tienes el descaro de preguntar de qué estamos hablando? —La pelirroja mostró la libreta.
—Minami, baja esa libreta. Está prohibido mostrarla.
—Lo siento —Ella bajó la libreta—, no lo sabía.
La conversación por más que el chico de las prendas blancas, o bien, Alphonse Moreau, trató de mantener, fue en vano. La pelirroja tomó una hebra de cabello suya y destelló, posteriormente tomó la forma de una fina daga plateada y antes de que pudiera apuñalar a Alphonse, Hansen la detuvo.
—¡No puedes apuñalarlo!
La pelirroja lo observó bastante confundida, más el contacto visual entre ellos permaneció intacto por algunos segundos, sin ninguna palabra o intervención.
—¿Por qué no puede apuñalarlo? —La albina se entrometió— Es absurdo que un humano quiera darnos órdenes.
—Eso es porque soy el detective de Whippersnapper Town. Necesito traerlo con vida.
—Sí, claro. Aunque lo fueras, es imposible que te preste a este sujeto.
—Lo estúpido aquí es que ustedes tres quieran negociar mi vida a mitad de mi boda…
Murmuró Alphonse, frunciendo el ceño y tal reacción condujo a que la albina lo sujetara del cuello del traje, y lo bajara a su altura; la expresión de la mujer no cambió en absoluto, ni siquiera había alguna.
—Lo mismo que hiciste con vidas inocentes, con más de las que puedas contar. Negociaste su vida por juventud y belleza, negociaste su futuro por egoísmo. Narciso se ahogó con su reflejo, tú lo harás con los años que les arrebataste a cada una por su sangre.
Sin permitir que alguien hiciera cualquier cosa que impidiera las predecibles acciones de la albina, esta sujetó la muñeca de su compañera, esa muñeca en la que portaba la daga y apuñaló a Alphonse. Los primeros segundos se desangró y Hansen se metió para tratar de detener el sangrado, más su forma espectral y su torpeza para materializarse fueron inútiles. Al poco tiempo, la piel del muchacho de las prendas blancas comenzó a caerse, sus ojos a deshacerse al igual que sus órganos. Alphonse no lloró, ni gritó, solo sonrió sereno y soltó un hilo de risa.
Lo que ocurrió después de esa escena tan extraña fue un misterio. Hansen despertó en casa, en su cuerpo, sano y salvo y Nanashi lo observaba desde una de las esquinas de la habitación. Tan pronto como lo vio despierto, se acercó a la cama y se sentó en la orilla.
—Solo sentí cómo fui extraído de tu cuerpo cuando volviste. Una hora más tarde, salió de un portal una señorita y dejó un par de hojas sobre el escritorio, sonrió y no dijo más. Se fue.
—¿Era como Isabelle?
Editado: 02.05.2022