Prometo recordarte

La melodía de nuestros corazones

El viaje a Japón no se haría de la noche a la mañana y tampoco sería un viaje que costaría lo de un taxi o algo así parecido por el estilo. Hansen sabía que un avión era costoso y que sus ahorros hasta la fecha no alcanzarían ni para un cuarto del boleto o para su estancia allá. Lo mejor que pudo pensar fue en ir en barco y ahorrar antes de que terminara el año. Nanashi no tenía problema alguno con los planes de Hansen; le costó un poco fingir algo de impaciencia con respecto a estar en Japón lo más pronto posible. Aún no quería ir.

Sobre la confesión de los sentimientos de Napoleón por Elizabeth, tuvieron que esperar 8 tazas de té más por seguridad, mejor dicho, prudencia. El ambiente de mayo en 1980 no le sería tan favorable si deseaba una respuesta positiva a sus sentimientos. No le dijo nada a Hansen sobre dónde o cuándo sería su confesión.

Durante los últimos tres días antes del 19 de junio, Napoleón estuvo casando los movimientos de Hansen fuera de la oficina y también dentro. Temía que las llamadas de sus teléfonos se mezclaran en cualquier momento o que el chico saliera de su oficina y lo atrapara hablando telefónicamente con Elizabeth. Gracias a que Hansen recibió un caso urgente y salió de la Estación de Policía por la mañana, Napoleón se hizo del teléfono y marcó el número de la casa de este, ese número que sabía de memoria.

Elizabeth respondió al tercer timbre del aparato.

—¿Quién habla?

—Buen día, soy yo, Napoleón.

—¡Oh! Napoleón, buen día. ¿Qué tal estás?

—Bastante bien, algo libre no porque haya dejado a Hansen a cargo de todo, claro que no, bueno… desde que él consiguió la oficina

—Es una pena.

—¿Estás libre al medio día?

—Empecé a vender galletas fuera del preescolar del pueblo el lunes de esta semana.

—¿En serio? Ouh…

Un silencio incómodo llenó la línea telefónica y Elizabeth golpeó su frente con un poco de fuerza. Por otro lado, Napoleón mordió su dedo índice. Dentro de poco ambos se disculparon al mismo tiempo y el silencio se hizo presente por lo menos un segundo, puesto que después liberaron una risilla.

—No quiero sonar como una entrometida, pero tengo la impresión de que se trata del preescolar en donde va tu niña, Annelise.

—¡Sí! Mi hermano me ha dicho eso anoche, ah… quiero decir, mi hermano le compra galletas a Annelise durante la salida y él mismo las ha probado… Yo también las he probado.

—¿En serio?

—Han sido las mejores galletas que he probado.

—¿Qué te parece si nos vemos una hora después del mediodía y llevo algunas galletas?

—Me parece más que perfecto. Nos vemos.

Tras colgar Napoleón no hizo el intento de ahogar su grito de éxito que todos, incluido el señor Myers, voltearon a verlo para ver lo que ocurría con él. Napoleón lo explicó en pocas palabras y todos, excepto el señor Myers compartieron su felicidad como todo un hombre de su época lo haría en el poco tiempo que tuvieron antes de que los sermoneara su jefe.

Al final Napoleón le pidió permiso a William Myers para salir temprano del trabajo y este tardó un poco en darle una respuesta positiva.

 

Durante su camino al preescolar del pueblo, Napoleón cruzó frente a varias tiendas que, a pesar de encontrarse ahí durante muchos años, apenas les prestaba atención. La relación que guardaban dichos establecimientos era que se trataba de joyería o artículos tanto de ropa como belleza femenina. Por un momento dudó en si debía traerle algún obsequio y sí, lo dudó porque si algo le enseñó la madre de su pequeña Annelise en aquella temporada en la que ambos estuvieron juntos, es que a muchas mujeres no les gusta que una confesión de amor sea demasiado escandalosa, lo suficiente para llamar la atención de muchísimas personas y se encuentre ella presionada socialmente.

Ambos llegaron con diez minutos de anticipación. Conversaron un poco sobre cómo les había ido el día y después abandonaron su lugar de encuentro, los dos caminaban sin rumbo fijo mientras conversaban sobre cosas triviales, pero de cierta forma entretenidas para los dos.

En algún punto de la conversación (en la que hablaban sobre sus flores favoritas), Napoleón volteó a ver a su alrededor y entre la multitud resaltó su joven amigo Hansen, quien parecía hablar con el aire y su vista con frecuencia se posaba también entre la gente. Antes de que fuera descubierto como la compañía de Elizabeth, la tomó de la mano y corrió con ella hacia otra dirección. La condición física de Elizabeth no era demasiado buena como para correr tanto y cuando se detuvieron lo dio a notar por sus constantes jadeos.

—Lo siento, Lizzy… No era un lugar seguro la plaza.

—¿Por qué no lo sería?

—Demasiada gente.

—Amigos o no, prefiero estar en multitud que en un callejón como en el que estamos metidos. No me da buena espina.

—¿Estás insinuando algo?

La mujer le dirigió una insegura mirada, se dio la vuelta bajo la esperanza de que la siguiera y se detuvo algunos pasos fuera del callejón.



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En el texto hay: boyxboy, drama, lgbt

Editado: 02.05.2022

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