Aun hay esperanza.
En el despertar de Adael, la penumbra de una habitación desconocida lo envolvió, revelando únicamente la suave textura de la cama en la que reposaba, envuelto en vendas. Una sensación de confusión se apoderó de su ser al intentar recordar los eventos pasados, donde se encontraba, acaso no había estado inmerso en un épico combate contra un ser demoníaco?
El murmullo de pasos cercanos lo alertó, y una figura femenina se materializó en la habitación. Su presencia irradiaba una belleza singular, sus ojos azules reflejaban serenidad, y su cabellera del mismo tono ondeaba con gracia. Con una sonrisa cálida en los labios, la dama se dirigió a Adael, revelando que lo habían encontrado malherido en el valle y lo habían llevado a un lugar conocido como la colmena para su recuperación.
Kyomi, pues así se llamaba la doncella de ojos celestiales, se ofreció a guiar a Adael por aquel enclave, presentándole a los habitantes de la colmena, un resguardo poblado por cerca de doscientas cincuenta almas, protegido por altas empalizadas erigidas contra las huestes demoníacas.
Entre charlas y entrenamientos, Adael descubrió en sí mismo una fuerza interior que ansiaba demostrar al mundo. Con el paso de las estaciones, se forjó una conexión profunda con Kyomi, y juntos se prepararon para enfrentar cualquier desafío.
Mas, un día fatídico, las sombras se cernieron sobre la colmena. Una legión demoníaca implacable en su sed de destrucción, asedió el refugio. Los guardianes resistían con fiereza, mas la superioridad numérica de los invasores amenazaba con eclipsar la esperanza de supervivencia.
Fue en ese instante crucial en el que Urokodai, anciano sabio y líder de la colmena, instó a Kyomi y Adael a huir, a proteger a los más débiles y preservar la llama de la resistencia. Con el corazón oprimido por el peso de la pérdida, los dos jóvenes emprendieron una desesperada escapada junto a un compañero leal.
En su éxodo a través del bosque, el destino les enfrentó a una última prueba. Un demonio formidable interceptó su camino, desafiando a Adael con maligna astucia.
tras árboles caídos y gritos de angustia. Aún incluso en la desesperación, la valentía de Adael brillaba como una estrella.
Enfrentó a un demonio implacable, luchando con ferocidad y coraje hasta el último aliento, marcando su piel con cicatrices que narraban su valentía.
En la oscura penumbra de aquel siniestro paraje, donde las sombras se retorcían entre los árboles como serpientes acechantes, se alzaba imponente la figura del demonio. Su presencia era un miasma de terror y malevolencia que ahogaba las esperanzas de cualquier alma valiente que osara enfrentarle.
Adael, con sus ojos resplandecientes de determinación y una valentía forjada en la fragua de la adversidad, no vacilaba ante la monstruosidad que se alzaba ante él. Aquel demonio, con su cuerpo grotescamente humano y la cabeza de una cabra, blandía un acha adornado con cadenas que tintineaban como campanas funestas.
Al contemplar la figura desafiante de Adael, el demonio dejó escapar una carcajada gutural que resonó en el aire cargado de malignidad. "¿Ohhh, piensas enfrentarme solo?", con una voz que helaba la sangre.
"Tal vez encuentres la muerte hoy, chiquillo" — Expresó el demonio.
Pero la determinación de Adael era inquebrantable, como una roca frente a la mareada. — "Si mi destino es morir en este día, así sea". — Declaró con una calma que contrastaba con el caos que se desataba a su alrededor. — "Pero mientras aún me quede aliento, lucharé por aquellos a quienes amo".
La batalla fue encarnizada, un choque de fuerzas ancestrales que sacudía la tierra y hacía temblar los cimientos del mundo. Adael lanzaba relámpagos y fue capaz de arrancarle un brazo al demonio, pero el cruel filo de su Acha casi le arrebata un ojo en un instante de descuido, dejando una cicatriz imborrable en su semblante.
Tras dos interminables horas de combate, el demonio, herido y furioso, decidió huir ante la determinación indomable de Adael. – "Menos mal que ha escapado", — musitó Adael mientras recuperaba el aliento. "No puedo seguir así, debo encontrar a Kyomi".
Corrió con la urgencia del desespero, siguiendo el rastro que los había separado, hasta que finalmente halló a Kyomi tendida en el suelo, su voz quebrada por el dolor resonando en la noche oscura. — "¡Maldito sea el día en que nací! ¡Dios, ¿por qué?", — lamentaba en su aflicción.
Con voz firme exclamó Adael. — "¡Kyomi, no culpes a Dios por las atrocidades de los demonios!", no temas, yo voy a estar contigo, yo te protegeré, solo por favor ven conmigo.
— Kyomi recuperando las fuerzas respondió — a donde iremos?
— Adael — No lo se, pero hay que seguir, no podemos perder la esperanza.
Y levantandose los tres salieron.
Qué les esperara a estos tres?....! Solo Dios sabra.
Fin.