Propósito Celestial

Capítulo 4

RÍO DE SANGRE

En la siguiente mañana, mientras el sol despertaba tímidamente en el horizonte, Adael se encontraba postrado en profunda oración, sumido en un diálogo silencioso con lo divino. En ese momento, como un suave murmullo, Kiyomi ascendió al segundo piso donde él se hallaba y le dirigió unas palabras cargadas de dulzura y preocupación:

— "¿Estás bien, Adael? Debes estar exhausto, ¿Lograste descansar?"

Adael, con la serenidad que solo la fe otorga, respondió. — "Orar me fortalece, Kiyomi estoy bien. ¿Y tú?, ¿Lograste dormir?"

— "Descansé lo suficiente". — Afirmó Kyomi con una dulce sonrisa, aunque sus ojos aún denotaban el cansancio que anidaba en su ser.

Un estruendo resonó a través de la puerta, interrumpiendo el apacible momento. Kiyomi descendió con la gracia de una dama para abrir y recibir al recién llegado.

— "Buenos días". — Saludó Tariq, irrumpiendo con jovialidad. — "He venido a verificar su bienestar en este nuevo amanecer; Deberíamos celebrar este día que nos es concedido."

Adael agradeció cortésmente su gesto de hospitalidad, a lo que Tariq respondió con una sonrisa cálida. La atmósfera se colmó de una expectante curiosidad cuando Tariq propuso una jornada de turismo para los recién llegados.

— "Me encantaría despejar la mente", musitó Kiyomi con anhelo.

— "Una excelente idea". — Coincidió Adael ". —También anhelo conocer más sobre este lugar; Por cierto, Tariq, noté un detalle curioso en la entrada. Junto al nombre, “Unión Tierra Fuerte”, figuraba la palabra “Colombia”.

Con una fugaz sombra en sus ojos, Tariq respondió. —Este refugio es lo que queda de la nación colombiana, esto quedó después de lo que llaman la gran catástrofe. — Pero Tariq trato de esquivar la cuestión e invitó al trío a disfrutar de un desayuno acompañado del "mejor café del mundo".

Hiroto declinó la invitación amparado en otros compromisos, algo que no pasó desapercibido para Adael, quien le despidió con un breve deseo de cuidado.

El sol comenzaba a hacer su entrada triunfal en el horizonte, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados que acariciaban suavemente las siluetas de las bonitas casas y pequeños edificios del gran refugio que, apenas una pequeña porción de la nación había tenido el privilegio de contemplar. Después de una larga caminata y un desayuno que llenó sus estómagos y sus corazones de calidez, Tariq guió a sus nuevos amigos a través de las sinuosas calles hasta llegar al seno de su propia familia, donde compartieron una comida de sabores y aromas exquisitos que fortalecieron aún más los lazos que ya empezaban a tejer.

Sin embargo, la armonía de aquel día se vio repentinamente empañada al regresar al lugar de hospedaje y encontrarse con un río que se extendía amargamente delante de ellos, sus aguas coloreadas de un rojo tan intenso como la sangre misma. Las miradas perplejas de Kyomi y Adael se posaron en las aguas carmesíes, mientras el silencio pesaba sobre sus hombros como un manto de incertidumbre.

— "Pero, ¿por qué el río tiene este color?". — Preguntó Kyomi, su voz resonando en el aire enrarecido. — "Los peces... “Están muertos". — Concluyó con un dejo de tristeza en sus palabras.

Y entonces, como una revelación divina, recitó las palabras de una profecía antigua con solemnidad, evocando el aura de un misterio ancestral que abrazaba sus espíritus.

Adael, con una expresión admirada y misteriosa bailando en sus ojos, murmuró en respuesta.

— "Escrito está".

— “El tercer ángel derramó su copa sobre los ríos, y sobre las fuentes de las aguas, y se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas, que decía: Justo eres tú, oh Señor, el que eres y que eras, el Santo, porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tú les has dado a beber sangre; pues lo merecen”.

Tariq, con su presencia serena y sabia, abrió la puerta a la comprensión. — "¿Conoces las escrituras?". — Inquirió con una sonrisa enigmática.

— "Un poco". — Rspondió Adael con humildad, preparando el terreno para explicaciones futuras.

Intrigada, Kyomi intervino. —"¿De qué hablan?".

Adael, con la certeza de quien conoce secretos universales, prometió; — "Es un libro; Después te lo explicaré".

El sol comenzaba a dorar los techos de la ciudadela cuando la petición de Adael resonó en los oídos de Tariq, quien contemplaba la mañana con la serenidad de un guardián ancestral. En palabras cargadas de determinación, el joven guerrero expresó su anhelo de fortalecerse, de pulir sus habilidades en aras de proteger a los suyos y combatir a los seres maléficos que acechaban en la penumbra.

— "Tariq, discúlpame, pero deseo alcanzar más poder. ¿Dónde podría entrenar para forjar mi espíritu y robustecer mi destreza? Estamos sedientos de mejora, de erradicar la oscuridad que nos amenaza". — Musitó Adael con la mirada tan firme como el firme propósito que lo impulsaba.

Tariq, con la sabiduría impregnada en sus gestos, decidió que la jornada sería de reposo, de calma antes del desafío que se avecinaba.

Al día siguiente, el trío conformado por Adael, Kyomi y Hiroto siguió a Tariq hacia la imponente Fortaleza, recinto sagrado de los guerreros en búsqueda de poder.

Ante ellos se erigió la figura altiva de Tariq, el guardián supremo de aquel bastión de aprendizaje y crecimiento. La presentación fue seguida de una evaluación implacable: duelos encarnizados contra otros guerreros que anhelaban alcanzar las alturas de la destreza.

El aire palpablemente tenso precedió al choque de dos titanes: Kyomi, maestra del hielo, y Nan, dominadora de la tierra. Sus filosas miradas chispearon en el alboroto del campo de batalla. Kyomi, con solo quince años, desafió a la experimentada Nan, de dieciocho, en un duelo de elementos. El impacto fue inevitable, la estrategia, imprescindible; fue la astucia de Kyomi la que le otorgó la victoria, congelando una gota de agua que descendió del cielo, formando de esta un largo trozo como una espada, la cual con gran fuerza y velocidad cayó sobre Nan dejándola inconsciente y fuera de la batalla en un instante glorioso.




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