CAMINO HACIA EL MURO
El pueblo quedó atrás mientras Adael avanzaba con paso constante, dejando a sus espaldas las pequeñas casas de madera y el murmullo distante de la vida en aquel pequeño paraje. El mapa que Rosa le había entregado reposaba seguro entre sus pertenencias, marcando el sendero hacia su próximo destino: *El Muro*.
Al salir del último límite del poblado, un gran viento sopló sobre su rostro, levantando polvo y hierba seca a su alrededor. Era un viento áspero, antiguo, como si anunciara que más allá de ese punto empezaba un territorio que no pertenecía a los hombres.
Adael se cubrió los ojos con el antebrazo y sonrió con una mezcla de desafío y expectación.
—Ya comienzo a sentirlo… —murmuró para sí.
El viaje le tomó dos días enteros. Dos días de silencio, senderos irregulares y parajes olvidados por el tiempo. El cielo cambiaba constantemente: nubes densas que prometían tormenta, amaneceres rojizos que teñían la tierra, atardeceres pálidos que parecían suspirar agotados.
Pero no estuvo solo.
Los demonios lo encontraron a él antes de que él los buscara.
La primera noche, mientras el fuego de su campamento apenas empezaba a crepitar, un crujido rasgó la quietud del bosque. Adael levantó la cabeza sin sorpresa; ya sentía la distorsión en el aire, esa presencia oscura que precedía a las criaturas del abismo.
Un demonio emergió entre los árboles, de piel gris y ojos amarillos vibrantes. Cargó con un rugido que helaría la sangre de cualquier viajero común.
Adael apenas suspiró.
Su aura azulada comenzó a envolverse de chispas. El poder del rayo serpenteó sobre sus brazos como serpientes luminosas.
—No tengo tiempo para ustedes — Dijo Adael con calma.
Un estallido de luz respondió. El demonio no alcanzó a rozarlo; el rayo lo atravesó en un parpadeo, disolviéndolo en sombras que el viento devoró al instante.
La segunda jornada fue aún más intensa. El sendero se volvió rocoso, serpenteando entre montículos áridos y árboles secos que parecían manos petrificadas señalando al cielo. En ese terreno quebrado, tres demonios cayeron sobre él desde las alturas, criaturas aladas de alas desgarradas y garras negras como obsidiana.
Adael no detuvo el paso.
Extendió las manos y la energía eléctrica brotó de sus dedos, trazando arcos luminosos que chocaron con las bestias en pleno vuelo. El impacto iluminó el desfiladero por un instante, seguido del eco del trueno que se perdió entre las piedras.
—Si siguen viniendo así, terminaré sin descanso —gruñó, aunque una pequeña sonrisa delataba que, en el fondo, aquello lo mantenía despierto.
Al caer la tarde del segundo día, tras kilómetros de tierra reseca y colinas silenciosas, el terreno comenzó a cambiar. La vegetación desapareció. El cielo se ensombreció, como si una enorme sombra se hubiese extendido sobre el horizonte.
El viento volvió a golpearlo, más fuerte que antes. Un viento pesado, cargado de presagios.
Y entonces lo vio.
A lo lejos, como una cicatriz negra que se elevaba hasta perderse más allá de la vista, se erguía *El Muro*.
Una estructura colosal, imposible de medir a simple vista. Sus piedras oscuras parecían absorber la luz; su superficie estaba marcada por grietas antiguas que parecían runas olvidadas. Aquella construcción no había sido hecha por manos humanas… y cualquier viajero sensato habría retrocedido ante su presencia.
Pero Adael no se detuvo.
Su corazón, lejos de encogerse, latió con fuerza renovada. Aquello era lo que buscaba. Aquello era el inicio de lo que debía resolver antes de volver a encontrarse con Rosa.
—Llegué — Susurró, con una mezcla de solemnidad y determinación.
El viento rugió como respondiendo a sus palabras.
Fin.
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Editado: 21.12.2025