Propósito Celestial

SEGUNDA TEMPORADA CAP 9

EL DON DE ANNE

Adael y Anne se sentaron frente a la pequeña casa, iluminados por la luz suave de un farol que temblaba con cada soplo del viento.

Anne observó las estrellas un momento antes de hablar. El reflejo plateado de su “cabello blanco como la nieve” brillaba con suavidad.

— Adael… sabes cuál es mi don, pero quiero que entiendas lo que significa — Dijo con voz tranquila, aunque cargada de un peso antiguo.

Él asintió. Había visto el poder de su madre muchas veces cuando era niño… aunque entonces no comprendía su magnitud.

— Mi don es… adaptarme al mundo que me rodea —continuó ella, colocando la mano en la hierba — Todo lo que toco… puedo hacerlo mío.
Si toco el fuego, el fuego me obedece.
Si toco hierro, puedo volverme tan resistente como él.
Si toco la madera, la hago parte de mi cuerpo.
La tierra, el agua, la piedra, incluso la energía viva de otros seres… — Cerró su mano suavemente — Todo puede fluir a través de mí.

Adael sintió un nudo en el pecho, recordando destellos de su infancia: su madre tocando el suelo para levantar una barrera de piedra, tocando campanas viejas para volver sus puños tan duros como el acero.

— Lo sé, madre — Respondió Adael —. Siempre admiré ese don. Y siempre pensé que… si pudiera tenerlo junto al rayo de padre… podría enfrentar cualquier cosa.

Anne bajó la mirada.

— Tener mi don no es solo obtener poder, Adael. Es comprender todas las energías de este mundo.

Adael apretó los puños.

— Lo entiendo. Pero estoy dispuesto.

Ella lo miró con tristeza y orgullo al mismo tiempo.

— Tu don del rayo es puro, veloz, destructivo. El mío es versátil, cambiante, impredecible. Si los dos se encuentran dentro de tu cuerpo… tendrás que resistir una tormenta interna que podría romperte.

— Aun así — Dijo Adael con firmeza — quiero intentarlo.

Anne respiró hondo, aceptando finalmente lo inevitable.

— Muy bien… —susurró—. Esta noche haremos el ritual.

La madre y el hijo caminaron hacia el centro del valle, donde la hierba era más alta y el viento soplaba libre sin obstáculos. Anne extendió las manos sobre el suelo y la tierra respondió. Un círculo de piedras antiguas se elevó alrededor de ellos, formando un perímetro perfecto.

— Estas piedras guardan memoria — Explicó Anne — Son testigos de nuestro linaje y antiguas contenedoras de energía. Nos ayudarán a estabilizar la transferencia.

Adael se situó en el centro del círculo. Anne se colocó frente a él, levantando ambas manos.

— Cuando la trasferencia comience… — Dijo con un tono grave — tu cuerpo será sometido a un flujo de poder que intentará destrozarte desde dentro. Tendrás que resistirlo, Adael. Tienes que aguantar, ¿entiendes?

— Lo haré — Respondió Adael.

Anne cerró los ojos. Las piedras empezaron a brillar con un resplandor tenue, como corazones latiendo al unísono. Su cabello blanco flotó ligeramente, impulsado por una energía invisible.

— Coloca tus manos sobre las mías — Ordenó.

Adael obedeció. En el momento en que sus palmas se tocaron, sintió una corriente eléctrica, distinta de su propio rayo: era una energía que cambiaba de textura, de temperatura, de ritmo… como si estuviera viva.

Anne abrió los ojos. Su voz resonó con un eco que no parecía humano.

— Comenzaré la transferencia. Aguanta, Adael. No me sueltes.

El viento del valle se levantó con fuerza. Las piedras emitieron un zumbido profundo.

El cuerpo de Adael se tensionó.

La energía de su madre entró en él como una oleada salvaje, cambiando dentro de su pecho. Su propio poder del rayo reaccionó, estallando en chispas azules que se mezclaban con aquella fuerza cambiante.

Adael apretó los dientes, sintiendo que cada célula de su cuerpo se estiraba y comprimía al mismo tiempo.

Anne gritó sobre el estruendo del viento:

— ¡AGUANTA, ADAEL! ¡NO DEJES QUE TE ROMPA!

Él rugió, aferrándose con todas sus fuerzas.

La tormenta del ritual había comenzado.

El ritual avanzó como una tempestad sin nombre.

Apenas la energía de Anne entró en el cuerpo de Adael, el valle entero pareció despertar. Una explosión luminosa sacudió el círculo de piedras, levantando hierba, polvo y fragmentos de tierra que giraron alrededor de ellos como un remolino salvaje.

La fuerza del impacto hizo que Adael cayera de rodillas, pero no soltó las manos de su madre.

— ¡NO TE SUELTES! — Gritó Anne, intentando que su voz dominara el rugido de la energía.

Adael apretó los dientes con un dolor indescriptible. Sentía el don del rayo en su interior chocando violentamente con la energía cambiante del don de Anne. Dos fuerzas opuestas intentando coexistir dentro de un solo cuerpo.

El aire vibraba. Las piedras del círculo brillaban cada vez más intensamente. El cabello blanco de Anne se agita­ba como si una tormenta invisible le atravesara el alma.

La primera noche fue insoportable.

Adael gritó más de una vez, sintiendo su cuerpo desgarrarse desde dentro. El don de Anne no era una simple energía: era fuego un segundo, metal al siguiente, agua hirviendo después… cambiando sin parar, adaptándose, buscando un lugar dentro de él.

Anne también sufría. Cada vez que Adael no lograba controlar una oleada de energía, ella recibía un impacto de rebote. Su aliento se volvía irregular, su cuerpo temblaba, pero aun así no lo soltó ni un instante.

— Resiste… — Susurraba, aun cuando su voz apenas podía escucharse — Resiste, hijo…

Los días pasaron.

No uno. No dos.

**Catorce**.

Dos semanas enteras dentro del círculo, bajo un cielo que parecía observarlos con temor.

Cada amanecer lo encontraba sudando, con los músculos entumecidos, la piel marcada por chispas de rayo y cicatrices de energía alterada. A ratos temblaba como si tuviera fiebre. En otros momentos, parecía flotar entre dos realidades.

Anne no estaba mejor.




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