DOMINANDO LOS ELEMENTOS
Después de semanas dominando el viento, Anne decidió que era hora de que Adael avanzara. Aquella mañana lo llevó a la orilla del río cercano que cruzaba el valle, donde la corriente del agua serpenteaba entre piedras y arena.
— Hoy aprenderás a sentir el agua — Dijo Anne, mientras Adael se arrodillaba junto al río — Al igual que el viento, debes sentir su flujo, su fuerza, su temperatura… y luego guiarlo, no imponerle tu voluntad.
Adael colocó las manos sobre la superficie del río. Al principio, nada ocurrió. El agua siguió su curso natural, burlándose de su intento. Frustrado, respiró profundo, recordó las enseñanzas de su madre: sentir primero, controlar después. Cerró los ojos y dejó que la corriente lo atravesara con suavidad.
Un hilo de agua comenzó a seguir sus movimientos, elevándose apenas sobre la superficie. Adael sonrió.
—Bien… — Dijo Anne — Esa es la forma. Poco a poco, podrás moldearla.
Durante días, Adael practicó con el agua, creando pequeños remolinos y desvíos en la corriente, aprendiendo a combinar la fluidez del don de su madre con la precisión de su rayo. A veces, un chispazo surgía accidentalmente de sus dedos, electrificando el agua y formando un vapor que lo envolvía, pero Anne lo tranquilizaba:
— El rayo y el agua no están peleando, simplemente todavía deben sincronizarse.
Luego vino la tierra. Anne lo llevó a un pequeño terraplén, donde piedras y arena se amontonaban. Adael colocó sus manos sobre el suelo. Sintió el peso, la densidad, la fuerza contenida en cada grano de tierra y cada roca. Levantó lentamente una piedra con el don de su madre y, al mismo tiempo, creó una chispa de rayo que la calentó levemente. La piedra se volvió más ligera en sus manos, como si respondiera a su voluntad.
— Excelente — Dijo Anne —. Estás comenzando a combinar ambos dones. Pero cuidado: cada elemento reacciona diferente al rayo. Debes aprender a medir tu fuerza.
El fuego fue más complicado. Anne encendió una pequeña hoguera y lo animó a tocarla. Al principio, Adael se retiró, temeroso de quemarse. Con el tiempo, logró sentir el calor, la energía que se movía dentro de las llamas, y levantó pequeñas lenguas de fuego sin lastimarse. Al combinarlas con su rayo, las chispas se intensificaron, iluminando el valle y haciendo que los ojos de Anne brillaran de orgullo.
Cada día que pasaba, Adael mejoraba un poco más. Su cuerpo y su mente aprendían a adaptarse al flujo cambiante del don de Anne, mientras su rayo mantenía su fuerza destructiva pero controlada.
Una tarde, mientras el sol comenzaba a ocultarse, Adael logró un pequeño hito: levantó un remolino de viento, agua y polvo, todo a su alrededor, combinando su rayo para electrificar ligeramente la corriente, sin perder el control. El espectáculo era magnífico: una danza de elementos que obedecían a su voluntad.
— Lo estás logrando, Adael — Dijo Anne, con una sonrisa llena de orgullo y alivio — Estás aprendiendo a dominar tu don… y no solo eso, estás aprendiendo a ser tú mismo dentro de él.
Adael respiró hondo, sintiendo el poder fluir en armonía dentro de su cuerpo. Por primera vez desde que había recibido el don de su madre, supo que podía controlarlo, que podía combinarlo con el rayo y que, con paciencia y entrenamiento, sería capaz de enfrentar cualquier desafío que el mundo le pusiera por delante.
El valle quedó en silencio, y un suave viento acarició su rostro. Adael cerró los ojos, disfrutando del momento, sabiendo que aquel era solo el principio de algo mucho más grande.
El sol apenas comenzaba a elevarse sobre el valle cuando Adael volvió a concentrarse en la tierra. Frente a él, un pequeño montículo de piedras y arena parecía desafiarlo. Extendió las manos y dejó que la energía fluyera, intentando levantar la masa con el don de su madre. Por un momento, algunas piedras se elevaron ligeramente, flotando en el aire como obedientes. Pero, con un leve temblor, todo volvió a caer pesadamente al suelo.
— Es… un poco más complejo de lo que pensaba —murmuró, respirando con dificultad mientras se limpiaba el polvo de los brazos —
Anne se acercó, su cabello blanco como la nieve resplandeciendo a la luz de la mañana. Una sonrisa divertida se dibujó en su rostro.
— Por eso estamos aquí, Adael. Debes entrenar. Te mostraré cómo se hace.
Con un movimiento fluido de sus manos, la madre levantó varias piedras, mezclándolas con raíces y pequeñas ramas que surgían del suelo. Todo el conjunto flotaba con precisión en el aire, formando una especie de escudo móvil.
— Ahora te toca a ti — Dijo Anne, con un brillo juguetón en los ojos — Pero esta vez, solo usa mi don, nada de rayo.
Adael asintió, concentrándose. La energía fluía bajo sus dedos, y levantó un pequeño fragmento de tierra mientras enviaba ráfagas de viento para equilibrarlo.
Anne sonrió y, con un gesto, hizo crecer rápidamente las ramas de los árboles cercanos, atrapando a Adael parcialmente y obligándolo a retroceder.
—¡Jajaja! — rió Anne —. Pareces un bebé aprendiendo a caminar. Pero no te preocupes, aprender desde cero lleva tiempo.
Adael soltó un suspiro, pero también rió, cubriéndose con tierra mientras enviaba ráfagas de viento para despejar las ramas.
— Sí, madre… — Dijo, respirando con dificultad pero con una sonrisa — Esto es más complicado de lo que pensaba.
—Y eso es precisamente lo divertido — Replicó Anne — No se trata solo de fuerza, sino de adaptarse y usar lo que tienes a tu alrededor.
Durante horas continuaron. Adael aprendió a levantar y moldear la tierra, a cubrirse y combinar viento para equilibrar sus movimientos, mientras Anne lo atacaba con ramas, raíces y pequeños chorros de agua. Cada vez que caía, se levantaba con más determinación; cada vez que Anne lo vencía, lo hacía con una sonrisa burlona, recordándole que la paciencia era tan importante como el poder.
Cuando la noche cayó, se sentaron juntos frente a la pequeña casa. Cubiertos de tierra, polvo y hojas, miraban el cielo estrellado.
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Editado: 21.12.2025