Propuesta del jefe

Capítulo 6

Capítulo 6: La caja del altillo

Hay cosas que uno no debería buscar si no está listo para encontrar.

Lo supe cuando mis dedos tocan la caja gris cubierta de polvo en el altillo.

Pero ya era tarde.

Todo empezó esa mañana, después de dejar a las nenas en el jardín. Tenía tres horas libres. Podría haber dormido. Podría haberme pintado las uñas. Pero no. La cabeza no me dejaba en paz.

Clara. El perfume. Iván y su frase de película barata: "sos algo que no termina de entender" . ¿Y su esposa? ¿La que mencionaba pero que nunca apareció en fotos, ni en llamadas, ni en recuerdos concretos?

Esa mujer era un fantasma. Y yo necesitaba saber si el fantasma era real o una construcción conveniente.

La curiosidad es peligrosa. Pero a veces es la única forma de sobrevivir.

Subí al altillo. No con la intención de espiar, claro que no —o eso me repetí—. Buscaba frazadas. Excusa perfecta.

La trampilla crujió como una película de terror. Subí despacio, iluminando con el celular. Polvo. Telas. Cajas.

Y una. Una sola. Más nueva. Gris. Sin etiquetas.

El abril.

Lo primero que vi fue una foto. Una mujer sonriente, abrazando a Iván. Ella era luminosa, con hoyuelos en las mejillas. Él... no. Él parecía incómodo incluso en una foto de felicidad. Pero sus brazos la rodeaban. La quería. O al menos, en ese instante, fingia que sí.

Debajo de la foto, una carpeta. Expedientes médicos. Una palabra se repite: trastorno . Mi estómago dio un salto.

No quería leer más. Pero lo hice. Porque ya estaba ahí.

“Hospital Neuropsiquiátrico”.

“Ingreso voluntario”.

“Paciente: Elina G. Kravetz.”

Elina. La esposa.

No estaba muerta. Ni de viaje. Ni divorciada.

Estaba internada.

—¿Qué haces aquí?

El susto me hizo caer sentado.

Iván. Parado al pie de la escalera del altillo. Con la mirada más helada que nunca.

—Yo… —No tenía palabras. ¿Qué iba a decirle? ¿Que no confiaba en él? ¿Que Hurgaba porque su frialdad me daba miedo?

—¿Estás revisando mis cosas?

—Buscaba frazadas —mentí. Mal. Muy mal.

Él subió dos escalones, lo suficiente para alcanzarme. Me quitó la carpeta de las manos sin decir nada y cerró la caja con fuerza. Como si pudiera encerrar todo lo que había visto. Como si aún pudiera controlarlo.

— ¿Es por eso que necesitas una esposa falsa? —pregunté, con la voz rasposa.

Silencio.

—¿Está viva, Iván?

-Si.

—¿Y por qué nunca hablás de eso?

—Porque no es tu asunto.

Quise gritarle que sí lo era. Que estaba metida en su teatro. Que mis hijas estaban jugando a ser sus hijas. Que yo estaba empezando a sentir miedo, culpa, algo parecido al afecto. Que necesitaba entender.

—No tenías que ocultarlo —dije—. ¿O si?

Él bajó la mirada por primera vez en semanas. Y ahí lo vi. Por debajo de la frialdad. Una grieta.

—Porque no es una historia limpia —respondió—. Y no quería que la ensuciaras vos.

No entendí. O no quise entender.

—¿Qué le pasó?

Él respiró hondo.

—Se rompió —dijo, simple, crudo—. Como un vidrio. Como un vaso al caer. Y yo no supe cómo sostenerla. Así que la encerraron y me dijeron que era lo mejor. Y me convencí de que lo era.

—¿Hace cuánto?

—Cuatro años.

Cuatro años. Justo antes de que empezara a mencionarla en la oficina. Como si aún estuviera ahí. Como si no estuviera encerrada en una institución.

—¿Y no la visitarás?

—Una vez al mes.

Se me heló el cuerpo. No por la frialdad de su respuesta, sino por lo familiar. A veces, uno también visita a sus propias partes rotas solo una vez al mes.

—¿Y por qué todo esto? —pregunté—. ¿Por qué yo? ¿Por qué fingir?

—Porque Clara volvió.

Sentí un temblor en el pecho.

—Ella me amenazó —dijo él, mirando hacia el techo—. Dijo que si no reconstruía mi “vida de familia”, se llevaría algo. Lo único que Elina dejó con voluntad: la casa. Y mis silencios.

— ¿Y crees que esto es reconstruir? ¿Contratarme como actriz de tu farsa?

—No sos una actriz —me dijo. Pero no sonó como un cumplido.

No supe qué responderle. Él bajó. Cerró la trampilla sin mirarme. Me dejó sentada, abrazada a una caja llena de verdades incompletas.

Baje una hora después. Las frazadas seguían sin aparecer. Pero no importaba. Había encontrado algo más.

Esa noche, Iván se sentó a cenar con nosotras. Vera le contó que su maestra tenía un perro que usaba pañales y él le parecía, como si estuviera viendo televisión en lugar de estar ahí, con nosotras. Milena le ofreció una salchicha y él la ayudó. Yo…yo lo observaba.

Ese hombre frío, ese jefe inexplicable, tenía una historia rota escondida en el altillo. Una esposa que ya no era su esposa. Una amiga que amenazaba. Y una empleada —yo— que ahora sabía demasiado.

Y sin embargo, lo que más me perturbaba era otra cosa.

Que, entre toda esa tensión, entre toda esa tristeza,

empezaba a darme cuenta de que no quería irme.

¿Quieres que en el próximo capítulo Clara vuelva a aparecer con una propuesta o amenaza más directa? ¿O prefieres que Emilia comience a vincularse más emocionalmente con Iván o con su esposa internada?




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