Propuesta del jefe

Capítulo 13: La carta que cambió todo

Capítulo 13: La carta que cambió todo

Habían pasado tres días desde nuestra última conversación en la cocina. Desde ese momento en el que Iván me miró como si tuviera miedo de algo que no sabía nombrar. No volvió a tocarme. Apenas me hablaba. Pero me miró.

Y sus silencios me estaban haciendo perder la cabeza.

Estaba preparando la mochila de Ailén para el jardín cuando escuché su voz detrás mía.

—Llegó una carta de Elina.

Me giré despacio. Él tenía el sobre en la mano, blanco, sin remitente. Sólo dijo su nombre.

— ¿La vas a abrir? —pregunté.

Asintió. Y sin sentarse ni siquiera, lo rasgó con el dedo.

Yo dejé todo y me quedé mirándolo. Sus ojos se movían de izquierda a derecha, muy rápido. De pronto supe que lo que sea que estaba leyendo… no era bueno.

—¿Iván?

No contestó. Siguió leyendo. Cuando terminó, cayó el papel con las manos temblorosas.

—Quiere que sepas algo. —Su voz era hueca.

—¿Oye? ¿Qué cosa?

—Dice que… que las nenas no son suyas.

Me quedé en blanco.

—¿Cómo que no?

—Dice que cuando quedaron bajo mi cuidado, ella ya no era capaz de reconocerlas. Que creía que eran criaturas enviadas para hacerle daño. Que... —se interrumpió y tragó saliva— que vos les diste una madre cuando ella ya no podía serlo.

—Iván, eso no tiene sentido.

—Sí lo tiene. Lo super hace mucho tiempo. Pero me negaba a aceptarlo. La Elina que conocí desapareció mucho antes de que se internara. Yo sólo quise seguir aferrado a una imagen.

Me acerqué, muy despacio.

—¿Por qué me lo estás diciendo ahora?

Él me miró.

Y por primera vez no vi frialdad.

Tengo miedo.

—Porque quiero que te quedes. Pero no como empleada. Ni como esposa falsa. Ni como niñera. Quiero que te quedes por vos. Por las nenas. Porque esto ya no es una farsa.

—Iván…

—Y porque ella lo sabe. Ella lo escribió. Dijo que ya no me ama. Que quiere sanar. Que entiende que esto —me señaló, con la voz entrecortada— es lo mejor que pudo pasarle a las nenas.

Sentí un nudo en la garganta.

¿Esto era real? ¿Ahora sí era real?

Y, sin embargo, una culpa absurda me trepó por la espalda.

Elina estaba viva.

Había sido su esposa.

Y yo estaba amando a ese hombre.

—No sé si puedo —dije en voz baja—. No sé si está bien. No quiero quitarle lo único que le queda.

Él negó con la cabeza.

—Ella ya se fue. Dejó esto para que podamos empezar de nuevo.

Nos quedamos en silencio.

Y por primera vez, ese silencio no pesa. No dolio.

Porque lo estábamos compartiendo.




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