MIA
Cierro los ojos con fuerza y me aferro a los reposabrazos de mi asiento cuando el avión da una sacudida mientras aterriza en la pista de despliegue del aeropuerto.
Todo me sigue pareciendo un buen sueño para creer que es cierto. Me pellizco discretamente lista para abrir los ojos y encontrarme nuevamente atrapada en mi vida en Portland. Pero no pasa eso, ya que el ruido de las personas a mi alrededor que esperan ansiosos poder levantarse de sus asientos aún es vigente.
Es real. Todo es real.
Demonios, no puedo creerlo.
De verdad estoy en Chicago.
Sigo sin poder creer que tuve la valentía – o tal vez la estupidez – de huir al otro lado del país solo para iniciar desde cero, sin nada asegurado más que esta decisión fue por mi bienestar y seguridad. Estoy llena de nervios, nunca estuve tan sola como ahora y menos con la certeza de que ahora debo velar por mí misma para mis necesidades y mantenerme oculta de Ashton porque si llega a encontrarme…
Basta, Mia. No pienses así, tienes que ser positiva.
Tengo que obedecer a mi subconsciente, aunque no es tan sencillo cuando el miedo siempre ha formado parte de mí.
Cuando nos dicen que ya podemos salir me levanto de mi asiento y salgo del pequeño lugar para sacar mi mochila y colgármela al hombro.
—¿Eres nueva? —pregunta de repente una señora regordeta que está enfrente de mí en la fila para bajar del avión.
—No me gusta los aviones. —respondo en vez de confirmar que sí lo estoy.
No se ve mala persona, luce muy agradable. Pero nunca sabemos cuáles son sus verdaderos pensamientos de las personas, incluso de quienes conocemos. Así que prefiero pecar de desconfiada.
Al bajar del avión, tengo que entrecerrar los ojos debido al sol que está justo frente a nosotros. Es agradable la calidez de este en mi rostro, pero Portland no es tan soleado y disfruto más del invierno o el otoño.
Una vez he recogido mi maleta, camino hacia la salida del aeropuerto buscando entre toda la gente a la sobrina de Tessa. ¿Cómo voy a saber quién es? Nunca la he visto y tampoco tengo una foto suya. Será como buscar una aguja en un pajar. Sin embargo, a lo lejos visualizo a una chica de cabello rubio que lleva en un cartel mi nombre falso que, según las instrucciones de mi nana, sería utilizado hasta que cumpliera los dieciocho.
Bien, aquí vamos. Pienso soltando un poco de aire y caminar en su dirección.
Pero antes de que pueda terminar de acercarme a ella, se gira a mí posando los ojos más grises que haya visto en mi vida.
—¿Dayanna? —pregunta sonriendo.
Asiento con la cabeza, tímida y en parte intimidada.
Es una chica alta como yo con el cabello a la altura de su busto con unas cejas ligeramente más gruesas de un color castaño, y ahora que estoy más cerca de ella noto que las raíces de su cabello tienen el mismo color que sus cejas, delatando que no es rubia natural. Las sombras oscuras logran que su mirada sea más penetrante y el color de sus ojos tome mucho protagonismo, al sonreír transmite ser amigable pero también cierta malicia o que sería un grave error meterte con ella. Su vestimenta ayuda a que mi teoría tome más fuerza, lleva puesto un estilo muy similar a los integrantes de una banda de rock con casaca metalizada, camiseta suelta y un jean ajustado con unos botines de guerra que estilizan sus largas piernas.
—¿O prefieres que te diga Mia?
Su pregunta regresa mi mirada a sus ojos quien me observan con diversión. Qué vergüenza, sabe que estuve estudiándola.
—Eh… creo que Mia estaría bien. —respondo una pequeña sonrisa.
Da un asentimiento.
—Un gusto conocerte. Soy Anna Nantz. —me sorprende cuando se inclina a darme un beso en la mejilla. —Aunque eso ya debes saberlo.
—Tu tía me habló mucho de ti. —digo recordando las pequeñas conversaciones sobre su familia que podía sacarle a mi nana.
—Lo mismo de ti. Dijo que tú eres la chica más dulce y noble que ha conocido. —habla caminando conmigo hacia la salida mientras rompe el cartel en varios pedazos.
—A mí me decía que eras las chica más testaruda y problemática que haya visto.
Sonríe cómplice.
—Y que en conclusión…
—Nosotras dos haríamos un gran equipo. —termino.
Ambas reímos y levanto mi mano para darle unos cinco a lo que ella me responde igual.
—Me agradas. Nos llevaremos bien.
—Creo lo mismo.
Se ofrece a llevar mi maleta y aunque dije varias veces que no me importaba llevar mis cosas hace caso omiso y toma mi maleta para arrastrarla mientras caminamos en dirección al estacionamiento.
—¿Y eres de Chicago?
—Nah, me mudé hace un par de años. —se pone sus lentes oscuros redondos. En ese momento reconozco que tiene un acento muy diferente al americano. —Tengo pensado mudarme. Tal vez a Florida a disfrutar de las playas.
—Cool.
—Por curiosidad, ¿Qué edad tienes?
—Cumplo dieciocho en agosto.
Detengo mis pasos cuando ella se pone frente a mí, baja sus lentes hasta la punta de su nariz y me mira de arriba abajo.
—No pareces de diecisiete. Tienes un cuerpo de infarto. —guiña un ojo con una sonrisa torcida.
Me sonrojo y ajusto la gorra que me puse al salir del aeropuerto para intentar ocultarlo.
—¿Tú cuántos años tienes?
La observo brevemente. Parece de mi edad.
—Diecinueve. —saca del bolsillo de su pantalón las llaves y oprime el botón que desactiva la seguridad de un Maserati Ghibli blanco con lunas polarizadas. —Te presento al amor de mi vida.
Mi boca está por llegar al suelo. Tengo un poco de conocimiento sobre autos por Paul quien siempre tenía revistas y me hablaba sobre ellos. Este auto es precioso y elegante, está tan limpio y brillante que cualquiera pensaría que acaba de ser comprado.
—Es precioso. —repito en voz alta. —Pero prefiero un Audi R8 o un Mercedes CLS AMG.
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Editado: 20.11.2024