Protegida Por El Alfa

CAPÍTULO 8

MIA

No he despegado mi vista de la caja que yace en mi regazo. Mis nudillos están enrojecidos por el tiempo que he estado mordiéndolos a cada uno mientras pensaba si esto era cierto o una broma de mal gusto. No obstante, la idea de que sea una broma era poco probable. Soy nueva en la ciudad, nadie conoce mi historia salvo Anna y probablemente sus amigas quienes no tienen razones para hacer algo tan cruel como esto.

¿Mi padre? Imposible, jamás utilizaría el nombre de mi madre.

Entonces… ¿Esto era real?

Ni siquiera tuve tiempo de preguntarle al chico, se fue tan rápido que ni pude volver a echarle un vistazo en su camiseta para saber de qué empresa venía.

La pequeña caja está envuelta en un simple y antiguo papel de color café y en medio de esta solo está una hoja en la que estaba escrito mi nombre en una letra cursiva y elegante. No hay estampillas ni dirección. ¿Cómo pudieron saber mi dirección? Es… demasiado extraño. La envoltura en sí luce vieja, como si llevara mucho tiempo guardada que hasta los bordes se han ido desgastando.

«Ábrela»

La vocecita que susurra en mi mente lanza la tentación a mis dedos que lucen inquietos. También quiero abrirla, pero me da miedo. Nunca tuve algo de mi madre, ningún objeto como herencia y que aparezca esta extraña caja después de tantos años y de manera misteriosa es… aterrador, inquietante.

—Bueno, ya que. —chasqueo la lengua y tomo un borde del papel.

Sin embargo, la puerta principal se abre al mismo tiempo que escondo la caja detrás de unos cojines en los que apoyo mi espalda.

Aparecen dos mujeres que no han notado mi presencia pues llevan unas bolsas de compras en los brazos y están muy enfrascadas en su conversación mientras se dirigen a la cocina. La primera que entra tiene el cabello negro lacio hasta la cintura, lleva ropa deportiva oscura que se ciñe a su cuerpo delgado pero lleno de curvas junto con unos tenis blancos. La segunda mujer tiene el cabello castaño claro con unos reflejos rubios dispersos, luce alta por los zapatos con taco alto y lleva un vestido blanco con mangas hasta los codos.

—Gracias, Adelaide por la ayuda. —la voz de la pelinegra es suave, melodiosa y agradable. Tiene un tono ni tan fuerte ni débil, es un equilibrio perfecto que resulta atractivo pues tiene una chispa sensual.

—No es nada, querida. Siempre es un placer consentir a mis chicas favoritas. —responde la castaña que de inmediato descubro es mayor. Capto un acento extranjero, pero no estoy muy segura de dónde. Se pasea por la cocina hasta que sus ojos oscuros se detienen en mí y me observa con curiosidad y sorpresa. —Oh, ¿Quién eres tú?

La chica sigue su mirada y casi me quedo sin aliento ante sus ojos azules tan claros que rozan el celeste. Es hermosa, sus rasgos son delicados y muy femeninos, pero con la capacidad de seducir y llamar la atención a cualquier lugar que vaya. Tiene nariz pequeña y labios carnosos, su piel es ligeramente pálida y el color rosado en sus mejillas destaca bastante. Podría confundirla con una supermodelo no solo por su belleza, sino también por su porte recto.

—Eres Mia, ¿Cierto? —pregunta rodeando la isleta de la cocina.

Debe ser Hillary o Elena para que me llame por mi nombre real.

Asiento levemente, algo cohibida por sus miradas fijas en mí con tanta atención. Muevo mi cabeza suavemente para que mi cabello cubra mis mejillas sonrojadas.

—¡Adelaide, viniste! —exclama con felicidad Anna mientras baja las escaleras.

Suelto un suspiro, aliviada. Cuando la rubia pasa frente a mí y me oculta de la mirada de las mujeres, aprovecho el momento para removerme en mi sitio buscando la forma de bajar la tensión que siento en los muslos.

—Dije que vendría, ¿no? —la mujer usa un tono maternal para hablarle mientras la rodea con sus brazos con una sonrisa radiante que deja ver sus dientes blancos. —Estoy muy feliz de verlas.

—Lo mismo digo. —responde Anna moviéndose hasta quedar de perfil en mi campo de visión y de esa forma ver como la pelinegra le hace señas hacia mí. —¡Oh, cierto! Ade, ella es Mia Walker. Vivirá con nosotras, es nueva en la ciudad.

Le dijo mi nombre verdadero. Eso quiere decir que debe ser alguien de confianza, ¿no?

Me pongo de pie de inmediato cuando la mujer se acerca dando pasos firmes y seguros. Estoy babeando internamente porque su andar y porte es como el de una mujer poderosa, segura e intimidante que pareciera poner orden a donde fuera que vaya. Es de esa clase de mujeres que ves en las noticias o películas donde su palabra es ley y solo piensas: «Me gustaría ser como ella.»

—Un placer conocerte, Mia. —estira su mano a la que acepto sin dudar ni hacerla esperar. Su agarre es firme, pero delicado y suave al igual que su tacto. —Soy Adelaide O’Pry Sinclair.

Rayos, hasta su nombre suena con autoridad.

Me aclaro la voz y dibujo mi mejor sonrisa.

—El placer es mío, Señora O’Pry. —respondo.

—Nada de señora, cariño. —hace un ademán con la mano sin borrar esa sonrisa de su rostro. —Llámame Adelaide con confianza.

Asiento con la cabeza un poco consternada por el acceso a tal confianza. Ni a los padres de Lena o Paul los llamaba por su nombre a pesar de los años que llevaba conociéndolos.

—Está bien.

—Y ella es Hillary.

Anna se acerca con la pelinegra que me sonríe abiertamente con sus manos escondidas en los bolsillos de su pantalón.

—Me da gusto conocerte al fin. —se inclina a besar mi mejilla. Su perfume de fresas y menta inunda mi nariz. —Anna no ha dejado de hablar de ti desde que supo que vendrías.

Mi nivel de incomodidad ha bajado considerablemente. El hecho de que ambas mujeres me hablen como si fuera una conocida de hace tiempo ayuda a no sentirme tensa o preocupada de causar una mala impresión.

—Cuéntanos, Mia. —pregunta Adelaide sentándose en el sofá de un solo asiento con las piernas cruzadas y la espalda recta que ni toca el respaldas. —¿Cuándo llegaste?




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