ADVERTENCIA: Este capítulo contiene escena de acoso y ataque de pánico. Leer con precaución.
MIA
—Buenas noches, señorita.
Les sonrío cálidamente a los últimos clientes antes de que salgan del restaurante. La pareja de ancianos que acaban de irse han sido mis clientes favoritos, eran de esas relaciones que aspiras a llegar a tener hasta esa edad. Era de fotografía ver sus ojos rebosantes de amor, complicidad y devoción.
Estoy recogiendo los platos y tazas que utilizaron cuando Marcie se acerca mientras “barre”. La miro curiosa cuando me da un empujoncito en la cadera.
—¿Y eso?
—Has tenido bien escondido a ese novio, eh. —sonríe moviendo las cejas con picardía— No te culpo. Yo también lo tendría encerrado bajo siete llaves.
Frunzo el ceño.
—¿De qué novio me hablas?
Rueda los ojos dando un manotazo en el aire.
—No te hagas, Mia. —suelta una risita— Ese bombón que vino al mediodía y se quedó hasta la cena. A ver, que Violette tiene buena sazón, pero nunca he visto a un cliente quedarse tanto tiempo.
Ah… se refiere a Ethan.
—Él no es mi novio.
—Venga ya —suelta una carcajada.
—Pero es cierto —insisto.
—Ajá. Y yo amo mi trabajo. —rueda los ojos— Mejor termina de recoger eso y vete. Hoy me toca cerrar.
—Tengo que esperar a Hillary.
Suelta un bufido.
—Hillary sale a medianoche. Pero si quieres esperarla… —se encoge de hombros y toma su escoba para seguir barriendo.
Una ola de pánico me invade todo el cuerpo. ¿Esperar dos horas? ¿Afuera? No conocía Chicago lo suficiente como para quedarme en la calle hasta esperar a mi compañera de piso. Mierda, ¿qué voy hacer ahora? Irme sola me… asusta. Aún no estoy lista. ¿Por qué Hillary no me avisó?
De pronto me siento sin energía. Ya no quiero recoger las cosas con la misma rapidez de hace unos minutos. Me muevo tan lento que hasta una tortuga me ganaría, quiero retrasarme el mayor tiempo posible hasta que por arte de magia Hillary salga lista para irnos.
Pero eso no sucederá.
Los de limpieza me apuran para alcanzarles lo que deben lavar y no me queda remedio que obedecer. Marcie no se ha dado cuenta que su noticia no me gusta para nada y se apresura a dejar todo listo para el día de mañana. Ayudo ordenando y levantando las sillas mientras pienso otras opciones aparte de irme sola. Podría pedirle a Marcie me acompañe, pero sé que ella va en dirección contraria; los demás apenas me conocen y me da mucha vergüenza pedirles me acompañen hasta el paradero de bus. Quizás podría pedirle a Anna… pero no tengo su número y menos un celular.
Mierda, mierda.
No me queda otra opción que irme sola.
Y eso me aterra.
***
Cuando la noche toma su lugar, Chicago es una ciudad diferente.
Tomo los lados de mi chaqueta y los ajusto alrededor de mi pecho, cruzando los brazos para mantenerme protegida del viento que corre. Trato de mantener a raya el miedo mientras mi memoria recuerda la ruta que hizo Hillary desde el edificio. Si mis cálculos son correctos, estaré en casa en menos de una hora.
«Tú puedes, Mia.»
Repito la frase una y otra vez durante todo el camino para calmar mi paranoia. Mis ojos miran a todos lados esperando no encontrar nada sospechoso a mi alrededor, observo el rostro de cada persona que pasa por mi lado, cerciorándome que ninguno sea él. Sí, estoy bastante paranoica. Mi corazón late rápido y una ola de nervios me consume. En teoría estoy muy lejos de su alcance, tardaría mucho en encontrarme, pero no puedo evitarlo. Lo conozco, he visto cómo mueve a todos a su antojo para que hagan lo que quiere. Nunca me sentiré completamente a salvo.
No pasa mucho tiempo para darme cuenta que estoy en una calle donde no hay ni un solo transeúnte caminando, solo pasan autos y taxis. Me detengo en la esquina de la cuadra esperando que el hombrecito del semáforo pase a verde. En ese tiempo, me permito calmarme.
Solo por ese momento.
—Hola, bonita.
Inevitablemente, giro mi cabeza hacia la izquierda, de donde proviene la voz. Hay dos chicos acercándose por ese pasaje, sonríen mostrando los dientes y soltando unas risitas, como si hubieras dicho lo más gracioso del mundo. Sus pasos son descoordinados. Bajo mi mirada y noto que en sus manos llevan unas latas de cerveza. Ebrios. Todo mi cuerpo se tensa.
—¿Cómo te llamas? Ven, vamos a una fiesta. —dice uno de ellos.
Giro mi mirada de regreso al semáforo. Los autos no dejan de pasar frente a mí.
«Por favor, cambia ya.»
Mi cerebro se bloquea y apenas puedo pensar. Balanceo mi peso de un lado a otro, apretando las manos en los bordes de mi chaqueta. Tengo que obligar a mis pies a mantenerse quietos y no lanzarme al cruce peatonal en un intento de esquivar los autos y alejarme de ahí.
—¿Por qué tan sola?
De reojo puedo notar que se están acercando más.
«Por favor, por favor. Solo cambia de una vez. Rojo a verde.»
—Oye, ¿no oíste a mi amigo? —la voz de uno de ellos ya no suena divertida. Parece molesto.
Suelto el aire retenido en mis pulmones y volteo a verlos.
—Déjenme en paz. —digo tartamudeando— Por favor.
Soy una estúpida. Debí esperar a Hillary, quizás subir al segundo piso ignorando las reglas. Debí pedirle a alguien que me acompañara hasta la estación de autobuses. Debí, debí, debí… pero no lo hice. Y ahora estoy sola en la calle con dos chicos acechándome como solo un depredador lo haría con su presa. Aunque pidiera ayuda nadie vendría a socorrerme.
—Oh, vamos no seas aburrida. —uno de ellos salta y me rodea con un brazo por los hombros. Me convierto en una estatua de piedra. —Soy Allen y él Rufus. ¿Cuál es tu nombre?
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Editado: 20.11.2024