MIA
Paul siempre ha sido un fanático de los temas de fantasía. Desde niño devoraba libros, películas y series que involucraran la existencia de hombres lobo, brujas, vampiros, duendes, hechiceros y cualquier criatura que perteneciera a cuentos de hadas y mitos, él creía que nuestro mundo era muy grande para que solo los humanos viviéramos en este.
Y yo era buena escuchándolo, me gustaba ver como se entusiasmaba y se esmeraba en explicarme todo con tantos detalles, era muy contagioso y hacía que lograra su objetivo el cual era hacerme escapar de mi cruda y violenta realidad y encontrar un refugio en esas historias donde todo podría era posible.
Quién diría que años después ambos íbamos a descubrir que las historias eran ciertas y que formaríamos parte de ellas.
La luz que sale de mis manos se mantiene brillante y cubre la herida de Hillary. Tal y como dijo la mujer que está a mi lado observando lo que estoy haciendo, puedo sentir un líquido acumularse en mis manos envolviéndolas como un manto.
—Lo estás haciendo bien. —dice dándome su aprobación.
—¿Cómo sabré cuándo parar? —pregunto, preocupada. Sé que debo sacarle toda la sangre envenenada pero temo drenar todo. No tengo control de este poder y siento que lo perderé en cualquier momento.
—Cuando la luz sea opacada.
Asiento y miro atentamente la luz esperando que su brillo se vea reducido por la oscuridad del veneno.
No sé cómo explicar todas las sensaciones que tengo en estos momentos. Esa luz, sea cual sea su procedencia, tiene un efecto en mí que me mantiene relajada y me da la intuición de que todo estará bien si permito que haga su trabajo. Es como si yo solo fuera el conducto de esa luz para su lucha contra la oscuridad.
—Sabía que eras especial. —elevo mi vista cuando escucho la voz de Hillary.
Hay una débil sonrisa asomando a su rostro, su piel ha tomado un aspecto grisáceo, las venas de su cuerpo tiene un color negro visible dándole un aspecto aterrador. Tiene el aspecto de un zombie y me pregunto qué clase de veneno utilizaron con ella.
—¿Lo sabías? —inquiero alzando una ceja.
Asiente lentamente estirando su mano hacia mi mejilla. No me aparto a pesar de que su tacto se siente frío y áspero.
—Desde el primer momento en que te vi. —murmura recogiendo un mechón de mi cabello detrás de mi oreja. —Tu olor tan extraño te delataba —hace una pausa para inhalar hondo por la nariz moviéndose ligeramente—pero no sabía que era.
Oh.
Le doy una sonrisa boca cerrada y miro alrededor. Todos tienen los ojos posados en mí sorprendidos de lo que estoy haciendo, incluso el hermano mayor de Ethan. Se siente raro, me siento como animal de exhibición.
Mi sonrisa flaquea cuando no veo a dos personas en especial.
—Ethan... —susurro mirando a todos buscando una respuesta.— ¿Dónde está Ethan? ¿Dónde están Anna y Elena?
—Elena está bien, cielo. —una mano se posa en mi hombro. Giro mi rostro para ver a Adelaide, la misma mujer que conocí en mi primer día en Chicago. —Está descansando en su habitación.
Eso me alivia un poco, pero no lo suficiente. Incluso me siento un poco avergonzada de decir que no me importaba mucho saber de ella, mi prioridad son otras personas.
—¿Dónde está Ethan? —vuelvo a repetir.
Mi corazón late a mil cuando nadie dice nada, incluso Adelaide aparta su mirada de mí. ¿Acaso no me oyeron?
—Oye. —giro mi vista a Astartea quien me mira seria. —Enfócate en lo que estás haciendo.
—Solo quiero saber dónde están. ¿Están aquí? —vuelvo a preguntar comenzando a alterarme porque nadie dice nada.
Una repentina ola de ira invade mi cuerpo, estoy enojada y fuera de control, puedo escuchar los latidos de mi corazón en mis oídos y hasta juro que puedo sentir la sangre que corre por mis venas hacerlo con más fuerza. ¿Por qué no quieren decir dónde está? ¿Qué pasó con él? ¿Le pasó algo? Oh dioses, no por favor...
Todo llega y me golpea con fuerza. Tantos secretos, tanto silencio, tantas preguntas y tan pocas respuestas, simplemente estoy cansada de no saber nada, de que me guarden información. Ethan no me guardaba secretos, era un libro abierto conmigo, siempre dispuesto a aclarar mis dudas. Lo extraño. El sentimiento había estado dormido porque me forcé a creer que lo encontraría aquí, pero no está y… me siento fuera de control.
—Mia, por favor escucha...— pide Paul tratando de acercarse.
—¡No quiero escuchar! —exclamo en voz alta.
En el momento que dejo de hablar, una de las ventanas y el espejo de una de las vitrinas donde hay un montón de plantas y frascos, revientan salpicando y cayendo al aire. El único hombre de aspecto mayor debe jalar a Adelaide dando unos pasos atrás para que los vidrios no le caigan encima.
Pero, ¿Qué...?
Respiro agitada, como si hubiera hecho un gran esfuerzo. Observo a Hillary quien mira sorprendida lo que acaba de pasar. ¿No fue ella quien hizo eso? Y si no fue ella, ¿Quién lo hizo?
—Fuiste tú. —puedo sentir la mirada acusatoria de Astartea puesta en mí aunque no la esté mirando. Niego con la cabeza, rehusándome a creerlo. —Tú reventaste los vidrios.
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Editado: 29.11.2024