AIDEN
—Estoy bien.
—Anna...
—En serio, lo estoy. —insiste, volteando a mirarnos. —Dejen de insistir, me van arruinar mi cerveza.
Chasqueo la lengua y comparto una mirada con Hillary. Se encoge de hombros y vuelve a ver a nuestra amiga que camina sobre un tronco caído con una botella de cerveza en la mano.
Ninguno de los dos le creemos. Tal vez si fuéramos normales, lo haríamos. Los humanos tienen esa mala costumbre de mentir, engañan porque no les gusta verse vulnerable frente a los demás. Pero nuestra situación no es así. Muy aparte de nuestros sensibles sentidos, somos una manada que comparte una conexión única y profunda. Lo que le sucede a uno de nuestros miembros, nos afecta al resto, compartimos el dolor al igual que la fuerza, como la tristeza y la alegría. Una manada es más que un grupo de licántropos que se unen para formar un fuerte. Nos convertimos en una familia.
Me pongo de pie, sacudiendo la arena de mi pantalón y me acerco a Anna con mis manos ocultas en los bolsillos traseros de mi pantalón. Detiene sus pasos y se queda firme en el tronco. Desvía su mirada hacia mí con los labios entreabiertos.
—No tienes que pasar por esto sola, Anna.
Suelta un suspiro mirando el inmenso lago con los labios apretados.
—Somos tus amigos. —me sigue mi chica mientras se sube al tronco, al lado de la rubia y la rodea con sus brazos por la cintura. —Tus mejores amigos, ¿recuerdas?
Asiento subiéndome al otro lado, dejando a la enana rubia en medio de ambos.
—El trío ardiente. —cito el apodo que ella misma nos puso cuando comenzamos a ser amigos más cercanos. —Juntos en las buenas, en las malas, en las peleas y sobre todo en tragar hasta que el estómago reviente.
—Pero sobre todo apoyarnos. —señala Hillary.
—Sobre todo apoyarnos. —repito.
—Chicos, estoy bien, en serio. —la rubia se baja de un salto rodando los ojos. —Escuchen, sé que están preocupados porque tendré que decirles esto a mi familia, pero estoy bien. No me voy a poner a llorar, no es mi estilo deprimirme y echarme a escuchar música corta venas.
—Pero, tú...
Alza una mano interrumpiendo a Hillary.
—Sienten que estoy triste, ¿verdad? —asiente cuando ambos nos quedamos callados. —Bueno, lo estoy porque esto le afectará a mi madre y a mi abuela, pero no pasa de eso. Por mi parte, estoy bien. Es decir... ¡Hostia! ¡Mi tía no era mi tía porque ya había estirado la pata antes de que yo supiera a limpiarme el trasero de mierda!
Reprimo una carcajada llevándome la mano a la boca.
—Anna. —protesta mi novia arrugando la nariz.
—Ay ya mujer, como si tú no hicieras eso cuando vas al baño.
—Dilo de una manera más... agradable.
—Interesante. —Anna hace una mueca pensativa abrazando su lata de cerveza. —Ya sé. A la próxima diré que "Iré a echarme un tronco" ... ¡Oh, tengo una mejor! —da pequeños saltitos. —"Iré a pasear a la nutria al río".
Esta vez no lo resisto y estallo en carcajadas sosteniéndome el abdomen.
—¡Anna!
—¿Qué? Es una forma agradable como pediste. Sonará ambientalista.
Aumenta mi risa y me siento en el tronco antes de caerme de culo al suelo mientras trato de respirar. Había extrañado tanto estos momentos.
—Eres imposible. —resopla Hillary a mi lado.
—Soy increíble, lo sé, lo sé. Gracias.
—Dije imposible, no increíble.
—¡Ay ya, Hillary, vas a sonrojarme de tantos elogios! —da un manotazo riendo como yo.
Mi novia suelta un chillido frustrado antes de ponerse a reír junto con nosotros. Es inevitable. Quizás en otra vida Anna fue comediante.
—Las extrañé. —admito una vez me tranquilizo y me limpio una lágrima por el ataque de risa que me dio.
—Lo sabemos, bebé. Tu vida es terriblemente patética sin nosotras. —mi amiga hace un gesto dramático mientras se deja caer en la arena, frente a nosotros.
Me relamo los labios asintiendo. En realidad, lo era. El pueblo no era lo mismo sin el carisma de Anna, su alegre y loca personalidad le daba ese toque picante.
—Cierto. —admito— Entonces... ¿Todo bien? ¿Segura?
Asiente exageradamente hasta que su cabello rubio corto se mueve.
—No es taaan malo como parece, al menos no para mí. —confiesa moviendo los pies. —Acacia fue buena tía, en realidad. Siempre estuvo presente y preocupada por mí. —se encoge de hombros. —Ella fue y es buena persona. Y creo que mi verdadera tía también lo sabía.
Eso es cierto.
No importa si era Tessa o Acacia –o quien sabe tal vez con el tiempo era ambas–, lo importante es que ella nunca nos hizo ningún daño a ninguno de los tres como para pensar en que merece un castigo. Fue una buena tía, madre y nana, la amamos por eso.
—¿Aiden? —volteo cuando escucho la voz de mi hermanita.
Mia aparece corriendo de entre los árboles. Se detiene al hacer contacto visual conmigo y respira por la boca.
—Hola. ¿Pasa algo? —pregunto confundido al verla tan inquieta.
—Yo... —carraspea para aclarar su voz— Necesito que vengas conmigo a la habitación de Acacia. Es algo urgente.
La alarma se activa en mi cabeza y doy un paso hacia ella.
—¿Ella está bien?
—Si, es solo que... —suelta un jadeo cerrando los ojos. —Descubrí algo y... necesito que vengas conmigo. Es algo que nos incumbe a ambos.
No entiendo a dónde quiere llegar.
—¿Puedes ser más específica?
Sisea entre dientes antes de hablar:
—Existe la posibilidad de que Ashton no sea nuestro padre.
***
Ashton Walker y Leticia Buchannan se conocieron en 1993 cuando ella regresaba con su hermana de una tarde en paseo de bote. Él la ayudó a recuperar su bufanda, y luego las acompañó a ambas hasta su hogar para asegurarse de que llegaran a salvo. Acacia lo supo de inmediato. La forma en cómo se miraban, las sonrisas cómplices, la atención de él y el excesivo sonrojo de mi madre fueron todas las señales de que se sentían atraídos el uno por el otro. Según ella, Ashton lucía como el hombre que su hermana siempre había deseado conocer, un caballero atractivo con una sonrisa amable, bien atento y educado, el clásico protagonista de las novelas que le robaban un suspiro a la joven y risueña hermana menor de las Buchannan.
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Editado: 02.07.2025