ETHAN
Abro los ojos de golpe con mis manos aferrándose a la superficie debajo de mí para impulsarme hacia adelante. Una mano me detiene en plena acción y obliga a mi cuerpo a volver a recostarse.
—Calma.
Parpadeo varias veces, confundido y aturdido. Mi mente se nubla, no me deja procesar dónde me encuentro alrededor, mi corazón late con fuerza y una capa de sudor cubre mi frente. ¿Qué demonios? ¿Fue una pesadilla?
No. No era una pesadilla.
Mi cuerpo se hiela al recordar los gritos.
¡Mia! ¡Ella está en peligro!
—¿Ethan?
Mi mirada va a la pequeña mano que ejerce una leve presión en mi hombro. Pego un salto ante el rostro femenino que me observa con preocupación.
—Mia —exhalo. Tengo la garganta seca, me cuesta respirar—. ¿Dónde está? ¿Dónde está Mia?
—Regresó hace una hora. —informa Acacia alejando su mano, dejándola descansar en su regazo. —No quiso despertarte, te vio muy cansado. —me pregunto qué emociones están grabadas en mi rostro para que diga lo siguiente: —Está bien, Ethan. Ella está bien.
Poco a poco, mis sentidos vuelven a la normalidad. Cierro los ojos respirando hondo y me concentro en los sonidos y aroma de alrededor hasta que escucho el suave movimiento del agua del lago mezclado con ese aroma dulce y silvestre que reconozco con demasiada naturalidad.
Mia está en el lago.
Bien. Todo está bien.
Me recuesto en el sofá. Apenas recuerdo haberme acostado y mucho menos dormido.
Mi mente no suelta esa pesadilla tan vívida como las últimas veces que me he atrevido a dormir. A veces los escenarios cambian, pero siempre tratan de lo mismo que me atormenta desde que comenzaron. Es normal tener pesadillas que reflejan nuestros peores miedo o cosas que crean nuestra mente, pero hay algo más. Tiene un significado que me pone alerta no solo para asegurarme de que Mia está a salvo, sino que yo no he cambiado. Me siento enfermo, paranoico.
La cabeza me va a explotar, mis ojos arden por el esfuerzo de mantenerlos abiertos y mi cuerpo se siente muy pesado. La falta de sueño me está pasando factura.
—¿Quieres hablar de lo que soñaste? —pregunta Acacia. Niego poniendo un brazo en mi frente mirando el techo de su cabaña. —Soy buena dando consejos, sabes. Y creo que tú necesitas uno.
A estas alturas creo que necesito más que un consejo.
¿Qué diablos sucede conmigo?
He dejado a Aiden y a Cedric a cargo de la investigación que nos lleve a descubrir quién hizo el ritual para invocar al demonio, quiénes fueron sus cómplices y dónde lo realizaron. Mientras tanto, Reckfall y Hillary se encargan de ver las necesidades de la manada y Anna junto con Elena se encargan de reforzar la seguridad tanto de la manada como del campamento con ayuda de Astartea y sus hechizos.
Ah, y para variar el caso del demonio está prácticamente perdido.
Me siento muy decepcionado de mí mismo. Solía tener todo bajo control, cumpliendo mis responsabilidades, escuchando las necesidades de mi gente y haciendo de este lugar seguro como mi padre me había enseñado. Y ahora siento que todo se está desmoronando en mi cara y no puedo evitarlo.
Demonios, ni siquiera puedo proteger bien a Mia. Prometo y prometo, pero no puedo cumplirlo.
Estoy fracasando una y otra vez, los problemas aumentan y la seguridad y vida de Mia corre riesgo con los Waltz de por medio.
Si tan solo las cosas fueran distintas...
Si fuera solo yo...
Si tan solo no tuviera familias dependiendo de mis decisiones, habría dado fin a ese asunto matándolos a todos. Pero no puedo ser impulsivo. Atacar a los Waltz sería como desafiar al reino O'Brien quienes nos superan con miles de soldados.
Ser alfa es una gran responsabilidad, hay puntos en los que renuncias de ti mismo por priorizar a los demás. En varias ocasiones he tenido que detenerme a pensar y ver todas las probabilidades y sus posibles consecuencias. Es en esos momentos que desearía Cedric fuera el alfa como tanto ha querido. Todo sería más sencillo para mí.
Soy un desastre. Mi padre estaría muy decepcionado si viera mi ineficacia como líder y como compañero.
—¿Ethan?
—Lo tengo bajo control. —miento. No quiero que siga insistiendo. Se dará cuenta de que algo sucede y no quiero admitirlo en voz alta. Ya es suficiente con la tormenta que he mantenido encapsulada en mi mente.
La cabaña vuelve a su estado casi silencioso. Solo se oye los sonidos de la naturaleza que hay en el exterior y el chasquido de la leña que mantiene vivo la chimenea. Por las luces encendidas deduzco que ya es de noche.
Me gusta este lugar. Adoro la fortaleza, pero con tantas personas viviendo ahí no existe privacidad por completo. Siempre hay oídos y ojos atentos a lo que sucede. Sin embargo, en la cabaña de los Buchamp no hay nada que perturbe su atmósfera de paz.
Acacia permanece a mi lado dando vueltas a la cucharita en su taza de té. Ahora que presto más atención a sus facciones no tiene mucho parecido con Mia, es casi nulo. Pero son bastante unidas, no se han separado mucho desde su rescate. Son como madre e hija, y quizás lo sean con todo lo que han pasado juntas.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. —responde de inmediato.
—¿Nunca pensaste en llevar a Mia a un lugar donde nadie pudiera encontrarla?
—Muchas veces. —confiesa.
—¿Y qué te detuvo?
—El miedo —musita en voz baja—. El miedo es una de las amenazas más poderosa del propio ser humano.
—Y para combatirlo existe la valentía —cito a mi padre.
—Cierto. —reflexiona. Nos quedamos en silencio unos segundos antes de que vuelva hablar—. Dime, Ethan ¿Alguna vez te has sentido en la cima de la montaña sintiéndote poderoso e invencible, y luego ver cómo alguien te hace caer y no pudiste hacer nada para evitarlo?
Justo en estos momentos me siento así.
—No —miento.
—Yo sí. —sus labios forman una línea recta— Es una caída muy dura de la cual pocos llegamos a levantarnos, pero lo hacemos porque somos guerreros de naturaleza. Lo lamentable es que, con cada caída una parte de nosotros muere y no volvemos a ser los mismos.
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Editado: 23.09.2025