Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

Prólogo Freya

ULTIMÁTUM

(Londres – Inglaterra)

Bádminton House.

Septiembre de 1804…

 

La construcción en estilo palladiano se alzaba esa noche con pomposidad que encandilaba, dejando a los invitados maravillados con la decoración, y la rigurosidad a la hora de escoger todo a conciencia para lo que sería el evento del momento antes de que iniciara la temporada social.

Las mujeres vestidas de diferentes estilos multicolor, los hombres de todos los garbos y atractivos, logrando que las damitas se abanicasen a la par de ruborizarse por sus miradas coquetas en la lejanía.

Las arañas lujosas colgando del techo destilando poder y riqueza, los candelabros de oro. Las vajillas de porcelana China, los cubiertos de plata, las finas ropas de los meseros.

Todo estando a la altura de los acontecimientos. No pudiendo ser de otra forma, si la hija de uno de los Lores más influyentes y poderosos de Inglaterra celebraba esa noche su compromiso.

Lord Henry y Lady Fleur Somerset eran por mucho los pares más acaudalados del país no solo por portar el Ducado de Beaufort, si no por tener los favores del Rey.

Con tres hijos.

Lord Adler, Lady Evelyn y Lady Amelia Somerset.

Siendo el mayor unos de los casaca rojas más respetados por su entereza y entrega en el campo batalla, hablando por él las múltiples condecoraciones que cargaba en su traje reluciéndolas en su pecho.

Un soltero empedernido, que disfrutaba de las más bellas mujeres, pero ninguna le interesaba para hacerla la próxima Duquesa.

De cabello rubio, ojos azules y nariz perfilada.

Era el vivo retrato de su madre, pero con las facciones y el temple de su padre. Un hombre admirable y bondadoso.

Le seguía Lady Evelyn, una damita de cabello negro y ojos tan verdes como su padre, siendo en todos los aspectos lo contrario a su hermano. Odiosa por naturaleza, envidiosa, hipócrita y con ínfulas de ser mejor que cualquier ser viviente, resaltando su carácter imposible cuando logró conseguir una de las uniones más renombradas del último tiempo con el Duque de Leister, Lord Richard Amery.

Se rumoreaba que sostenía relaciones con otros hombres, ya que al haberse casado con un caballero apuesto pero entrado en años, al parecer no saciaba del todo sus necesidades.

Y Lady Amelia… la menor.

La que, a diferencia a su hermana mayor, recalcando que solo físicamente, portaba una cabellera de un rubio casi cenizo, piel de porcelana, ojos azules idénticos a los de su abuela materna, alta pero elegante al no rayar en lo extremo, rostro angelical que arrancaba suspiros hasta de los hombres comprometidos.

Pero, su forma de actuar resultaba peor que la de Evelyn.

No solo era hipócrita, ruin y descarada. Si no que, se aprovechaba de su cara angelical para enredar a todos cuanto la rodeasen solo con un aleteo de pestañas, ganándose el título del hada de Londres.

Encubriendo en su apariencia etérea la forma que humillaba a las personas que no consideraba a su nivel. Tornándose déspota, pedante, superficial, traidora, entre muchos apelativos que se venían a la mente de Lady Freya Allard, mientras observaba de lo lejos como se regodeaba en su felicidad, a la par que hacía menos hasta a las mujeres de su propio círculo.

—No entiendo que hago aquí —bufó por decima vez fastidiada en menos de dos minutos que llevaba al lado de su amiga Lady Ángeles MacGregor, Duquesa de Rothesay, que la observaba divertida mientras bebía un poco de ponche al costado de la mesa de aperitivos —. Mi hermano sabe que esa señorita, y yo no nos soportamos y sin importarle mi opinión osó a traerme casi por los pelos —agarró una copa de champagne de la charola de un mesero que iba pasando en ese momento, y sin perder tiempo se la empinó de golpe, dejándole asombrada con su actuar —. Así está mejor —espetó con una sonrisa en los labios al sentirse algo mareada, siendo esa su quinta bebida de la noche —. Con alcohol en la sangre se hará más llevadera esta hermosa velada —y si tenía suerte hasta podría irse más temprano de lo esperado cuando su hermano considerase que podía ser otro escándalo para el título, que ni el mismo se empeñaba en mantener esplendoroso.

—He de admitir que Lady Allard lleva razón —habló llegando con ellas la prima de Ángeles, Lady Luisa de Borja, que estaba pasando una temporada en su casa, y pese a que era una mujer que daba terror por su manera tan fría de mirar en conjunto con su actuar, le había caído de maravilla —. Sigo sin comprender porque tu esposo insistió en que asistiéramos a esta velada, si él es el más interesado en huir de estos acontecimientos —dijo en forma analítica, mientras recorría el salón con la mirada deteniéndose en un grupo de caballeros en específico, fijando sus orbes en uno en concreto sin disimular.

Haciendo que bufase, porque en que se llevaba su atención era el mismo que detestaba, siendo reciproco, pese a que se empeñaba en juntarlos al notar que eso solo era fachada para no demostrar lo mucho que se deseaban.




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