Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

VIII

ALEXANDRE

—¿En qué demonios estas pensado? —preguntó Alexandre fuera de sí, examinando a su hermana, que se tocaba el área del brazo afectada después de que la soltara cuando llegaron a la biblioteca de los duques.

Pero es que no podía ser de otra manera.

No sabía cómo manejar la situación con ella.

Todo lo estaba sobrepasando, y su comportamiento infantil caprichoso no ayudaba en lo absoluto.

» ¿Cómo haces tal anuncio sin mi consentimiento? —estaba tan molesto que no notó que la puerta fue cerrada tiempo después de su ingreso, anunciando que no era el único en el lugar con Freya.

—Hice lo que me exigiste —lo enfrentó sin importar que sus ojos chispaban de enojo —. Demandaste un prometido, y eso fue lo que te di.

Tenía razón, pero portaba la capacidad de usar sus palabras al amaño que le convéniese para verse beneficiada, y aunque no lo aparentaba, sabía que algo pasaba en medio de todo ese despliegue de amor fingido.

Porque nadie se enamora de la noche a la mañana, como lo profesó Somerset en frente de todos.

Sabía que a largo plazo eso le causaría un dolor de cabeza monumental.

—No comprendes —se pasó la mano por el cabello desordenándolo, mientras caminaba impaciente de un lado a otro —. Puede que lo hayas conseguido, pero el visto bueno lo tengo que dar yo —se frenó frente a ella controlando sus ímpetus —¿Dónde quedó eso de no querer emparentar con esa familia? —ese era otro cuestionamiento que lo dejaban sin saber que pensar al respecto, aunque ya portaba algunas suposiciones.

—Es de humanos cambiar de opinión —resopló molesto por el descaro de su hermana —. Aparte es un hombre apuesto, y va a ostentar uno de los títulos más ligados a la corona —solo le faltó añadir que sería familiar político del hombre que le robaba la razón.

—¡Freya! —estaba insultando su inteligencia.

—No digo más que la verdad —repuso con obviedad.

—¿Qué haces vestida así? —ahora se refería a su aspecto, del cual no tenía conocimiento. Pues no creía que llegara a esos extremos.

Que en el fondo entendía que no era para tanto, pero la frustración que sentía la estaba pagando con ella, que se puso en bandeja de plata.

—Era una noche especial, y ameritaba algo acorde a la ocasión —se encogió de hombros.

—Enserio, contigo no hay remedio —le miró con cariño desmedido, pero también con cansancio.

No podía estar molesto ni dos segundos con ella, no obstante, eso no quitaba que iba a tomar cartas en el asunto, y más cuando sabía perfectamente porque hacia aquello.

—No te unirás a ese hombre si yo no le apruebo —sentenció lo obvio haciendo que boquease indignada —. Y eso aún está por verse.

—Pero Alex, siempre me has dejado tomar mis decisiones, soy dueña de mis actos y ahora no dejaré que pretendas obligarme a desposarme con alguien que no quiero, antes de que se termine la temporada —estaba furiosa —. Tengo mis derechos, y no pienso permitir que los pis...

—Estoy cansado de tu actitud despreocupada —ya no podía aguantar más reclamos y exigencias cuando no obtenía lo mismo de vuelta. Solo problemas —. Para esto no me hice cargo de ti —dolió decirlo, pero no podía dar marcha atrás —. Pensé que tendrías más juicio después de lo que paso —la vio ponerse pálida —. No que serias una sinvergüenza que le importa poco vestirse como una...

—¡Suficiente! —fue frenado, pero no precisamente por Freya que le miraba con los ojos a punto de soltar lagrimas —. Freya, déjanos solos —ordenó la tercera persona, que apenas sacaba a relucir su presencia dejándoles callados.

—Luisa, yo... —trató de articular la nombrada una excusa, pero ella negó instándola a salir.

—Espérame en el tocador —solo asintió, y la dejó sola con él. Sin notar que tras la puerta había alguien más que la procuraba y no quiso importunarle con su inadecuada presencia.

...

En ese momento el silencio se extendió por el lugar.

Alexandre la miraba con los ojos en llamas, portando las ganas suficientes para acabar con ella, mientras Luisa le enfrentaba con desinterés. Contrarrestando el fuego con la frialdad.

Siendo el complemento perfecto, dejando sus ímpetus en medio.

—Pensé que las mujeres como usted, no se metían en asuntos que no les competen —atacó en tono despectivo tratando de herirle.

Que si lo logró no fue demostrado.

—Usted sabe perfectamente que su hermana no se merecía ese rapapolvo —dijo en tono calmo —. Que si tiene sentimientos destructivos debería desquitarse con quien los ocasiona, y no con una inocente —quería reírse en su cara.

Es que era una maldita descarada.

Especulaba en vez de asegurar, cuando sabia mejor que nadie que lo tenía en ese estado.

—¿Y me lo dice la reina de la hipocresía? —no podía más que atacarle.

Era lo único que tenía para esa mujer.

—Se lo dice alguien, que sabe perfectamente lo que significa Freya en su vida —soltó mientras se acercaba sin poder evitarlo, quedándose pasmado —. Trate de comprenderle y apoyarla. No está pasando un buen momento.

—¿Y cree que me importa su opinión? —esa no valía nada para él.

Suspiró dejando su capa de imperturbabilidad. Demostrando lo cansada que estaba.

Lo dañada que la vida la dejó.

—Sé qué hace mucho tiempo perdí el derecho de siquiera dirigirme hacia su persona por no ser digna, pero no desquite toda su frustración con su hermana —por lo menos aceptaba la culpa —. Ella merece todo, menos que la trate como algo insignificante —odiaba darle la razón.

—En esos estamos de acuerdo —concedió a regañadientes —. Como en el hecho de que no merece siquiera respirar mí mismo aire —no podía dejar de mirarle, y embriagarse con su aroma a Jazmín más que adictivo. El que por años lo tenía obsesionado.




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