Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

IX

ARCHIVALD

Dos meses.

Ese era el tiempo estipulado para que se diera el enlace, y después de una semana de haber sido anunciado, Archivald Stewart no había podido sacar de su mente la mirada de la única mujer, que esa noche había robado su atención.

Cuando aquellas palabras fueron dichas por su padre, que sonaron tan falsas como su felicidad, la pequeña y voluptuosa francesa se escabulló de su vista. Desapareciendo del lugar sin dejar rastro de su presencia.

Había ganado esa batalla.

Si ella pensaba que sería fácil vencerlo estaba equivocada.

Lo que no comprendía era porque se sentía igual de miserable, que si hubiese perdido un aliado en esa guerra sin cuartel.

Por eso, apenas vio la luz matinal aparecer siendo consciente de que no pegó el ojo en toda la noche, sin importar lo nublada que se ubicaba la mañana, la cual anunciaba el inicio del invierno, decidió salir a dar un paseo con su mejor aliada.

La soledad.

Era su mejor consejera.

Esa que últimamente había estado tan ausente, que no les hallaba sentido a sus decisiones.

No había podido ni escuchar con claridad sus propios pensamientos.

Con demasiada gente a su alrededor, que disfrutar de estos en santa paz le resultó una tarea imposible de ejecutar.

Con el frio del amanecer calando en su cuerpo, se aventuró en el lomo de Odín a dar un paseo para despejar su cabeza.

Disfrutando del viento que golpeaba su rostro, y de las pequeñas gotas que caían del cielo, que, aunque no lograban empaparle, de alguna manera lo refrescaban.

Dejó que su amigo lo guiase, llevándolo a la entrada del Hyde Park, en donde sin mucha floritura bajo de aquel, y tomando las riendas con sus brazos en la espalda caminó olvidando las preocupaciones.

Disfrutando de la soledad del lugar, que a esa hora era más que desértico.

No pudo evitar que el pasado lo invadiese.

Rememoró el momento que compartió con Ángeles, y el ahora esposo de esta.

En cómo la defendió con vehemencia.

La sobreprotección que tuvo para con su persona.

En su rostro impregnado de angustia, después de la ira inicial al enfrentándose con aquel rubio, estando empapados a la par.

El brillo pasional que expedían los ojos de ambos.

Ya se querían, si no que todavía no se daban por enterados.

Fue un idiota.

Interponerse en algo que ya estaba perdido para su persona.

Se sorprendió al percibir por primera vez, que al rememorarle no provocó que su corazón doliese, ni que la nostalgia o la tristeza lo embargaran.

Tomó el rumbo hacia el Serpentine.

Ese lugar tiempo atrás había servido como su medio de escape.

Aspiró con fuerza percibiendo el olor a tierra mojada, mientras admiraba la frondosidad de los árboles y prados del lugar.

Ni pensar que, en un horario más avanzado, era el lugar perfecto para el cotilleo y el cortejo.

Todo iba como lo deseaba, hasta que un grito lo sacó de sus cavilaciones.

Al agudizar el oído, supo que era una dama que estaba rogando que la socorriesen.

No se lo pensó, así que, se desvió al lugar donde se escuchaban la voz al igual que los chillidos.

Caminó un par de minutos topándose a todas luces con una doncella, que seguramente era la acompañante de alguna damita lloriqueando desesperada.

—¿Qué ocurre? —preguntó llamando su atención, observando como dejaba de mirar las ramas de uno de los tantos arboles de la zona alterada, y con los ojos llorosos.

—¡Lord... Lord Stewart! —soltó al reconocerle, pese a que este no podía recordarle —. Lo que ocurre es que mi ama, que es una dama bastaste inquieta, y benevolente escuchó que un gatito estaba atrapado en las ramas de aquel árbol, y no dudó en ir a socorrerle —la miró sin comprender bien a lo que se refería.

¿Un gato?

¿Una dama tan desquiciada como para subirse a un árbol para salvarlo?

» Decidió salvarle, y el animal huyó de ella —algo lógico —, pero ahora está a punto de matarse —¿Qué? —. Porque no sabe cómo volver a tierra —antes de que pudiese decir algo al respecto, los chillidos de la susodicha se escucharon tensionando a la doncella, y más cuando empezó a decir algo que él estaba lejos de entender, ya que se entremezclaba con su llanto desolador.

Aunque parecía por la forma en que se comportaba la chiquilla que tenía a su lado, que ella sí que comprendía y no parecía que fuese algo apropiado.

Suspiró con cansancio, mientras amarraba a un árbol cercano las riendas de Odín para que no huyese, ya que se estaba poniendo intranquilo por tanto caos.

—No se preocupe que hare lo posible para que salga sana y salva —asintió con fuerza la muchacha, mientras frustrado miraba el árbol y se dirigía a este.

Si estará loca aquella mujer.

¿Cómo era posible que a esas horas de la mañana estuviera haciendo tal disparate?

Sin más dilación despojándose de su chaqueta de montar, se balanceó entre las ramas hasta que, en medio del árbol se topó con una cara horrorizada que tenía los ojos cerrados, a la par que se abrazaba al tronco de este con el peinado desecho, el vestido arruinado, mostrando unas torneadas piernas al tenerlo enrollado a la cintura.

Se tomó un momento para observarle, reconociendo a la dueña de sus pesadillas constantes.

¿Es que no podía tener un segundo de paz sin que se la topara cuando intentaba dejar de pensarla?

—¿Qué karma estoy pagando, que me la topo por todas partes?

∙ʚɞ∙ 

FREYA

Tras una fuerte discusión con su hermano antes del desayuno, por oponerse con rotundidad a su compromiso de mentiras, aunque él no sabía claro estaba. Huyó de todo aquello.




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