Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XI

ARCHIVALD

«—¿Que hace aquí, Lady Allard? —verla a esas horas de la mañana en su casa precisamente en los establos contemplando a los caballos, teniendo en cuenta que, les temía a aquellos animales, le descolocó en sobremanera.

—Según lo que me enseñaron, y créame que mi educación no es la ideal, se saluda y no se ataca —mirar su sonrisa para nada afectada por el tono de hastió que utilizó, al solo avistarle supo que le importaba poco si no le gustaba su visita —. Buenos días para usted también, Lord Stewart.

—Siento mis modales —suspiró con pesadez al tener que darle la razón, pero es que lograba sacarle de casillas con solo verle —. No es un buen momento para atender una visita, pero no debí atacarle. Dispénseme —desde que habían anunciado el enlace de Ángeles con Duncan, todos los días eran malos.

—Créame que lo comprendo, así que no se preocupe —aceptó acercándose para tomar su mano apretándola con confianza —. Sé que su situación no es fácil.

Pese a que era apenas una damita debutante, las veces que se habían encontrado destacando que eran demasiadas para ser solo casualidad como afirmaba, había demostrado, que pese a su actuar impulsivo a veces la sensatez recorría su cuerpo.

Esa que poco a poco se esfumaba, junto con su tranquilidad al sentirse descubierto.

—¿No sé a qué se refiere?

—Yo también estuve en ese laberinto —se tensionó —. Y de alguna manera me alegra que haya decidido ir por lo que desea —. Pero ¿Cómo?

Esa mujer era otra cuestión.

No la comprendía.

» Eso no significa que cese mis intentos por querer que me corresponda —entornó los ojos escuchando cada locura que salía de su boca.

—Sabe que eso no es posible —¿Cuándo cesaría los intentos? Ya no sabía cómo decirle de manera educada que no albergara esperanzas.

—No soy Ángeles —más directa imposible —, pero le aseguro que soy única a mi manera —en ella sonaba tan bonito, que no pudo hacer otra cosa que no fuese observarle con curiosidad.

Con esa que le llenaba el pecho de una calidez, en la que no se permitiría absorber.

No, cuando de por sí ya cargaba con suficientes problemas., para añadirle otro a su magnífico prontuario.

—¿A qué ha venido? —se inclinó por un tema que no fuese tan espinoso, dejando pasar sus comentarios tan directos en busca de una respuesta.

—Su madre me invitó a desayunar, y después a salir de compras —era de suponer.

—¿Con mi prima? —una pregunta estúpida cuando se habían vuelto de alguna manera inseparables.

—Me debe tolerar si desea que todo salga como planea —dijo agitando su mano con despreocupación, teniendo toda la razón cuando era socia de una de las casas de modas más requeridas en la ciudad, así que, viéndolo de ese punto, opciones no es que tuviera —. Sé que esto terminara por hacernos inseparables, pero no soy de presionar para que pase aquello —eso no se lo creía ni ella.

—Eso me hace la excepción ¿Por qué? —no la comprendía, puesto que, a él lo asfixiaba con su persecución.

—Porque en realidad nunca ha sido de mis prioridades, aunque la aprecie, fomentar precisamente una amistad con usted —respondió con simpleza —. Cuando lo que siempre he pretendido es hacerme a su ocupado corazón —las negativas no la detenían.

Definitivamente era como los sapos.

—Le repito que es imposible —su paciencia con esa francesa raramente resultaba infinita, y no sabía por qué.

Aunque tampoco es que quisiera comprenderlo del todo, menos cuando de forma incoherente resultaba eso que no lo dejaba perderse del todo.

—Mejor présteme uno de sus caballos —cambio de tema haciendo que abriera los ojos desorbitadamente —. Me apetece dar un paseo con usted antes de que me secuestren para los planes maléfico que tienen para hoy.

—Lady Allard… —que mujer.

—Freya —lo corrigió sin dejarle terminar —. Ya existe la suficiente confianza para que me trate con tanta caballerosidad. Sin contar con que soy menor que usted, así que deje los formalismos.

—Freya — no quería darle alas, pero tenía razón.

Había cierto tipo de complicidad entre ellos.

Se merecía ese trato.

—Dime, Archivald —pestañeó coquetamente robándole una sonrisa al ver que conseguía lo que quería.

—Tengo entendido, si mal no recuerdo les tienes miedo a los caballos, y por consecuente no sabes montar —asintió casi aplaudiendo, con eso locamente dándole la razón.

—Se que a tu lado estoy a salvo —dijo con seguridad provocando que boquease —. Estando contigo nada me podría ocurrir.

—No cambiaras de parecer —se decantó por la opción que no hacia acelerar su corazón.

Hablar de su tozudez resultaba ser el punto medio.

—Que bien me conoces —su sonrisa fue resplandeciente.

—Te traeré a la yegua de mi hermana —suspiró con pesadez creyendo que era muy mala idea, pero resultándole peor que todo lo hiciese por su cuenta.

Por lo menos al acceder podía estar al pendiente de su bienestar.

No tenía como explicarle al hermano si se llegase a romper el cuello en su afán por atosigarle.

Resonaron de nuevo aplausos de felicidad.

» Pero antes debes asegurarme de que tendrás cuidado.

—Si, señor —exclamó con una voz más gruesa imitando un salido militar, haciéndole negar divertido.

Poco después ante ella posó una yegua café con manchas blancas, y ojos grandes que la miraban con curiosidad.




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