Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XII

FREYA

En esos momentos la estaba dominando la ira.

La impotencia.

La desazón.

Las palabras malintencionadas, que le entraron por un oído y se resistieron a salir por el otro.

Calándole de forma fastidiosa la superficialidad que corre por las venas de seres tan banales, que lo único que hacen es menospreciar el empeño de las personas que se esfuerzan por ser alguien en la vida.

Como si trabajar fuese un delito.

Como si un marido fuese la mayor riqueza que se pudiese dar cuando la holgazanería, y ser un florero de forma permanente resultase algo para sentirse orgulloso.

Pensamientos tan estúpidos que no solo le causaba repulsión, sino un nudo en la garganta desarrollado por la tristeza de ver malograda la humanidad, a tal punto de creerse más que un ser que no tiene dinero.

Y si bien era un hecho que Freya podía ser cualquier cosa en la vida.

Desde la mujer disoluta, con una manera de actuar despreocupada, dando de qué hablar todo el tiempo, hasta la más dramática cuando se trataba de maximizar una situación.

Aunque aquello no significaba, que ella aprobara ese tipo de comportamiento tan ruin y mezquino. Menos, cuando resultaba ser una de las afectadas.

Por eso es por lo que todo el sentir se arremolinó en su garganta, y sin poder contenerse ni un segundo un grito de frustración pugnó de esta, para que después el llanto desolador hiciera acto de presencia, llamando la atención de las personas a su alrededor, puesto que habían salido del local. Mientras el encargado de su persona la dirigía a un lugar desconocido, ya que no prestó la más mínima atención al recorrido que estaban realizando.

En un movimiento ágil la encerró en lo que distinguió como un mobiliario.

Ignorando todo a su alrededor continuó bufando, ahora sobándose las manos en el vestido después de vapulear los guantes muy lejos de ella.

Zapateaba llorando con más ahínco al haberse lastimado el tobillo.

Ignorando que parecía una chiquilla malcriada.

Solo frenó su ataque de histeria cuando sintió que alguien le agarraba de los brazos para zarandearle, instándole a frenar su berrinche de niña pequeña.

—¿Sera que puede guardar la compostura, y comportarse como la mujer que es? —escuchar aquella voz que le hacía estremecer la dejó estática, mientras le enfocaba quedando atontada con la intensidad de sus ojos —. Hasta mi hermana tiene más sentido de la cordura que usted.

Boqueó indignada por decirle aquello, pero no se lo demostró.

Tenía que creer que sus palabras poco le importaban.

—Felicítela de mi parte —pero una pulla no le sentaba mal a nadie, menos cuando tenía tanto veneno ajeno en el cuerpo —. Ya puede soltarme —dijo en tono seco mientras moqueaba, y respiraba para tratar de regresar a sus cabales —. No volveré a abochornarle con mi penoso comportamiento, para que no se vea obligado a incordiarme con su tacto.

—Eso no fue lo que dije —parecía contrariado con su perorata, pero de igual manera trató de excusarse.

—No se preocupe —le restó la importancia, que para ella sí que la tenía, pero a él no le incumbía saber ese detalle —. Se han referido a mi persona de diferentes maneras, así que pierda cuidado, que en comparación a lo que dicen de mi esa sarta de chismosos, lo suyo sonó como una declaración de amor pasional y delicada —sintió como poco a poco se esfumaba el contacto por sus palabras tan fuera de lugar con un hombre comprometido, haciéndole estremecer al sentir el frio combinado con el vacío de no tenerle tan cerca.

Es que era una bocona.

No se podía quedar callada.

Tenía que arruinarlo todo, al igual que a su amado pie.

Como le dolía el condenado.

—Siento mucho que Lady Somerset le haya dicho todo aquello —carraspeó incomodo excusándose en nombre de la rubia.

¿Porque tenía que ser lindo e idiota en igualdad de proporciones?

Suspiró con pesadez, y aunque no quería tenía que aclararle unos cuantos puntos.

—No tiene por qué excusarse en su nombre, cuando estoy segura de que está lejos de apenarse por todo lo que expresó —esa bruja lo haría de nuevo y le aumentaría a los insultos —. Lo que realmente me ofendió fue la manera despectiva en como desvaloraba el trabajo, y el esfuerzo de las personas con menos recursos, como si ellos no mereciesen hacer algo para sobrevivir, como si fueran la peste —tenía que sacarlo para poder estar en paz.

Aunque dejar calva a su cuñada de mentiras no sería mala idea.

» De resto me puede afectar menos su actitud —se encogió de hombros desinteresada.

—Creo que solo fue un momento de arrebato —es que se estaba ganando el idiota a pulso —. No parece ese tipo de persona —de alguna manera supo que él pensaba aquello, y pese a conocerle por ser un hombre racional no dejaba de creer en las personas.

Seguía siendo un ingenuo.

O definitivamente estaba prendado de la dama, y buscaba la manera de perfeccionarla.

Eso ultimo formó una incomodidad en su pecho que ignoró.

Ya estaba acostumbrada.

—Si me lo dijese de otra persona le daría toda la razón —aunque eso no le quitaría los bríos de corregirle —. Pero las apariencias engañan, y que tenga aspecto de hada, no significa que no sea de las traicioneras —solo asintió en respuesta, pese a que su ceño fruncido le avisó que quería refutar —. Creo que es momento de que me retire —no pasaría un segundo más a su alrededor, menos si tenía su propio carruaje a disposición antes de poder salir ilesa del encuentro Archivald la detuvo agarrándole de la muñeca, pero sin llegar a hacerle daño.

Lo miró interrogante.

—Solo deseo saber un par de cosas, si no es mucho pedir —se reacomodó en su lugar zafándose del agarre, tratando de no boquear por falta de aire.




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