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FREYA
Residencia del ducado de Beaumont en Londres…
—Querido, creí que, por tu porte, educación, gallardía, y todo lo que me has demostrado en este tiempo de conocernos a la par que con lo que he fantaseado de ti, si me permites señalarlo, pensé que eras un hombre con buenas entendederas —soltó en tono monótono rayando en lo aburrido deteniendo su corto paseo en su propiedad, obteniendo que aquel se posara frente a ella, entre tanto mirándola con una sonrisa de medio lado por las palabras que acababa de soltar. Mas por el hecho de que sabia la respuesta a su petición, que por su confesión de haber fantaseado con su entidad —. No pienso ir a casa de tus padres —obviamente —, ni mucho menos departir con ese par de cuñadas que me diste la desgracia de portar —la diversión era patente en su rostro de niño bonito.
De hombre gallardo, volviéndose más contundente cuando la exasperación iba en aumento y tenía conocimiento de aquello.
No era tan transparente, entonces ¿Por qué con él se le hacía tan imposible esconder lo que le agobiaba?
—Recuerda que eres “Mi prometida” —hizo comillas con sus dedos, mientras se cruzaba de brazos enfurruñada no queriendo comprender su punto —, y lo más correcto dulzura, es que seas presentada ante mi familia como tal —a la fuerza tomó su mano plantándole un beso en los nudillos galante.
Bajando un poco sus defensas.
Estaba jugando sucio.
No podía mirarla de esa manera e irse de rositas.
» Dimos un anuncio hace semanas, pero fue tan sorpresivo e informal, que no quiero que las murmuraciones empiecen y te veas afectada.
—Te recuerdo que el impulsivo fuiste tu —asintió dándole la razón, mientras acariciaba su mano de forma inconsciente —. Diste el anuncio sin siquiera comentármelo.
—Estoy seguro de que no te hubieses negado —tenía un punto.
Necesitaba destacar.
Probarse a sí misma lo más importante de su vida.
Así que, claro que lo hubiese aprobado.
—Ese no es el punto —en vez de soltarse, afianzó el agarre.
La calidez de sus manos la reconfortaban de alguna manera.
Era un calor que no sabía que necesitaba, hasta que en ocasiones la acariciaba sin pasarse de la raya.
» Aquí lo que importa es que me quieres llevar a una muerte segura, Adler —el que rodó esta vez los ojos fue el nombrado —. Para ser más exactos, y que dejes de verme como la dramática que soy —eso jamás lo negaría —. Si quieres deshacerte de tus dulcísimas hermanas y de paso quedarte sin futura esposa —no recalcó que de mentiras —, deberías buscar otras maneras, en vez de provocar que mis instintos salgan a relucir, y me convierta en una desquiciada sin remedio, y esta hermosa cabecita no puede quedar sin su apetecible cuerpo antes de haberlo usado como se debe —eso lo hizo reír a la par de verle de forma lasciva sin rayar en lo vulgar, porque con el nada podía tornarse grotesco.
Al parecer era un don que portaba, porque se veía hasta sugestivo cada expresión realzándole el atractivo.
Esta vez se acercó más, logrando que alzase la cabeza para enfocarlo, pestañeando con presteza al ver su belleza desde tan cerca.
Es que es asquerosamente hermoso el condenado.
—Estas equivocada, dulzura —le delineó con uno de sus dedos el contorno del rostro, consiguiendo que se relamiese los labios —. Jamás permitiría que te pusiesen una mano encima —pero no mencionó nada con respecto a sus hermanas —. Acéptame solo esta cena —le besó la mejilla de forma pausada, utilizando todos sus encantos.
Haciendo que oliese su perfume, el cual le dio a conocer días anteriores, que la atontaba al ser tan único, y delicioso. Mas que todo, porque lo describía en su totalidad.
Varonil, discreto, seductor, coqueto y todo un caballero.
Y para colocarle más contundencia a su acto rastrero, se alejó para obtener que sus ojos se entrelazasen de nuevo, mostrándole el brillo suplicante que despedían de sus hermosas cuencas acuosas, y que en ese preciso momento odiaba por hacerla una débil.
» No te lo pediría si no fuese una cortes exigencia de mi padre —y claramente eso lo estaban haciendo para distraer los deseos del Duque de Beaufort.
Paso el peso de un lado a otro incomoda.
Eso lo sabía, pero no pudo evitar sentirse extraña escuchando que solo lo hacía por acallar la exigencia del padre.
Ni ella se entendía.
Estaba en sus días.
Seguro debía de ser eso.
Ella no veía a Adler como algo más que un hombre extremadamente atractivo, que alegraba su visión.
—Voy a estar sola con esas arpías —se lamentó en voz alta dándole las de ganar.
No es que les temiera, si no que prefería evitar otra confrontación donde esta vez se desquitaría por haberle agredido con sus huesudas manos.
» Tampoco deseo que tus padres presencien esa escena —todos conocían quien era Freya Allard, pero no le apetecía dejar en una mala posición a su amigo.
No cuando se había vuelto tan especial para ella.
—Con respecto a estar sola, tu hermano se presentará al igual que tus amigas —lo tenía todo fríamente calculado —. Y no te preocupes por la escena que se pueda dar, siempre y cuando no molesta al mayor implicado —se señaló —. El mundo entero puede pensar lo que se le apetezca —es que era sencillamente tan… tan…
Dejó esa anotación para después, porque de su discurso algo llamó su atención.
Era más que predecible que su hermano le acompañase, al ser el futuro cuñado, pero ¿Sus amigas?
Eso era algo bastante extraño.
—Si mal no recuerdo, me dijiste que era una cena familiar —entrecerró los ojos consiguiendo que por fin la soltara y se pasara las manos por el rubio cabello, recién recortado.
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Editado: 07.12.2022