Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

Los errores se pagan con el propio pellejo

Lo indicado, no siempre resulta ser lo más acertado.

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(Philadelphia – Estados unidos)

Finales de febrero de 1805…

Llevaban un par de días en territorio extranjero.

De un lado para otro, sin importar el trajín del viaje, gracias a las peticiones del hada más mimada de Londres, porque no esperó ni un par de horas de unión para demostrar lo caprichosa que podría llegar a ser.

Desapareciendo la mujer sumisa, y complaciente que hasta el momento conocía.

Resultando tan déspota, que ni en sus mayores predicamentos se lo hubiese podido imaginar.

Solo la manera en la que trataba a su doncella la delataba.

No admitía un no por respuesta, y las exigencias fueron en aumento cuando la noche de bodas fue todo un éxito.

Si es que se le podía llamar de esa manera, a su amarre permanente que no veía la hora de liquidar.

La sensatez esa vez le jugó una mala pasada, porque no podía comprender como una persona cambiaba sus actitudes de manera tan radical, cuando desde un inicio se demostró como si fuese un ángel en toda la extensión de la palabra.

Viste su verdadera cara, y decidiste ignorarla.

Adler tenía razón.

Todos.

Portaban la verdad absoluta, y no lo supo ver por la terquedad que no le permitía cavilar con sensatez.

Resopló pasándose las manos por el cabello, jalándoselo en el proceso cuando de lo lejos observaba la escena que estaba protagonizando su perfecta esposa.

La supuesta madre de sus futuros hijos.

La que portaría en su vientre los herederos, que si llegaban a procrearse solo esperaba que no saliesen con el temperamento de su progenitora.

Se empinó la copa que le facilitó uno de los lacayos.

Admirando el numerito en lo que debería ser un simple evento al que fueron invitados, ni bien se dieron por enterados de su presencia en el territorio americano, a su padre tener negocios con varios potentados de la zona.

En específico, con el que estaba danzando su mujer demasiado cerca, y bastante íntimos diría el, cuando el secretismo con risas coquetas incluidas fueron protagonistas en la pieza, que en esos momentos era para los asistentes uno de las más comentadas.

«—¿La extranjera no es una mujer casada?

—Al parecer eso no es un impedimento, Teresa, cuando de coquetearle a Augusto se trata.

—Pero ¿En frente de su marido?

—Hasta buen mozo, y grandote es el Escoses con que tuvo la dicha de desposarse —suspiró como chiquilla enamoradiza la más joven del círculo de cotillas.

—¡Evolet! —reprendió a la dama más joven del grupo una mujer mayor, que tenía más arrugas que un shar pei, pegándole en el hombro con un abanico, provocando que la observase con una mueca de dolor, fulminándole con la mirada más oscura que había visto hasta el momento.

—Soy solterona mas no ciega, abuela —no se cortó a la hora de responderle.

—Pues si hubieses utilizado tus hábiles ojos para enfocarlos en un prospecto de marido, en estos momentos estarías casada por lo menos con un hombre en bancarrota —resopló la susodicha, ni un poco afectada por las palabras malsonantes dedicadas. Seguramente de las veces que se las habían dicho se hizo inmune —. Así que, enfócate en ser el florero del lugar, que, si no pudiste cazar a un miserable endeudado, mucho menos conseguirás ser la amante de un extranjero, que en un fututo portará uno de los ducados escoceses más atractivos de la corona inglesa —esta vez le pegó con el artefacto en la cabeza —. Así que, espabila, que, si el creador no te dio belleza, por lo menos un cerebro te debió de otorgar como recompensa.

—Me está llamando Antonieta para que la ayude con su vestido —sacó la excusa más reforzada de todas sobándose la frente, ignorando todos los insultos.

—No la he oído —dijo la anciana ajustando en el puente de la nariz las gafas —. Ni siquiera la veo.

—Consecuencias de la edad, abuela —se tomó la parte baja de su vestido para hacer una pronunciada reverencia burlona, y huir antes de una próxima regañina —. Señoras —y con eso salió corriendo sin importar el llamado de la que al parecer era su pariente»

Dejó lastimosamente de ser su entretención aquella conversación tan particular, cuando la dama se fue, instándolo a regresar la atención a su perfecta esposa.

Una que con los pregones terminaba su exposición con aquel americano, que no conforme con aquello la invitó a la zona de aperitivos, y esta aceptó encantada colgándose de su brazo.

Cuando iba a hacerse notar, intentando que dejara de ponerlo en ridículo, y que lo tomara en cuenta porque no era un monigote pintado al que pudiese faltarle al respeto.

Era su marido, y le debía obediencia, alguien se robó la atención de todo el salón.

Ese que se llenó de silencio, logrando que se empinase una nueva copa, y voltease para percatarse que era el nuevo acontecimiento que hasta dejó a las matronas con la lengua quieta.

El aura oscura que se respiraba hacia pesado el aire del salón.

No pudo moverse cuando enfocó a la pareja, que con parsimonia se internaba en la estancia saludando como si fuesen la sensación del momento, mucho menos cuando sintió que la rubia a la que no había sentido llegar, lo tomaba del brazo refrenando un chillido de emoción.

—Pero, si es Sebastien —¿Qué? —. El Conde de Albemarle —alzó la mano olvidando el protocolo, y con eso consiguiendo que la apartara de su lado fastidiado, no por su actuar. Mas bien, por lo que ese título le resultaba familiar. Sin recordarlo del todo, pues su tiempo en soledad casi se reducía en la nulidad, y aunque era visiblemente ingles no lo recordaba de nada.




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