Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XVII

 

FREYA

Residencia del ducado de Beaumont en Londres

Abril de 1805…

—Quédate quieta, o nos descubrirán por tu falta de tacto —chistó Freya, mientras se escondía detrás de unos de los árboles que se hallaban cerca de la entrada del palacio —¡Harriet, cállate! —siseó en un susurro.

Es que se estaba moviendo demasiado, y no dejaba de opinar con respecto a su actitud.

—Pero, mira a quien tenemos aquí —bufó fastidiada, zapateando al verse descubierta en una de sus tantas travesuras —. La francesa escurridiza —buscó a Harriet con la mirada para apoyarse en esta, pero había huido.

Iba uno cuantos metros lejos de ellos, y antes de poder gritar lo cobarde que era esta repuso.

—Intenté advertírselo, pero no me dejó —manoteó para casi corriendo perderse de su vista.

Gallina.

—¿Qué haces aquí, Austin? —preguntó cruzándose de brazos mirándole de manera asesina. Entornando los ojos haciéndose una idea del porque —. Si viniste a pedir mi mano como los siete hombres pasados en estos anteriores meses, te juro por lo más sagrado que esta vez si te dejo sin descendencia —amenazó mirando la parte afectada, y este por acto reflejo se llevó la mano a su virilidad, haciendo que Freya ojease con asco la zona.

—Para tu mala fortuna, y espero no te pongas triste por esto que te voy a informar —soltó con fingida solemnidad —. Prefiero ceder mi título a un pariente lejano, antes que embarcarme en una vida a tu lado —por fin estaban de acuerdo en algo —. Te mataría antes de la noche de bodas —que casualidad.

—Si es que llegas al día, querido —se acercó, y por fin le saludo como correspondía, mientras era mirado con hastío.

—No te preocupes que solo vine a hablar con tu hermano de negocios —¿Y el matrimonio que era? —. En los cuales tu no estas implicada —respiró con tranquilidad.

Casi la da un infarto.

Desde el día que se había puesto nuevamente como una mujer soltera a espera de algún pretendiente, gracias a su cuantiosa dote se habían aparecido en la residencia de su hermano alrededor de siete lores, esperando ser aceptados por el Duque como candidato potencial para su adorada, y muy caprichosa hermanita.

Mucho más después de que el ultimátum que le había dado este se regó como la pólvora, y eso que nunca había sido tratado con privacidad.

Consiguiendo que hiciese acto de presencia desde lores quebrados, y extremadamente viejos con solo faltándoles un cabello para que fuesen totalmente calvos, pasando por hombres jóvenes y sin gracia que querían liquidar sus deudas. Prosiguiendo con lores extremadamente guapos que solo eran presencia, porque se tornaban infinitamente aburridos, o demasiado pretensiosos para su juicio.

Todos y cada uno de ellos fueron interceptados por su persona, haciéndolos desistir de la idea de quererle desposar.

Eran demasiado sosos para poder si quiera tenerles en cuenta.

Por eso, se alivió al saber que Austin MacGregor no venía a eso en realidad.

Porque si ese era el caso, sería imposible disuadirlo.

Todo había que decirlo.

Sabia cada pilatuna que podía fraguar en su contra. Aparte de guapo e insoportable también era un hombre sumamente interesante, y respetuoso pese a ser un mujeriego consagrado.

Y su peor enemigo de infancia.

—Entonces ¿Qué esperas para irte? —lo apremió a retirarse con las manos vocalizando un notable «chu» para que captase la indirecta de que no lo quería cerca, porque se le hacia un perro pulgoso.

—A que tú lo hagáis —la estaba retando, ignorando su grosería.

—No tienes derecho a echarme de mi propia casa —gruñó ofendida.

—En efecto —no le haría la contra, porque tenía un instinto envidiable, y seguro adivinó que le picaría los ojos con los dedos, como de pequeños —, pero parece que cuidas la entrada como si fueses el mozo que se encarga de que todo esté en orden, solo te falta el perro, pero con tus ladridos bastan —que hijo de…

No se rebajaría a su nivel.

—Soy mejor que eso —alzó el mentón con orgullo —¿La señora del lugar te parece poco?

—Discrepo, porque hace mucho tiempo este lugar tiene su ama, y no eres tú precisamente.

—¿Qué? —odiaba que hablara entre dientes —. Secretos en reunión es mala educación.

Lo único que le entendió, fue ama y .

Tosió ocultando la risa divertida que le causó aquello.

» Que no sabía que entre tus labores de señora estuviera la de capataz —lo iba a matar.

Libraría al mundo de ese ser caradura, y hasta le harían un monumento.

Las heroínas merecían uno.

Estiró los dedos, provocando que traqueasen los huesos con la intensión fehaciente de comenzar por arrancarle los pelos y seguir con su lengua, porque escucharlo llorar es un goce que no se privaría. Sin embargo, antes de que pudiese abalanzarse sobre el escoses que le miraba con curiosidad burlona, un carruaje hizo arribo anunciándolo el traqueteo de las ruedas y cascos de los caballos, consiguiendo que perdiera el enfoque, para acto seguido maldecir por su estupenda suerte.

—¿Cuándo se acabará esta pesadilla? —miró hacia el cielo —. Señor ¿Es que no te parece suficiente mi padecimiento al tener que compartir aire con este ser despreciable? —le pegó al rubio en el pecho con la palma de la mano, provocando que la mirase mal —¿Qué más quieres de mi señor? —era una dramática —. Si es por las institutrices no me pienso retractar por mi actuar —de ninguna manera —. Tuve mis razones, que para mí fueron validas, así que… —no había tiempo de llorar.

El traqueteo se hizo más cercano, los relinchos casi en sus narices.

—¡No! —chilló casi a punto de partirse en llanto.




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