Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XVIII

FREYA

«Se encontrada en el baile de los Duques de Newcastle-Upon-Tyne, en todo caso, de su descarriado heredero, el cual aprovechaba la oportunidad para fastidiarlos, al no ser asiduos a reuniones obligándolos a poner un pie en sociedad, no significando que fuesen unos parias. Solo resultando ser lo bastante selectivos e importantes para escoger a dedo con quien mezclarse.

En todo caso haciendo acto de presencia para controlarlo, y que no diese una mala imagen que les provocaría bajar de escalafón ante el Rey, pese al título prevalecer.

Apariencias que siempre querían engañar.

Pero, entrando en contexto. El festejo anual, era muy conocido por sus juegos, el banquete que no escatimaba en aperitivos, y buen ponche al igual que el mejor champagne de todos Londres. Sin contar con el hecho de que se llevaba a cabo casi al término de la temporada por la magnanimidad de este.

Para ese momento Freya se encontraba un poco entrada en ambiente, ya que llevaba más de cinco copas de champagne a pesar de la reprobación de Luisa, y sus ganas de frenarle.

—¿Freya, que te está sucediendo? —preguntó preocupada por su comportamiento —. Últimamente tu descontrol ha escalado terrenos inimaginables.

En su defensa no se sentía ella misma.

—Ya no sé qué hacer para que me perdone —lloriqueó, mientras la castaña miraba para todos lados, asegurándose que no hubiese nadie escuchándolas —. Por más de que lo intento sigue sin recibirme —es que no estaba valorando sus esfuerzos por recuperarle.

No le costaba nada hablarle para mandarla al diablo, era más sencillo que dejarla con la zozobra en el pecho que no la dejaba respirar.

—¿No crees que ese comportamiento es el que hace alejar a las personas? —enarcó una ceja sin comprender, pareciendo hasta ofendida cuando su mente recapitulaba lo sucedido, dándole la razón en su cerebro —. No son agradables las personas insistentes a tal grado que rayen en lo obsesivo —le dijo loca.

—Pe… pero, yo no he hecho nada para incomodarle —entrecerró los ojos incrédulamente sabedora.

—¿Te parece normal subirte a un árbol cual Romeo para alcanzar el ventanal de sus aposentos? —puso los brazos en jarras, esperando que la cordura la embargara mientras reprendía su comportamiento por milésima vez —¿No te parece un tanto enfermizo? —para nada —. Sin contar con el hecho de que le temes a las alturas ¿En que estabas pensando al hacer tal disparate? —esta vez soltó con preocupación patente, logrando que se sintiese mal por inquietarle, pero ni por eso se arrepentía.

—¿Si Romeo lo hizo por su Julieta, porque yo no lo puedo hacer por Adler? —se cruzó de brazos ofuscada con la copa vacía en una de las manos, desenrollando las extremidades con la intención de interceptar otro vaso al ver a un mesero rondando a su alrededor —. Gracias, buen hombre —le sonrió con coquetería, a la vez que él le devolvía una mirada parecida, para después perderse entre la gente.

—¿Estas aceptando que Adler no te es indiferente? —escuchar eso hizo que se atragantase con el trago que le estaba dando al líquido que contenía la copa, haciéndole toser estrepitosamente, y mientras se calmaba esta le daba toquecitos en la espalda para tranquilizarle.

—¿De... de… donde sacas eso? —preguntó con la voz rasposa a causa del ataque —. En definitiva, no estas coordinando, pues lo único que quiero es recuperar su amistad —si era así ¿Por qué le tembló la voz?

Tomó un segundo aliento, mientras se escondía de nuevo detrás de la columna en donde estaba su objetivo departiendo con un grupo de caballeros.

—¿Y piensas que espiándolo podrás recuperar su amistad? —le miró mal para seguir escuchando lo que se estaba discutiendo al otro lado de esta.

—Así que, pronto deberás salir de las filas de la soltería para entrar al yugo del matrimonio —dijo con sorna unos de los hombres que componía el grupo a alguien en específico, pero no pudo saber quién con claridad.

—Al parecer, la libertad no me sobrecogerá como en antaño —¡No!

¿Por qué él?

Esa voz la reconocería así estuviese sorda.

Era la de Adler, el siempre correcto. Su don perfección.

El que con una mirada le entrecortaba raramente la respiración.

» Las obligaciones me acechan, y no puedo darles la vuelta por más tiempo.

—¿Ya tienes escogida a la dama? —se tensionó al escuchar la voz de Austin, su enemigo velado con algo de sorna —. Librarte de Lady Allard, te hizo un hombre bastante solicito a la par de infortunado —el ambiente se volvió denso —, porque es una maldición, ya que no llevas ni tres meses lejos de ella cuando tienes que encontrar a otra que cumpla las expectativas.

Como ella no lo hacía.

Eso consiguió que se asomase para visualizarlo por acto reflejo, exponiéndose a ser descubierta.

Siendo bruja, porque eso fue lo que ocurrió, pero no la pilló el más implicado gracias al señor.

Fue ese bufón maldito, que guiñó un ojo en su dirección, asegurándole con esa acción que le había descubierto.

Las desventajas de conocerse de toda la vida, es que él sabía la forma en como actuaría en cada situación.

Conocía de antemano, que cuando se le metía algo en la cabeza no había poder humano que la hiciese retroceder.

Y él le había en más de una ocasión descubierto cuando trataba de interceptar a Adler hasta en las calles concurridas del centro de la ciudad.

Hasta estuvo a punto de meterse al Brooks, el club de caballeros más importante de Londres sin importarle que la sacasen a patadas.




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