Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XIX

ADLER

La escena, en donde ella por huir le había pegado a uno de los lores más fieros de Londres, no solo le causó gracia, si no cierto grado de asombro a Adler, pese a que con respecto a ella ya casi nada lograba sorprenderle.

—¡Maldita sea! —escuchó como se quejaba arrodillado Bristol, mientras él le dio alcance —. Si no me parecieras tan despreciable, me ofrecería a cortejarte solo con el fin de hacerte la vida miserable —lo escuchó refunfuñar tensándose —. Pero eso es un arma que juega en mi contra, así que, así sea lo último que haga me las pagaras, duende daña vidas —amenazó antes de volverse a quejar con las manos en la entrepierna.

—Al parecer no estas teniendo un buen día —al sentir su presencia le miró con gesto aun desencajado por el dolor, pero trató de erguirse sin mucho éxito para no parecer tan deprimente —¿Qué le hiciste para que te dejara en ese estado? —exclamó con curiosidad extendiéndole una mano, puesto a ayudarle a enderezar, intentando ignorar las amenazas que escuchó para no meterse en un conflicto antes de tiempo.

—Te aseguro que solo la sostuve para que no huyera de ti —negó con diversión, pese a la tensión que se formó en sus hombros —. No sé qué le hiciste, pero verte le causó más deseos de salir corriendo —tomó un segundo aire no tan adolorido como al principio, pese a que no sentía la zona —. Siendo más efectivo que la sola idea de ver a uno de los pretendientes, que se asoman cada tanto a pedir su mano —escuchar eso le tensionó por completo.

—Que huya de mi presencia no es nuevo —sonrió tratando de recomponerse —. Desde que le conozco corre por su vida cada vez que la pongo en una situación incómoda —Austin rió en respuesta —. Siendo —hizo memoria —. Todo el tiempo —siempre la recordaba huyendo de su persona en la mayoría de sus intercambios.

Curioso.

—¿Tu, incomodando a la mujer más sinvergüenza de Londres, y toda Francia? —se encogió de hombros ante la incredulidad del escoses —. Es que, si no lo veo, créeme que soy el primero en negar tu vehemente afirmación —exagerado —. Mejor sacia mi curiosidad diciéndome a que has venido —se lo esperaba —. Porque dudo mucho que sea para departir con ella, cuando es obvio que desde que rompieron su compromiso ni siquiera se saludan — la crudeza en todo su esplendor.

Después de esa noche él había decidido apartarle de su vida.

Y hasta el día anterior lo había hecho de maravilla.

Todo en vano, al tenerla de nuevo de frente con su actuar impulsivo, y boca vehemente.

Intentó sin éxito olvidar los momentos vividos con ella.

Las veces en que abrieron su corazón para expresar lo que les estaba haciendo daño.

Los instantes en los que ella había alegrado sus días con las ocurrencias de su revoltosa cabecita.

Todo fue imposible, porque sencillamente teniéndola cerca se sentía con vida.

Comprobándolo la noche anterior, cuando todo volvió a tener sentido y no podía negarse a lo que le producía por tiempo indefinido.

No era los de desaprovechar el no tener obstáculos materiales.

—He venido a hablar con Beaumont —exclamó sin prestar demasiada atención, lejos de esa conversación.

—Eso quiere decir que sigues insistiendo en obtener el amor de la fierecilla indomable —eso lo alertó haciéndole rememorar las palabras que lo escuchó pronunciar.

—¿Y tú? —sonó desafiante, pero no le importó —¿A qué has venido Bristol? —lo miró con ojos entrecerrados esperando una sola palabra que le confirmara sus sospechas para actuar.

—¡Oh! —lo admiró con sorpresa al ver que no pensaba responder su pregunta si no que le estaba atacando, dándole a entender que se estaba armando ideas en la cabeza —. Para nuestra tranquilidad, solo estoy aquí porque tengo un asunto que tratar con Beaumont, pero veo que te estas yendo por el lugar equivocado, que si te soy sincero en la vida transitaria.

—No estoy deduciendo nada —atinó a decir con tono calmo, aunque sus ojos demostraban las ganas que tenía de sacarle los ojos, cortarle las manos, y cierta parte del cuerpo en específico de solo imaginar a la pelinegra comprometida con alguien ajeno a su persona.

—Haré que te creo, pero déjame aclararte, aunque no tenga obligación, solo por simple supervivencia, que en ningún momento ha sido mi intensión cortejar a Lady Allard —estaba aún muy joven para morir en manos de un sádico militar experto en métodos de tortura, y matar a sangre fría al enemigo —. Solo debo tratar un asunto pendiente con su hermano, nada que tenga que ver con faldas, por lo menos no la suya —el semblante de Adler denotaba, que tenía que hablar con cuidado si no quería salir lastimado.

Y el apreciaba demasiado su perfecta belleza para arriesgarla con el hombre más fiero que tenía el rey en el campo de batalla.

» Si deseas seguir insistiendo en su persona estas en tu derecho —solo asintió en respuesta, pero no dijo nada.

En silencio después de ese intercambio se internaron en el palacio.

El primero en ser atendido por Lord Alexandre Allard, Duque de Beaumont fue Austin MacGregor, Marqués de Bristol.

Dejando con ansiedad a Adler.

No sabía porque había solicitado una audiencia con el hermano de la dama que le había rechazado tiempo atrás, pero estaba seguro de que lo descubriría cuando tuviera unas palabras con este.

A decir verdad, solo se estaba negando la realidad para no pensar en la posible respuesta que obtendría de este.

Tener un momento la noche anterior con Freya, de alguna manera reavivó lo que pensó que estaba muerto en su interior.

Afianzándose al verla compartir un momento íntimo con Sebastien, logrando que le hirviera la sangre,

Olvidó la presencia de Abigail, que era la mujer que más daño le había hecho en el pasado.




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