Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXI

FREYA

¿Qué estaba ocurriendo?

Que alguien le especificase lo que sucedía.

No lo comprendía.

Enserio, no sabía lo que pasaba en esos momentos.

Es que, lo veía y no lo creía.

Adler Somerset, uno de los casaca roja de más renombre de la corona inglesa, hincado ante una francesa.

Hasta la escena resultaba una completa ironía.

Pestañeó con presteza cuando divisó aquellos ojos, tan azules como el cielo, esperando una respuesta y quiso pellizcarse para saber si era real, o llenarse de pánico y correr, pero estaba tan pasmada por lo surreal de la situación, que al no reaccionar conforme a su personalidad le daba a comprender que aquello no era ningún sueño, o broma llegados al caso.

Empezando porque el hombre que tenía en frente, no se burlaría de algo tan trascendental en el mundo de ambos.

No sabía cuánto tiempo llevaba perdida en sus pensamientos, pero debía espabilar.

Removió la cabeza, acomodando sus ideas.

O eso era lo que pretendía para que el presente la sobrecogiera y no fuese a cometer una locura antes de tiempo.

Tenía que poner los pies en la tierra.

Se mordió el labio sin despegar la mirada de él, pasando el peso de un pie a otro indecisa.

No tenido muy claro en esa oportunidad la rotunda negativa.

Principiando, porque sinceramente no se imaginaba que volviese.

Por lo menos, no con esa tónica.

La de quererla como su mujer.

Es que le estaba proponiendo matrimonio.

A ella.

La de tapadera, mientras llegaba la correcta.

—¿Y qué ocurrirá con Lady Smith? —soltó un tanto a la defensiva —¿Pretendes que sea tu lugar seguro, mientras tu verdadero amor te presta un poco de atención? —eso lo tensó, pero no retrocedió un milímetro la posición en la que estaba —¿Qué piensas hacer con respecto al regreso de esa… Lady Keppel? —casi se atraganta con la bilis que le ocasionó mencionarla.

Puede que estuviese siendo cruel e injusta, pero dentro de ella enserio tenía esas dudas sin contar con las largas que le estaba dando al tema.

Por eso, quizás no se había tomado tan a la ligera la respuesta, porque se dio el tiempo para procesarla, pese a lo grosero que salió cada interrogante de su boca.

Es que cuando quería podía ser igual de venenosa que las hermanas de aquel.

—A Lady Smith, en ningún momento la alenté a que sintiese algo por mi —y ella era ciega.

Rodó los ojos soltándose de su agarre mientras se cruzaba de brazos mirándolo con un gesto de:

» Me propuse a conocerle, cuando tú no me dejaste salida —siguió su argumento, formándole un nudo en la garganta —. Porque, aunque no lo quisiera tenía que continuar con mi vida, mientras me acostumbraba a tu lejanía —los labios le temblaron —. No obstante, al ser consciente que no sería de la noche a la mañana, me di por vencido ni bien me mostró sus intenciones, y mi padre me comunicó las propias, expresándole a ambos que no me interesaba para algo más que no fuese una llana amistad, que en un futuro no llegaría a más —afirmó seguro, consiguiendo que sonriese de forma inevitable —. Y en cuanto a Abigail —escuchar que hablaba de ella con tanta propiedad, a la par de historia tras un simple nombrar, fácilmente le borró el gesto medianamente afable que se formó con sus anteriores palabras, pero logró ocultar gran parte de su desagrado pareciendo levemente irritada —. Esta donde pertenece, sin olvidar el daño que causó, con la convicción de que el pasado no lo abandonará.

—Se lo que es quedarse reteniendo en los recuerdos Adler, más en tu caso que hubo verdadera historia, así que si… —no la dejó terminar.

—Cree en mis palabras, dulzura. Esto, y tu es lo más real que he sentido en mi vida —la cortó, haciendo que con un suspiro asintiera con el corazón acelerado por ser lo principal en su exposición, pero reticente a caer con sus palabras bonitas, pese a que sabia, que eran reales.

No era de los que con su locuacidad conseguían lo que querían.

—¿Tu madre y hermanas? —ese era otro inconveniente —. Porque sabemos que me odian.

—¿Te desposaras conmigo o con ellas? —preguntó con un tinte de agresiva diversión al comprender lo que hacía, como siempre, haciéndole sonreír.

—Creo que soy una mala influencia —rió al volver a presenciar, que, pese a su extremada decencia, tenía ese lado oscuro que le encantaba —. Pero ¿Tú reputación? —ahora carcajeó abiertamente, provocando que le temblasen las piernas.

Compostura Freya, es solo su perfecta risa.

Ya la has escuchado.

Aunque, si lo piensas siempre tiene ese efecto en ti.

—Se vio lo bastante afectada la primera vez que nos embarcamos en esta aventura, pese que en ese entonces era una farsa. Sin contar que venía del escándalo de ser abandonado por mi mejor amigo. Que casualmente acaba de regresar —tenía un magnífico punto —. Así que, si no me interesó en el pasado, ahora me importa muy poco las habladurías —se encogió de hombros desinteresado —. Lo que piensen los demás me tiene sin cuidado —ya lo sabía —. Así que, si quieren hacernos la comidilla de Londres, o ponernos en la primera plana de la gaceta de Lady Chatty de nuevo, no soy quién para impedírselos cuando puedo ayudarle con su muy riguroso y vital cotilleo.

Ese era el Adler que se había ganado su voluntad.

Sin aun saberlo, todo de ella.

—¿Y nuestra amistad? —era lo que más le importaba, y por eso era tan insistente con el tema.

—Ser marido y mujer no significa que dejemos de ser amigos —explicó aun arrodillado —. Por el contrario. A mi parecer es un aliciente para que la relación se fortalezca —volvió a tomar sus manos, las cuales descruzó a regañadientes —. Freya, tenemos la ventaja de conocernos un poco más que las demás parejas del común denominador, en donde un saludo es lo que más han profundizado en su relación —si es que compartían antes del gran día —. Aparte de que, aunque te lo niegues físicamente te atraigo —eso jamás se lo había negado.




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