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FREYA
(Gerrard's Cross - Buckinghamshire)
Bulstrode Park.
Junio de 1805...
Bulstrode Park, la casa de campo de los Condes de Portland ubicada al suroeste de Inglaterra, no muy lejos de la ciudad, era por mucho ostentosa y rebosante de elegancia, pero se respiraba el aire de calidez que en ninguna otra se percibía.
El lugar se denotaba porque era conocido por sus frondosos jardines.
En estos había todo tipo de especies, y plantas de diferentes colores y con un significado que eran contados tanto por los lacayos, como por su dueña. Haciéndoles ver como leyendas que le llegaban al alma hasta del ser más inhumano.
Por su parte los Condes eran personas de carácter afable, y que colmaban de atenciones a sus invitados sin importar la categoría de su título, o que cantidad de dinero poseyeran en sus arcas.
Se desvivían para que ninguno tuviese algún inconveniente, comenzando por las habitaciones asignadas, hasta las cosas que podían comer o no.
En pocas palabras, hacían sentir como en casa a todos los individuos que tenían el placer de ser invitados a un evento como aquel.
Siendo uno de los afortunados Freya, que se hallaba en frente de la Condesa viuda Lady Dorothea Green.
Una señora de carácter un poco difícil, altura promedio y cuerpo rollizo.
Al principio te podía mirar de una manera déspota, y algo tirante, pero con el paso de los minutos, si caías en su gracia te convertías en su persona favorita, y no hacía más que colmarte de atenciones a tal punto de llegar a ser un tanto asfixiante.
—Bienvenida, Lady Allard —saludó exultante de alegría, con los brazos abiertos recibiendo de vuelta el mismo caluroso abrazo, dejándose rodear tomando el afecto desmedido que le ofrecía la regordeta dama.
Esa que también se había ganado su voluntad.
—Es un placer volver a verle, Lady Green —concedió mientras se dejaba examinar de la nombrada, que pasó después a los brazos de su hermano, que con las mejillas encendidas se dejaba colmar en halagos mientras recibía el popular besamanos.
—El placer es de nosotros, al ver que han podido asistir a vuestro pequeño evento —se abstuvo de rodar los ojos.
Esa mujer no conocía la palabra simpleza, o definitivamente los significados estaban confusos en su memoria.
—Antes de que nos indiquen donde se encuentran nuestros dormitorios, me tomé el atrevimiento de traer conmigo en representación de los Duques de Rothesay a Lady Luisa de Borja —la nombrada quedó frente a la mujer mayor que la escrutaba con la mirada achicase —. Prima de Lady MacGregor —observó como nuevamente su hermano apretaba la mandíbula.
Inclusive el aire parecía denso.
Demasiado para no notarlo, pero no lo suficiente como para destacarlo.
Es todo caso se sentía conforme, porque tras su insistencia el día que cenaron en su casa, la nombrada accedió a hacerle compañía.
Su amiga necesitaba distracción.
Algo que la sacase del estado de nervios caóticos que amenazaba con hacerle sucumbir, si no inventaba algo para que la situación que le tenía tan mal se solucionará.
Pese a que no le reveló lo que le ocurría, solo inquietándole el saber que no estaba en óptimas condiciones.
No obstante, desde que el viaje inició, pese a que los dos sabían de la presencia del otro no hubo más en el trayecto que malas caras, y palabras fuera de tono para la susodicha, mientras la agredida le contestaba de una manera que lo sacaba más de sus casillas.
O más bien no decía nada, porque lo ignoraba.
La española de cabello castaño, y altura envidiable para un caballero, se atrevió a hacer lo que nadie en su sano juicio.
No tomar en cuenta a uno de los hombres más resentidos de Francia, y parte de Londres. Dejándolo con la palabra en la boca, y el orgullo por los suelos.
Sabía que eso no se quedaría así.
Pero, interferir en ese asunto seria empeorar las cosas para Luisa, que definitivamente estaba siendo presionada de cierta manera seguramente por su padre, aunque no le había querido revelar el motivo.
Se saludaron, y antes de poder si quiera decir algo más una presencia a sus espaldas que le hizo recorrer un escalofrió en la espina dorsal refrenó las efusivas palabras que le iba dedicar por la razón del evento.
Su cumpleaños.
No tuvo que voltear para saber de quien se trataba.
La misma persona, que desde que había hecho arribo al país le espiaba desde las sombras.
No conocía el motivo, pero tampoco le apetecía averiguarlo.
—¡Sebastien, muchacho de los infiernos! —soltó en saludo la Condesa, que se abrió paso sin despelucarse con el objetivo de estrecharlo entre sus brazos, dejándole un poco descolocada al verla oficiando tamaña escena.
En respuesta el hombre le sonreía a la anfitriona como si fuese alguien de su gracia.
Lo enfocó sin importar ser una maleducada por quedársele viendo, y más cuando llevaba colgando de su brazo a su muy "Agradable y para nada coqueta" mujer.
» ¡Lady Keppel! —el tono tan seco que utilizó para la dama la asombró, cuando no se esforzó por ocultarlo.
Tenía una nueva integrante del grupo, que había formado mentalmente denominado anti-arpías.
Con un lema más que sonante y verdadero.
«No las dejes atacar, agárralas del cabello y ponlas en su lugar»
El aire estaba pesado, y más porque el Lord más que comprometido, no dejaba de observarle.
—No sabía que la dama que anda en boca de toda Inglaterra por su compromiso, y próximo enlace estuviese en este acontecimiento —soltó en tono burlón sombrío, haciendo que achicara los ojos.
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Editado: 07.12.2022