Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXVI

ADLER

Desde que inició la sonata, su cabeza y miradas estaban en Freya.

Quien se hallaba disfrutando de la pieza con Londonderry.

Nada más que un viejo amor.

La sangre le hervía.

Sabia como se manejaba en el lugar.

Que era coqueta y atrevida por naturaleza. No obstante, lo que no creyó fue que le fuera a importar tanto cuando la conocía a la perfección, y era su personalidad chispeante hablando por ella.

Estaba demasiado contenta en sus brazos, y él tenía que fingir que todo andaba bien en su interior.

—Siento haberlo incordiado, Milord —exclamó una dulce y pequeña voz frente a su persona, logrando que recordara su existencia —. No era obligación que lo hiciese —la enfocó hallándola completamente ruborizada.

—Lo sé —respondió sonriéndole con ternura —. Créame que no es ninguna molestia para mí —la dama asintió en respuesta sin enfocarlo.

Como interpretando lo que tenía en su mente, y en respuesta le rehuía para que no le mencionase algo al respecto.

Tenía que saber qué fue lo que tuvieron el hermano de la mujer con la que estaba compartiendo esa pieza, y la dama que era su prometida.

El cual estaba recibiendo toda su atención en esos momentos, con aquella pieza que se encontraban ejecutando.

» Sé que puede tornarse una falta de respeto, pero debo saberlo —habló mientras daba un giro con la dama, que asintió sin soltar palabra alguna mostrándose rígida —. Londonderry, y mi prometida…

—Ella nunca lo aceptó —lo cortó bajo todo pronóstico, dejando de lado su timidez para enfocarlo con ira contenida —. Fue la primera, y única vez que vi tan afectado a mi hermano por algo —tragó grueso con lo amaargo que eso sonó —. No lo creyó suficiente, le pareció poca cosa —el rencor que escuchó en su tono de voz lo dejó de una pieza, desapareciendo por completo la dama tierna y tímida que conoció hasta el momento.

—Debe estar confundida, lo digo por experiencia y puedo asegurar que no sería capaz de humillar a una persona buena de forma consciente —trató de refutar, pero negó fervientemente mientras enfocaba a Freya, observándole con odio palpable.

—Creo que sigue sin discernir de lo que es capaz, Milord —suspiró con pesadez —. Esa dama no es lo que aparenta —imposible de creer cuando se mostraba tan autentica.

Sin esperar su respuesta, con un giro viajó a los brazos de su siguiente pareja.

A los suyos cayó una de sus hermanas.

La morena.

Con la que mejor se llevaba, si se pudiese decir de esa manera cuando por lo menos el saludo se brindaban.

—Te ves agobiado, querido —trató de no prestarle atención a su provocación —¿Por fin te estás dando cuenta que la dama que te tiene como una veleta, no es más que una trepadora? —no estaba para eso.

Menos cuando se escuchaba tan mecánico.

Ensayado.

—¡Evelyn! —imploraba al cielo paciencia —. No tengo entereza para tus comentarios mordaces —zanjó con aburrimiento, mientras la hacía girar

—No te confíes —habló con preocupación evidente —. Que la veas como la luz de tus ojos, no significa que te convenga —eso no parecía lleno de veneno. Solo miedo evidente al desenlace de aquello.

—No te agrada, porque no es de su sequito —respondió con simpleza, y esta rió sin gracia.

—Es más que eso —aseguró mirándolo con cariño, ese que no le demostraba desde que eran unos críos —. Hermano, sé que no nos llevamos bien, pero en esto tengo razón —parecía desesperada, pese a la contención —. Esa mujer será tu ruina —trató de acotar algo. De pedir una explicación, pero tenía la cabeza tan llena de información, que lo único que atinó fue a voltear a verle ubicándola en los brazos de Bristol, bastante tensa —. Indaga en su pasado, y le darás la razón a mis palabras —¿Qué sabía que él no?

No quiso preguntarle, porque era más que obvio que no le diría nada.

Lo dejaría ahogado en las dudas, porque ese era su estilo para que se comiese la cabeza.

A sus brazos llegó Lady Harris.

Una rubia de ojos avellana, que era una de las beldades de la temporada que estaba a punto de consagrarse como solterona a causa de su refugio en el campo y la temprana muerte del Conde de Warrington, dejando a su heredero como el encargado de las damas, que quedaron desconsoladas por el deceso sorpresivo de un hombre tan vital como lo era el Conde.

No reparó mucho en su presencia.

Estaba con la vista fija en la francesa, que ahora se localizaba con Stewart.

Un pinchazo en el corazón se hizo presente.

Continuaba creyendo que le amaba.

Mientras que a él solo lo veía como un amigo.

Se observaba tan embelesada que retirar la vista de su persona fue la mejor opción, pero no por eso menos dolorosa.

—No saque conclusiones apresuradas, sin escuchar lo que tiene para decirle —la rubia despampanante llamó su atención —. Desde un inicio no fuimos del agrado de la otra, y eso todos lo saben —hasta el, que duró años sin pisar Londres —, pero nada es lo que parece Lord Somerset, y las aseveraciones de gente malintencionada como lo son sus hermanas, podrían dañar una reputación maltrecha, pero que en esos aspectos resulta perfecta.

—¿A qué se debe que abogue por ella? —preguntó escéptico.

—Se lo que se siente ser juzgado, sin siquiera darte unos momentos para expresarte —en ese momento sus ojos boreales observaron al punto donde estaba su examigo, retirando la mirada al ser capturada, carraspeando para continuar —. Y no por ser una mujer intrépida se merece que la llenen de tantas calumnias, cuando la envidia las invade sin saber cómo enfrentarse provocando una verdadera destrucción —vio en sus ojos una sombra de tristeza que desapareció con un giro, que produjo que fuera interceptada por otra pareja, y el tuviera otra mujer en brazos.




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