Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

La cicatriz no solo es superficial

EL ALMA ESTÁ ROTA Y CLAMA POR SANAR

FREYA

(Paris – Francia)

Castillo abandonado en el norte, camino a Bélgica.

Enero de 1794…

El lugar, pese a que no estaba impregnado de putrefacción, la humedad se introducía por las hendijas y solo una cama era su única posesión para descansar.

El frio en las noches le calaba en los huesos, y pese a ser atendida medianamente bien, y que sus heridas a causa del accidente estaban totalmente curadas, su estado era deplorable.

No comía, tampoco podía conciliar el sueño, y su pensamiento permanente resultaba ser su familia.

La única parte de su cuerpo que mantenía entumecida, y amoratada era su tobillo.

Donde se encontraba aquel grillete que la detenía de huir.

Como si pudiera burlar al gigante que cuidaba su puerta.

Como todas las noches, a la misma hora, comenzaba su función de exigencias y lloriqueos.

No pediría permiso, o suplicaría por algo que no había hecho.

Poseía derechos que le estaban privando.

—¡SAQUENME DE AQUÍ! —aporreaba la puerta con vehemencia, aprovechando que tenía alcance a duras penas a esta —¡NO PUEDEN TENERME RETENIDA EN CONTRA DE MI VOLUNTAD, ES UN ATROPELLO A MI INTEGRIDAD! —gritaba, y sollozaba con más fuerza —¡MI PADRE LOS MATARA SI LLEGA A ENTERARSE DE QUIENES SON, SERES PUTREFACTOS! —la garganta la tenía lastimada, pero no le importaba.

Seguiría hasta que alguien, que no fuesen los mercenarios, al par de una señora que le atendía y no había visto su rostro, hiciera acto de presencia.

» ¡AUXILIO! —esta vez no se contuvo en pedir ayuda.

Hasta ahora no lo había hecho, porque sabía que no eran tan tontos para tenerle en un lugar cerca de una propiedad vecina.

Pero no perdía nada con intentar.

De un momento a otro observó como la manija de la puerta era movida, silenciándole al instante, por acto reflejo retrocediendo, sin poder contener el miedo que aquello le ocasionaba.

Porque todo había que reconocerlo, ella no tenía ni una pisca de valentía de la boca para dentro, aunque parecía un marinero maldiciendo.

Si era uno de esos hombres le arañaría la cara, así fuese lo último que hiciera.

La frustración se anteponía al miedo.

Se iría con un regalo de su parte, por la cobardía de meterse con una dama.

Esa era su fiel intención tras una bocanada de aire, hasta que observó a un caballero fornido entrar con una máscara, y atuendo de noble.

Se quedó pasmada, y por instinto volvió a retroceder.

Desprendía un aura siniestra que la hizo tiritar.

Se auto consoló, mientras sentía el peso de su mirada sobre su cuerpo.

Un escrutinio intenso.

De esos que te ponían en aprietos, y te dejaban sin habla.

—Déjeme libre —en ella causó el efecto contrario.

Simplemente resultaba imposible morderse la lengua.

Una cualidad, que a veces no le agradaba.

—¡Pensé que yaciendo como la hija de un Duque tan respetado, sus modales serían más exquisitos! —su voz gruesa la hizo respingar —. Un por favor no estaría fuera de lugar —y una disculpa por tenerla secuestrada tampoco era mala idea.

—Fuera de lugar es tenerme amarrada en contra de mi voluntad —mostró el grillete que estaba en la zona a carne viva —. Privada de mi libertad, hasta un animal tiene más licencia que yo, que soy un ser un humano —el hombre maldijo por lo bajo, seguramente frustrado por sus palabras.

—Dispense los modos de mi gente —se excusó, pero no por eso dejó de desconfiar. Sin contar con que sonó con burla. Como si el tampoco pensase que merecía algo de consideración —. No son demasiado instruidos, y creen que las damas se pueden tratar como si de una bestia se hablase —su voz se escuchaba algo distorsionada, gracias al antifaz que cubría la zona de su boca.

Imposible de reconocer, aunque de cualquier otra manera tampoco lo haría, ya que, del mundo exterior, y de los caballeros solo distinguía a los amigos de su hermano, y padres.

Y ninguno de estos se parecía a lo que dejaba ver el hombre.

—¡Suélteme! —se podía reservar sus disculpas, y metérselas por donde ella se pasaba las normas —. Quiero regresar a mi casa, con mis padres.

—Precisamente por su padre es que esta aquí —¿Cómo?

Se quedó helada.

¡Imposible!

» Lord Beaumont guarda algo que me pertenece, y es justo que yo tenga en mi poder algo valioso que pueda servir de intercambio —seguía si creerle una sola de sus palabras.

—No soy un objeto señor —la estaba mirando de forma extraña.

—Primor, eres más que eso —se acercó a ella con sensuales movimientos, como si estuviese acechando a su presa —. Eres mi nuevo juguete —no —. Un pequeño aperitivo que pienso degustar hasta que sacie mi sed —tragó grueso al ver en sus ojos un brillo de peligro, que le indicó que debía huir, pese a que no podía.

—Soy una niña —su voz se quebró al imaginar el peor de los escenarios —. No puede —sabía lo que podía pasar, ya que sus padres no tenían tabúes en cuanto a esconderle la verdad de la existencia.

Incluyendo los peligros que corría fuera de casa sin supervisión.

—Pero crecerás —sollozó sin poder huir de él, más cuando con sus manos secaba sus lágrimas, combinadas con suciedad —. Y soy un hombre paciente, no por nada me dicen el lobo de Albemarle —estaba tan engarrotada, que no pudo apartarle cuando besó su mejilla tras la declaración orgullosa de su sobrenombre —. Me gusta seducir a mi objetivo, dejar que la zozobra de lo desconocido pugne en su interior, sin saber en qué instante atacaré. Solo con la seguridad de que, no descansaré hasta tenerlo rendido a mis pies —observó como descendía hasta que se percibió liberada de los grilletes —. Contigo no será diferente, pequeña —sintió como acariciaba con delicadeza su tobillo, pero no pudo apartarse, porque tomó con fuerza la zona, provocando que se quejase a causa del dolor —. Por el momento te dejaré en libertad —lo miró aturdida, mientras él seguía propinándole caricias a su tobillo —. Creo que has sufrido demasiado por deudas de honor ajenas —tenía toda la razón —. Por el momento solo quiero mandarle un pequeño mensaje a tu padre, y serás de alguna manera una especie de misiva —¿Qué?




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