Protegiendo El CorazÓn (lady SinvergÜenza) | A.R2

XXX

FREYA

Después de terminar su relato, el silencio en la estancia fue casi sepulcral.

Ni las respiraciones de los que estaban en el recinto se percibían.

El aire denso se colaba por cada uno de los cuerpos.

El miedo de romper el silencio, y más al percibir como Freya se acariciaba la parte afectaba llenó sus almas de conmoción.

Es que sencillamente si aquello resultaba fuerte para una persona de edad madura, ninguno se imaginaba lo que ella debió pasar esas semanas que la tuvieron retenida siendo apenas una niña.

—¿Estas seguras que no…? —la primera valiente en hablar fue Luisa.

Era una pregunta, de la que todos los de la sala necesitaban tener total seguridad.

Hasta la propia Freya, que no quiso pensar en esos durante años, consiguiéndolo. Sin embargo, al verse a punto de unirse a Adler, resultaba un factor determinante que no la dejaba dormitar.

—No te lo puedo decir con certeza —aceptó apesadumbrada —. Estuve inconsciente en manos de ese hombre dos veces, pudo haber ocurrido sin darme cuenta, estuve sin sentido muchos días —es que después de ser herida, y regresada a su familia todo se tornaba tan incierto.

Borroso.

No recordaba si quiera cuando deliró, si no fuese por lo que le contó su madre continuaría igual de nula.

—Pero, tu cuerpo… —volvió a ser acallada, porque Freya sabia perfecto a que se refería.

Esa debería ser una charla privada expresamente de mujeres, pero a los hombres no pronunciarse la atmosfera las sobrecogía.

No obstante, notaba rara a la castaña.

Un tanto ansiosa, como si algo dentro de ella estuviese inquieto.

Revolviéndole las entrañas, convirtiendo sus orbes marrones en dos posos sin vida.

Hasta la piel se le tornó más pálida de lo normal.

—Comprendo que el cuerpo tiene memoria Luisa, pero no lo sé —intentó tranquilizarla obsequiándole una sonrisa, pero al parecer no sirvió de mucho porque se advertía perdida.

Su hermano notándolo, al solo tener ojos para ella.

Con las vistas entrecerradas esperando su reacción, seguramente conteniéndose para no tocarle.

Sus manos inquietas siendo lo único que lo delataba.

» Cuando desperté no sentí nada más que el dolor causante por la herida —seguía sin parecer del todo conforme con su explicación —, y créeme que prefiero seguir en la ignorancia —negó imperceptiblemente, pero no dijo nada al respecto.

Solo selló sus labios, cruzándose de brazos desviando la mirada a un punto sin importancia.

—¿Qué tiene que ver Black en esto? —habló su hermano arrugando el papel que seguía en sus manos, y Luisa nuevamente acariciaba los hombros de Alex en busca de tranquilizarle.

Porque esta si se atrevía a tocarlo, mientras aquel le mirada de forma atenta negando, a la par que modulaba algo que se escapaba de su entendimiento.

—Él fue el que me golpeó —soltó con sinceridad mostrando su rostro —. Si esta aliado con Lord Keppel, es algo que desconozco —tampoco podía mentir al respecto —. Solo recuerdo la voz de una dama, el rostro del Conde y nada más —por lo menos no con respecto a su situación.

—¿Estas segura que él fue el que te hizo esto? —preguntó por primera vez Adler tomándole de los brazos —¿Puedes afirmar sin dudar que Sebastien fue el que te dañó en el pasado?

No lo había culpado directamente.

La nota no tenía remitente.

Pero, al hablar del lobo de Albemarle, las palabras sobraban.

Se veía alterado, y no lo culpaba. Para esa época eran amigos.

Los mejores.

Pese a la traición, era difícil creer que el ser que llegaste a considerar un hermano había dañado a una persona.

Y esa persona resultaba ser, precisamente la mujer que él amaba en ese preciso momento.

—Suelta a mi hermana, Somerset —habló en tono amenazante Alexandre, al creer que posiblemente le estaba haciendo daño.

Por su parte Freya lo miraba fijamente a los ojos.

Percibiendo todos sus miedos.

Provocando que quisiese acunar su corazón, y protegerlo de ese dolor.

Que era más fuerte que saberse traicionado.

Pues, darse cuenta de que había estado engañado toda su vida resultaba realmente destructivo.

Aniquilador, ya que, de alguna manera, pese a todo, continuaba viéndolo como un hermano. Sin importar aquello que los separó en el pasado.

Si hubiera una mínima posibilidad de que eso fuese mentira, se lo expresaría abiertamente.

Quitándole ese peso de encima.

—Déjalo, Alex —exclamó, aun con su mirada grisácea fija en su celeste iris sin notar que lo único que frenó a su pariente fue la mano de la dama que según el repudiaba —. Cuanto me encantaría decirte que es una más de mis ocurrencias, cariño mío —sintió como aflojaba su agarre —. Que todo lo que viví fue una mentira, pero no es más que la cruel realidad —dos lagrimas gruesas surcaron las mejillas de este, y supo lo que tenía que hacer —. Lo siento — con esa frase enrolló sus manos en el cuerpo de Adler, provocando que, por primera vez, desde que lo conocía, los sollozos lo inundaran.

El hombre aguerrido.

Un líder en el campo de batalla.

Un ejemplo para la sociedad, pese a su corta edad.

Estaba destrozado, y ya no podía ocultarlo más.

—Era mi hermano —la apretó contra si para darse algo de consuelo, y fuerza mientras Freya se dejaba hacer sin importar el dolor corporal que le causaba.

Pues la estaba estrujando con más fuerza del común.

No obstante, no era nada en comparación a lo que él estaba viviendo.

—No vale la pena, cariño —acariciaba su espalda olvidándose que tenían público —. Eres mejor que él, y tienes derecho a romperte para de a poco dejarle ir —no era sencillo, pero tampoco imposible —. No merece que lo sigas considerando como tal, cuando te ha engaño toda tu vida —Adler no se merecía aquello —. Y no lo digo por lo que me hizo, si no por traicionar tu confianza. Porque en esa historia no tengo cabida, ni valgo nada —en ese momento la apartó de su cuerpo para volver a enfocarle.




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